ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 69 | 22.11.2024

¿POR QUÉ OLVIDAMOS NUESTROS SUEÑOS?


A pesar de lo complicado que resulta establecer una estadística exacta sobre los sueños, lo cierto es que, en promedio, las personas olvidan aproximadamente el 95% de lo que sueñan. De hecho, si un sueño no se consolida en la memoria durante los primeros cinco minutos tras despertar, la mayoría de sus detalles se disipan casi por completo, quedando solo rastros vagos de personajes imprecisos, sensaciones que carecen de contexto y algún atisbo borroso de escenas intensas o aterradoras. Con el paso de las horas, incluso estos vestigios suelen desvanecerse.

Hay quienes logran recordar sus sueños con gran claridad, como si fueran experiencias tan vívidas y valiosas como las que vivimos despiertos. ¿Por qué algunas personas pueden recordar sus sueños y otras los olvidan de inmediato al despertar?

El funcionamiento del cerebro durante el sueño, en especial cuando hablamos de la intensidad y la carga emocional de los sueños, guarda relación con áreas que también actúan durante la vigilia. Para explicarlo de forma más comprensible, nuestro cerebro utiliza los mismos mecanismos tanto cuando estamos despiertos como cuando soñamos; lo que cambia es el modo en que se procesan los estímulos.

Durante los sueños más profundos, particularmente en la fase conocida como REM, las ondas cerebrales presentan algunas diferencias con respecto a las que experimentamos estando despiertos. Aunque el cerebro sigue procesando la información, las conexiones neuronales encargadas de registrar lo que llamamos “memoria” no están completamente sincronizadas, lo que provoca que gran parte de lo que soñamos se pierda.

Ahora bien, si esta desincronización fuera la única causa, nadie podría recordar sus sueños. Sin embargo, la realidad es que tanto los que recuerdan detalladamente como aquellos que no lo hacen, existen.

La respuesta parece estar en una región específica del cerebro llamada la “unión temporoparietal”, que se encuentra en el cruce entre los lóbulos temporal y parietal. Esta área no tiene la misma actividad en todas las personas. Aquellos que recuerdan mejor sus sueños son precisamente quienes tienen una mayor actividad en esta región.

Este nivel de actividad cerebral mientras dormimos produce dos efectos deseables: un mejor descanso físico y mental, y lo que podríamos llamar un estado de alerta parcial dentro del sueño. No estamos hablando aquí de los sueños lúcidos, sino de una ligera vigilia que permite al cerebro del soñador procesar estímulos visuales y auditivos de manera más consciente.

Pero si el cerebro no puede consolidar recuerdos mientras dormimos, ¿cómo es posible que algunos logren recordarlos? 

Lo que parece suceder es que quienes recuerdan sus sueños experimentan despertares breves y casi imperceptibles durante la noche. Estos despertares, aunque muy sutiles, permiten que los sueños se registren en la memoria, al menos en parte.

Es importante señalar que el cerebro, mientras dormimos, no puede grabar nueva información como lo hace cuando estamos despiertos. Necesita un estado consciente para hacerlo, aunque no siempre se trate de un despertar completo.

Cuando generamos un recuerdo, el primer paso ocurre en el hipocampo, donde se almacena temporalmente. Luego, el recuerdo se transfiere al neo córtex y se fragmenta para ser distribuido a otras áreas del cerebro. Durante el sueño, este proceso de sincronización se interrumpe. De hecho, una parte importante del descanso se debe a esta desorganización cerebral, que permite al cerebro recuperarse y prepararse para un nuevo ciclo de actividad al despertar.

Ahora bien, me gustaría llevar esta reflexión a un plano más profundo desde una perspectiva espiritual, basándonos en algunos pasajes bíblicos que abordan el papel de los sueños en la vida de los creyentes.

En las Escrituras, los sueños ocupan un lugar relevante. En el Nuevo Testamento, aunque el enfoque varía con respecto al Antiguo Testamento, los sueños continúan siendo un canal de comunicación espiritual. Mientras que en los tiempos antiguos se presentaban principalmente como mensajes directos de Dios, en el Nuevo Testamento los sueños también se vinculan con la guía del Espíritu Santo y la confirmación de la voluntad divina.

En el evangelio de Mateo (1-20), encontramos a José, el esposo de María, quien recibe en sueños la revelación sobre la concepción milagrosa de Jesús a través de un ángel. Este sueño no solo confirma la voluntad de Dios para su vida, sino que lo prepara para cumplir con la misión divina que le espera.

Otro caso se presenta en Mateo 27-19, donde la esposa de Poncio Pilato tiene un sueño inquietante relacionado con el juicio de Jesús. Aunque este sueño no se manifiesta como un mensaje divino directo, sirve como advertencia para Pilato, quien, a pesar de ello, cede ante la presión de los líderes religiosos.

Asimismo, en el libro de los Hechos (10, 9-16), el apóstol Pedro tiene un sueño revelador en el que se le muestra que el mensaje del Evangelio no está reservado solo para los judíos, sino que debe ser predicado a todas las naciones. Este sueño amplía la misión de la Iglesia primitiva y prepara a Pedro para los desafíos futuros.

Desde la perspectiva bíblica, los sueños no solo son un reflejo de nuestros pensamientos y emociones, sino también una manera en que Dios puede hablar, guiar y preparar a sus hijos para cumplir con su propósito.

Entonces, si los sueños pueden conmovernos, atemorizarnos o brindarnos una sensación de plenitud tan intensa como la vigilia, ¿olvidarlos no significa también perder una parte esencial de nuestra vida? Incluso aquellos que recuerdan con detalle sus sueños pueden no comprender su verdadero significado, el cerebro tiene mecanismos de protección muy sofisticados que limitan nuestro acceso a ciertas áreas de nuestra mente. Tal vez esos sueños que olvidamos o reprimimos contengan más de lo que podemos manejar en nuestra vida consciente.

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El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 63

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