ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 115 | 31.10.2025

JACK, EL DE LA LINTERNA


En la oscuridad de los caminos rurales, cuando el viento sopla desde los pantanos y la neblina se pega al suelo como un suspiro que no se va, a veces se ve una luz que flota sin dueño. Es pequeña, temblorosa, pero imposible de ignorar. No se acerca ni se aleja del todo. Se dice que esa luz es un alma que perdió su camino. Se dice que pertenece a un hombre llamado Jack.

La historia de “Jack, el de la Linterna”, el vagabundo condenado a vagar con su lámpara por toda la eternidad, no nació en los Estados Unidos, ni en las calabazas anaranjadas de los suburbios. Nació en Irlanda, en una época en la que las noches eran más largas y la superstición, más fuerte que la razón. Jack no era un héroe ni un villano. Era un hombre común, pero su nombre quedó grabado entre los límites del cielo y el infierno.

Lo llamaban “Jack el Tacaño”. Un borracho, un tramposo, un alma astuta que engañaba a todos: amigos, enemigos, incluso al diablo. Una noche, según cuenta la leyenda, el demonio vino a reclamarlo. Jack, sin perder la calma, lo invitó a tomar una última copa. Pero cuando llegó el momento de pagar, Jack convenció al diablo de transformarse en una moneda para saldar la cuenta. El demonio aceptó, divertido por el descaro. Entonces Jack guardó la moneda en su bolsillo, donde tenía una cruz de plata. El diablo, atrapado, rugió, incapaz de volver a su forma.

Jack le prometió liberarlo, pero solo si le daba su palabra de no reclamar su alma durante diez años. El diablo, furioso pero vencido, aceptó. Pasó el tiempo y Jack volvió a su vida de engaños y borracheras. Una década después, el demonio regresó, puntual. Jack, resignado, pidió un último deseo: una manzana de un árbol cercano. El diablo trepó para buscarla. Mientras tanto, Jack talló una cruz en el tronco, sellando su destino otra vez. El trato fue claro: nunca más su alma sería enviada al infierno.

Cuando Jack murió, los cielos se negaron a recibirlo. No había sido un hombre justo. Pero el infierno tampoco podía reclamarlo, porque el pacto lo prohibía. Así, quedó en medio, en ese espacio donde no hay arriba ni abajo, solo el errar eterno. El diablo, riendo ante la ironía, le arrojó un carbón encendido para que iluminara su camino en la oscuridad. Jack lo colocó dentro de un nabo vacío para que no se apagara. Desde entonces, vaga con esa luz titilante, buscando un hogar que ya no existe.

En Irlanda y Escocia, los campesinos contaban que durante la noche de Samhain —cuando el velo entre los vivos y los muertos se adelgaza—, Jack salía con su linterna a recorrer los caminos, buscando almas que se le unieran. Para protegerse de él, las familias tallaban caras grotescas en nabos y los colocaban frente a sus casas, con velas en su interior. Eran faros de advertencia, imitaciones del fuego que guiaba al errante. No eran decoración: eran amuletos. Cada rostro tallado era un recordatorio del castigo de Jack, y un intento de alejar su sombra.

Con la migración irlandesa a América en el siglo XIX, la leyenda cruzó el océano. Los nabos escaseaban, pero las calabazas —grandes, blandas, fáciles de tallar— abundaban. Así nació el símbolo moderno de Halloween: el rostro luminoso, mitad sonrisa, mitad grito. La historia se simplificó, el mito se volvió fiesta. Pero el alma de Jack siguió allí, dentro de cada llama.

El simbolismo de la linterna es tan antiguo como la humanidad. Representa la conciencia que intenta no apagarse, la chispa que sobrevive en la oscuridad. En Jack, esa luz no es redención, sino castigo. No ilumina su camino: lo condena a ver. Es el fuego del conocimiento sin descanso, el peso de la propia astucia que termina volviéndose en contra. En su historia, la inteligencia no salva, solo prolonga el exilio.
En muchas versiones del mito, se dice que Jack aún se aparece como una esfera de fuego que danza sobre los pantanos. A esas luces errantes los campesinos las llamaron “Las luces del necio”. Quien las sigue, dicen, se pierde. Las linternas de los muertos atraen a los vivos a su mismo destino. Así, Jack no solo camina solo, sino que arrastra a otros a su condena.

El mito de “Jack, el de la Linterna” es, en el fondo, una parábola sobre el límite: entre astucia y soberbia, entre salvación y condena. Jack quería engañar al diablo, y terminó engañándose a sí mismo. Quiso evitar el infierno, pero creó uno personal. Su luz, que parecía victoria, es la prisión más cruel: brillar sin encontrar nunca el fin del camino.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 115

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