No es un error tener riquezas, ni una virtud carecer de ellas, como a menudo se ha insinuado desde ciertos sectores de pensamiento. El verdadero problema radica en acumular dinero con fines egoístas, impidiendo su circulación natural para que llegue a quienes lo necesitan. Aquellos que ponen sus recursos al servicio del bienestar colectivo representan un verdadero pilar para la sociedad.
Si prevaleciera en todos nosotros, la llamada "conciencia de pobreza", el mundo enfrentaría una miseria generalizada. Este pensamiento negativo afecta incluso a la naturaleza, que en respuesta retendría su generosidad, dejando a muchos en el hambre y la escasez. Por eso, es fundamental fomentar una conciencia de prosperidad, especialmente en tiempos donde el tema del dinero preocupa y los mercados parecen estar en constante desequilibrio. Si se requiere más dinero, es clave planificar cómo será utilizado, pues con un propósito claro, su llegada no tardará en manifestarse.
Quien trabaja confiando en los designios del Padre sabe que nada se pierde ni se pide en vano. La obra divina no solo se inspira, también recibe los medios necesarios para concretarse. Por eso, es esencial transformar el dinero en una fuerza activa, capaz de impulsar el bienestar espiritual de las personas. Cuando se utiliza con generosidad y sin egoísmo, el dinero se ennoblece, convirtiéndose en una herramienta de bien que se renueva constantemente, como una fuente inagotable.
El problema radica en que la humanidad ha hecho del dinero su objetivo principal, acumulándolo con fines personales y materiales de poco valor. Sin embargo, aquel que lo emplea de manera altruista demuestra dos verdades esenciales: primero, que los recursos son inagotables cuando se destinan al progreso común; y segundo, que el dinero acumulado sin propósito se convierte en un peso inútil que eventualmente asfixia a quien lo atesora sin medida.
Es muy importante que las personas interioricen estas verdades, el entorno y el mundo comenzarán a transformarse. La sociedad avanzará hacia un estado más elevado, entendiendo que el origen de los males actuales reside en el egoísmo, tanto individual como colectivo, alimentado por el temor al futuro. Este miedo actúa como un freno, limitando el flujo de lo que podría compararse con la sangre de un país: el dinero.
Poseer riquezas, conocimientos o cualquier clase de bienes conlleva una gran responsabilidad. Este compromiso implica poner lo que se tiene, sea lo que sea, al servicio del bienestar general. Solo así se podrá reducir el egoísmo y el temor, que son las raíces de gran parte del sufrimiento físico y emocional de la humanidad. Aunque las capacidades de las personas son diferentes, todas son iguales ante el Creador, quien otorga a cada uno sabiduría divina para llevar una vida en continuo desarrollo. Este avance se acelera cuando el egoísmo desaparece y se disipa el miedo a lo que está por venir.
Es por esto que resulta esencial que cada persona reflexione sobre el papel del dinero en su vida, especialmente en relación con el trabajo espiritual. Preguntas como estas pueden ayudar en este ejercicio personal:
1. ¿Cómo considero el dinero? ¿Lo percibo como un recurso espiritual o meramente material?
2. ¿Cuál es mi responsabilidad respecto al dinero que manejo?
3. ¿Estoy administrándolo de manera consciente?
La reflexión sobre estas cuestiones abre la puerta a un uso correcto del dinero, visualizándolo como un torrente dorado que fluye hacia el control de las fuerzas de la luz, alejándose de las manos del materialismo. Este cambio de enfoque no solo transforma nuestras vidas, sino que contribuye al despertar espiritual de la humanidad.
No debemos olvidar las palabras de Jesús, que nos recordó en Mateo 21-22: “Todo lo que pidan en la oración con fe, lo alcanzarán”. La fe, unida a un propósito claro y al uso consciente de los recursos, puede ser la llave para redimir a la humanidad, llevando a un futuro donde el dinero se convierta en un medio para servir, y no en un fin en sí mismo.
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