Nacido en 1734 en un pequeño pueblo del suroeste de Alemania, este médico tuvo una formación variada antes de dedicarse a la medicina. Estudió teología y derecho, pero finalmente se doctoró en la Universidad de Viena con una tesis titulada "Sobre la influencia de los planetas en el cuerpo humano", donde planteaba que las fuerzas gravitacionales de los astros influían en la salud. Se cree que parte de su trabajo estaba basado en ideas previas de otro médico, sin reconocimiento explícito. A partir de esta premisa, desarrolló su teoría más conocida: el magnetismo animal.
A los 33 años, comenzó a ejercer como médico en Viena, pero pronto se sintió insatisfecho con las prácticas médicas tradicionales, a las que consideraba ineficaces y agresivas. Su carrera tomó un giro decisivo tras atender a una paciente con histeria. Según su relato, logró aliviar sus síntomas transfiriendo lo que él denominaba magnetismo animal mediante el uso de imanes. Este episodio le otorgó cierta notoriedad, pero tras un controvertido caso de ceguera psicógena, su credibilidad fue puesta en duda y decidió trasladarse a París en 1777. Allí entrenó a varios seguidores y buscó el reconocimiento de la comunidad científica, generando tanto admiración como críticas. Finalmente, terminó exiliado en Suiza.
A pesar de su fallecimiento en 1815, su método continuó expandiéndose a través de sus discípulos, algunos de los cuales eran médicos reconocidos. Con el tiempo, del magnetismo animal y de los intentos por refutar sus hipótesis surgió el campo de la hipnosis, aunque siempre marcado por la controversia asociada a su figura. Según su teoría, los seres vivos poseemos un fluido invisible que regula el sistema nervioso, y cuyo desequilibrio causa enfermedades. Para restaurar la salud, era necesario manipular este magnetismo. En sus inicios, utilizaba imanes para alterar la concentración de este fluido en distintas partes del cuerpo. Creía que podía transferir su propia energía magnética a los pacientes, pero con el tiempo abandonó los imanes y adoptó procedimientos aún más extravagantes.
Según su visión, el fluido animal circulaba de manera natural, pero en ciertos casos se producían bloqueos. Para restablecer el flujo, era necesario inducir crisis a través de individuos con altos niveles de magnetismo, como él y sus discípulos. Su teoría debe entenderse dentro del contexto del siglo XVIII, una época en la que el concepto de magnetismo y la idea de un fluido universal aún eran debatidos por alquimistas y científicos. También estaban en boga las teorías sobre el éter, promovidas por físicos influyentes. Durante sus sesiones, se sentaba frente a los pacientes, los miraba fijamente a los ojos y realizaba movimientos con sus manos sobre el cuerpo del enfermo, ejerciendo presión en determinadas zonas. En algunos casos, estas prácticas provocaban convulsiones o episodios que él interpretaba como crisis curativas. Para concluir sus sesiones, solía tocar una armónica de vidrio.
Con el tiempo, comenzó a aplicar sus técnicas en sesiones grupales, dirigidas principalmente a aristócratas que buscaban más un espectáculo que una cura. En estas reuniones, utilizaba un recipiente con varas de hierro que los participantes debían tocar en las zonas afectadas de su cuerpo. A pesar de lo inusual de sus métodos, logró mejorar síntomas de trastornos de origen psicológico, como la histeria. Aunque su teoría carecía de base científica, el efecto placebo y la autosugestión explican su eficacia en algunos casos, algo que posteriormente ha sido confirmado por la ciencia.
Tras su muerte, la interpretación de sus prácticas cambió. Se dejó de lado la idea de un fluido magnético y se empezó a estudiar el control de la conducta de los pacientes. Aun así, algunos médicos adoptaron sus métodos para tratar afecciones psicógenas o incluso como una forma primitiva de anestesia. Sin embargo, con la llegada de los anestésicos químicos, este uso quedó obsoleto. El verdadero punto de inflexión llegó con un cirujano escocés, quien acuñó el término hipnotismo y sostuvo que el estado hipnótico dependía de las condiciones físicas y mentales del paciente, descartando la idea de un magnetismo abstracto. No obstante, reconoció la efectividad de la técnica en ciertos casos.
A lo largo de los siglos XVIII y XIX, el magnetismo continuó vigente en círculos más esotéricos. Surgió la figura del magnetizador, individuos que empleaban imanes y gestos similares basándose en interpretaciones pseudocientíficas. Con el tiempo, los seguidores de estas prácticas fueron desacreditados por la comunidad científica. A pesar de ello, la hipnosis ha logrado consolidarse como una herramienta terapéutica complementaria, validada por la ciencia y desligada del misticismo que la rodeó en sus inicios.
Recopilación
El PELADO Investiga
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