ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 68 | 15.11.2024

EL SECRETO DE LA RESURRECCIÓN: LUZ EL HUESO DEL JUICIO FINAL

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Cuando la ciencia y la religión se entrecruzan, a menudo emergen teorías sorprendentes, a veces incluso descabelladas, que buscan justificar los aspectos más enigmáticos de los relatos bíblicos, adaptándolos, aunque sea forzadamente, a las nuevas hipótesis sobre el universo. Uno de estos debates cruciales se centra en el Día del Juicio Final y en un hueso que, según la creencia, todos los seres humanos albergamos en nuestro cuerpo, lo que nos permitiría ser evaluados de manera precisa y oportuna por la justicia divina.

En esencia, se afirma que los fallecidos se levantarán de sus sepulcros para ser juzgados en el Apocalipsis. Esto plantea desafíos, entre ellos, el hecho de que los cuerpos se descomponen con el tiempo, degeneran y, finalmente, desaparecen por completo. Entonces surge la interrogante: ¿cómo podría alguien que vivió en la Antigua Grecia o en la Edad de Piedra, cuyos cuerpos han sido totalmente desintegrados por los gusanos y el paso de los siglos, levantarse de la tumba?

Ante este dilema, algunos eruditos encontraron una solución en los mitos hebreos, aunque no exenta de cierta tosquedad. Según el Talmud, cada ser humano alberga en su cuerpo un hueso llamado “Luz”, que se distingue por su indestructibilidad y la capacidad de permanecer inalterado hasta el Día del Juicio Final. Esta singularidad, posibilitaría la reconstrucción de nuestros cuerpos tal como eran antes de morir. De esta manera, se sortea la incómoda realidad de la degradación corporal, aunque esta teoría se sustente en una interpretación algo osada de un pasaje del Génesis, donde "Luz" claramente alude a un lugar y no a un hueso.

Un antiguo texto hebreo prohibido, cuenta una anécdota reveladora sobre este asunto. Durante una invasión a Judea, el emperador romano Adriano consultó al rabino Yehoshua sobre cómo Dios resucitaría a los muertos en el Día del Juicio.

—A través de la Luz —respondió el rabino.

Insatisfecho, el emperador exigió una explicación más convincente. Yehoshua le entregó un hueso y lo desafió a romperlo. A pesar de someterlo al fuego y golpearlo con un martillo en vano, el emperador no pudo destruirlo. Esta teoría generó cierto revuelo en el mundo cristiano, aunque muchos estuvieron dispuestos a aceptarla. No obstante, el mayor desafío radicaba en determinar la ubicación de este hueso indestructible en nuestro cuerpo.

Los rabinos afirmaban que se hallaba en la parte baja de la espalda, con tamaño y forma semejantes a un guisante. Los filósofos gentiles, por su parte, especulaban que Luz era una vértebra o incluso el sesamoideo del dedo gordo del pie. En la Edad Media, se llegó a creer que formaba parte de uno de los huesos triangulares en la parte superior del cráneo. Finalmente, en 1728, se dio una respuesta definitiva en el libro "La religión de un librero" de John Dunton.

En esta obra se sostiene que los talmudistas creían que Luz permanece incorruptible hasta el Día del Juicio Final y que en su núcleo reside un código, una síntesis, capaz de reconstruir todo nuestro organismo. Aunque desconocían la existencia del ADN, los talmudistas explican que, durante el Juicio Final, Luz será impregnado por un Rocío Celestial, dispersando la Virtud divina y activando el código oculto en su interior.

Una vez activado, Luz atraerá todos los átomos que alguna vez formaron parte del cuerpo, incluso si están dispersos en los rincones más remotos del universo, organizándolos en la misma secuencia que tenían antes de su disolución. Aunque John Dunton comenta esta posibilidad, no la respalda por completo. En última instancia, la existencia de Luz no responde a una necesidad operativa, sino a una cierta desprolijidad inadmisible en los eventos que tendrán lugar en el Apocalipsis.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 42

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