En la infancia, los días parecen interminables, los veranos duran eternamente y las vacaciones parecen no tener fin. Sin embargo, a medida que envejecemos, el tiempo parece acelerarse, los veranos se convierten en un suspiro y las vacaciones se esfuman antes de que nos demos cuenta. ¿Por qué ocurre esto?
Nuestro cerebro es capaz de fraccionar el tiempo en unidades, desde años hasta milisegundos. Esta habilidad es lo que nos permite tener una percepción del tiempo, aunque dicha percepción es completamente subjetiva y puede variar dependiendo de las circunstancias. La percepción del tiempo no es precisa. A veces sentimos que el tiempo vuela, como en los momentos placenteros, y otras veces se arrastra, como en situaciones estresantes o aburridas. Esta variabilidad se debe a cómo nuestro cerebro procesa los eventos que vivimos.
Durante décadas, se pensó que nuestro cerebro tenía un "cronómetro interno" que marcaba el paso del tiempo de manera uniforme. Sin embargo, a diferencia de otros sentidos, como la vista o el tacto, que tienen áreas específicas en el cerebro para procesar información, el sentido del tiempo no se encuentra en una sola región del cerebro. En cambio, está distribuido por toda la red neuronal, lo que significa que nuestra percepción del tiempo es influenciada por múltiples factores.
Por ejemplo, en situaciones de estrés o peligro, la amígdala, la parte del cerebro relacionada con las emociones, altera la forma en que registramos esos eventos. Durante estos momentos, el cerebro graba en alta definición, creando recuerdos más vívidos y detallados. Esto puede hacer que, al recordar un evento estresante, parezca que duró más de lo que realmente duró.
Un fenómeno común relacionado con la percepción del tiempo es la “percepción prospectiva del tiempo”. Esto ocurre cuando anticipamos un evento, como esperar que el agua hierva. En estos casos, como ya sabemos qué va a pasar, el cerebro se enfoca en el momento final del evento, lo que hace que el tiempo parezca pasar más lento. Por otro lado, cuando estamos muy concentrados en algo y no sabemos cómo terminará, como un partido de fútbol, el cerebro se enfoca en el presente, haciendo que el tiempo parezca acelerarse.
Otro fenómeno es la “percepción retrospectiva del tiempo”, que ocurre en situaciones monótonas. Cuando no hay estímulos nuevos, el cerebro registra la realidad en baja resolución o, en algunos casos, apenas la registra. Esto puede hacer que el tiempo parezca arrastrarse o incluso detenerse por completo.
Entonces, ¿cómo podemos cambiar nuestra percepción del tiempo? Aunque no podemos detener el reloj, sí podemos desafiar la forma en que nuestro cerebro percibe el paso del tiempo. Cuando somos jóvenes, todo es nuevo y el cerebro trabaja intensamente para procesar y aprender de estas nuevas experiencias. Por eso, los veranos de la infancia parecen interminables. Sin embargo, a medida que envejecemos y las experiencias se vuelven más predecibles, el cerebro gasta menos energía en procesarlas, lo que hace que el tiempo parezca pasar más rápido.
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