ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 121 | 12.12.2025

LA RIFA DEL VIENTO

En 1983, mientras la Argentina caminaba lentamente hacia la recuperación de la democracia, Luis Alberto Spinetta grababa un álbum que parecía anticipar la respiración de un país que volvía a despertar. Ese disco se llamó Mondo di cromo, y fue presentado apenas una semana antes de que Raúl Alfonsín asumiera la presidencia. No fue un simple lanzamiento musical, fue una postal emocional de una época suspendida entre la memoria del miedo y la promesa del futuro.

En ese contexto nace “La rifa del viento”. No como un himno, sino como una escena íntima, casi cinematográfica. La canción abre con una frase que no grita, que no acusa, que simplemente observa.

Primer bloque de análisis de la letra
“Tía, qué hermoso día hoy, veo que azula el horizonte gigante.”
No es solo una imagen visual. Es una respiración. Es el cielo estirándose como un pulmón inmenso sobre el pecho de quien canta. El horizonte no es un lugar, es una posibilidad. “Azular” no es un verbo habitual, pero ahí funciona como una acción viva: el mundo se tiñe, se abre, se vuelve habitable.

“La calle deja de ser calle. Se vuelve promesa. Se vuelve borde. Nena, lléname este cupón, es que quiero ver si acaso gano algo en la rifa del viento.”
La metáfora central aparece sin disfraz. La vida reducida a una rifa, a un boleto frágil, a una esperanza absurda pero necesaria. No se apuesta dinero. Se apuesta destino. Se apuesta fe. El viento es juez y verdugo. No mira, no responde, no promete nada. Hay algo conmovedor en ese gesto tan pequeño: pedir que llenen un cupón. No hay grandes gestas heroicas, hay un deseo mínimo de que algo, una sola vez, salga bien.

“Vos no te sacrifiques más. Tu cuerpo está completo.”
Este verso es una caricia, pero también una advertencia. El sacrificio parece algo cultural, heredado, inevitable. Y de pronto aparece esta voz que dice basta. No hace falta quebrarse, no hace falta desaparecer para ser amado. El cuerpo es presentado como un templo terminado. Listo. Suficiente.

Segundo bloque de análisis de la letra
“Tu cuerpo está distinto y pleno, tan pleno.”
Acá no hay erotismo violento, hay reconocimiento. La plenitud no es perfección, es honestidad. Es presencia. Es habitarse sin pedir permiso. El cuerpo como territorio reconciliado.

“Y es que la luz te ideó junto a la nieve.”
La imagen es casi mística. La luz no ilumina: diseña. Crea. Dibuja. La nieve no enfría, consagra. Hay una pureza que no es naíf, es una pureza consciente, elegida, sufrida.

Y entonces aparece el último movimiento, el más inquietante.

“Negra, vení, sentate aquí antes de que el sol consuma tu naranja abierta en la tarde.”
El tiempo irrumpe. El sol ya no es refugio: es amenaza. Consumir no es iluminar, es devorar. La “naranja abierta” es la herida del día, el jugo expuesto de la emoción, la fragilidad de estar vivo demasiado tiempo bajo la luz. Este es el corazón de la canción: el amor como urgencia, la belleza como algo que puede quemarse, la tarde como un borde peligroso.

“La rifa del viento” no fue un éxito de rankings, pero fue un éxito secreto. De esos que no se gritan, se susurran. Sigue viva porque seguimos apostando, seguimos llenando cupones invisibles, seguimos pidiendo que alguien se siente antes de que algo nos consuma.

Y cuando termina, queda una sensación que no se puede explicar con palabras. Solo con silencio. Solo con ese viento que sigue soplando, llevándose todo… menos la necesidad de seguir jugando.

Tema musical incluido en el #expediente 121, del 12.12.2025

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 121

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