La fatídica madrugada del 16 al 17 de julio de 1918 marcó el trágico destino de la familia real rusa Romanov. Bajo el pretexto de una simple fotografía familiar, el zar Nicolás II, su esposa y sus hijos, Olga, Tatiana, María, Anastasia y el zarevich Alexei, fueron conducidos a los sótanos de la casa Ipatiev en Ekaterimburgo. Allí, en un giro brutal, fueron confrontados por Yákov Yurovski, un revolucionario bolchevique, quien, acompañado de soldados armados, perpetró un acto sangriento que sellaría su destino.
La historia se tornaría legendaria, alimentada por el misterio en torno a la posible supervivencia de Anastasia Romanov. Los rumores se avivaron con supuestos informes de la Cheka, la policía secreta bolchevique, que mencionaban "registros en trenes y casas en busca de Anastasia Romanova". Sin embargo, estos informes nunca vieron la luz, dando pie a que a lo largo del siglo XX diversas mujeres se hicieran pasar por la hija del zar, aprovechando la incertidumbre que rodeaba su destino.
Una de las impostoras más notorias fue Anna Anderson, una paciente del psiquiátrico de Berlín que afirmaba ser la hija del zar. Quienes la conocieron señalan discrepancias evidentes, como su estatura, que no coincidía con la de Anastasia. La incertidumbre persistió hasta 1979, cuando Alexander Avdonin y Gely Ryaboy hallaron los restos de la familia Romanov, pero no revelaron su descubrimiento hasta 1991. En este momento, pudieron cotejar los restos con el ADN del duque de Edimburgo, emparentado con el zar Nicolás II.
Los resultados de las pruebas de ADN confirmaron la identidad de los restos, revelando la trágica suerte del zar, su esposa Alejandra y tres de sus hijas. Sin embargo, el destino de Anastasia seguía siendo un enigma hasta el año 2007, cuando se localizaron sus restos y los del pequeño Alekséi. Este hallazgo puso fin de manera definitiva al misterio conspiranóico en torno a si Anastasia había sobrevivido o no a la masacre de su familia.
La búsqueda de la verdad sobre Anastasia Romanov, alimentada por especulaciones y falsas pretensiones, concluyó con el descubrimiento y la confirmación científica de los restos de la familia imperial rusa. La tragedia que envolvió a los Romanov en la casa Ipatiev llegó a su conclusión, dejando atrás el mito y todas las conspiraciones de una posible supervivencia y cerrando el capítulo de incertidumbre que marcó gran parte del siglo XX. La verdad, finalmente revelada por la ciencia, ofrece un cierre a la historia de Anastasia y su familia, permitiendo que su memoria descanse en paz.
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El PELADO Investiga
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