En la década de 1930, un inglés llamado Stevens Higgins se embarcó en una travesía que desencadenaría una serie de eventos inexplicables y oscuros, rodeando la adquisición de dos tiki, Moana y Heiata, de la isla de Raivavae, en la Polinesia Francesa. Estas estatuas, un tiki masculino (Moana, que significa océano) y un tiki femenino (Heiata, que se traduce como corona de nubes, de cielo), fueron adquiridas con la intención de exhibirlas en el Museo de Papeete, en la capital de Polinesia, Tahiti.
El traslado no fue tan sencillo como se esperaba. Desde el principio, la goleta llamada "Denise", encargada de transportar las estatuas, experimentó problemas en alta mar. La tripulación, atemorizada por estos eventos inusuales, solicitó la compañía de un miembro de la familia del escultor para acompañarlos en el viaje hasta Papeete. A pesar de los desafíos, los tikis fueron finalmente instalados en Mamao, en el emplazamiento del antiguo Centro Hospitalario de la capital de la Polinesia.
Sin embargo, la llegada de Moana y Heiata marcó el inicio de fenómenos paranormales. Según la tripulación, el mar se teñía de rojo, y los rumores sobre una posible maldición comenzaron a circular. Dos meses después, Stevens Higgins, el comprador y dueño de los tikis, cayó gravemente enfermo de hepatitis. Los rumores sobre la maldición se intensificaron cuando Higgins, influenciado por amigos y temeroso por su salud, juró devolver las estatuas a su lugar de origen. Sin embargo, no cumplió su promesa. Aunque se recuperó de su enfermedad inicial, murió en 1936, seguido por la muerte de su hermana unos meses después. La población asoció estas tragedias con la supuesta maldición de los tikis.
La historia tomó un giro más oscuro cuando, en 1965, un grupo de jóvenes de las Islas Marquesas aceptó la tarea de trasladar las estatuas al Museo de Papeari. A pesar de las advertencias y el temor generalizado, estos jóvenes parecían no tomarse en serio la posible maldición. Durante el traslado, utilizaron utensilios de hierro para destruir los zócalos sobre los que descansaban, incluso maniataron y pisotearon a los tikis.
Las consecuencias fueron impactantes. Tres de los diez jóvenes marqueses murieron en circunstancias misteriosas en las dos semanas siguientes al traslado, dos de ellos de manera súbita y otro en un accidente de tráfico. Un testigo relató que uno de los jóvenes sugirió en broma arrojarlos al mar, y poco después, este mismo joven murió ahogado. Otro, que se burló de las estatuas, enfermó del estómago, y otro más quedó paralizado. La lista de tragedias relacionadas con los tikis continuó a lo largo de los años. En 1977, Jean Sicurani, responsable de un traslado anterior, murió de leucemia fulminante. Las historias se multiplicaron, incluyendo casos de embarazos inexplicables, accidentes y enfermedades.
La última anécdota escalofriante se remonta a un automovilista llamado Steve Juventin, nieto del capitán de la goleta que transportó a Moana y Heiata. Mientras conducía por la costa este de Tahiti, una piedra golpeó su cabeza de manera misteriosa, causándole la muerte. Testigos describieron la piedra como la cabeza de un tiki. El misterio de la maldición persiste, alimentando las creencias en lo paranormal y suscitando la cautela en torno a estas estatuas. La conexión entre la energía espiritual, la cultura polinesia y los eventos trágicos parece envolver a Moana y Heiata en una historia que desafía las explicaciones racionales. Aunque algunos puedan atribuir estas tragedias a meras coincidencias, la persistencia de los rumores y la cautela en torno a los tikis continúan generando intriga y asombro en Polinesia.
Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 22