ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 72 | 20.12.2024

LA SANGRE EN EL PAGANISMO Y EL CRISTIANISMO


Los misterios de la fe están profundamente ligados a la sangre. Por esta razón, no es sorprendente que los ritos religiosos hayan estado tradicionalmente asociados con sacrificios, ya sean reales o simbólicos, que buscaban expiar pecados o satisfacer demandas divinas. Desde las antiguas deidades hasta los relatos de vampiros, la sangre siempre ha sido vista como un elemento de inmortalidad y poder.

En las antiguas creencias, tanto los sacerdotes como los hechiceros reverenciaban este líquido vital y lo ofrecían en abundancia. Todas las religiones han realizado alguna forma de sacrificio relacionado con él. Deidades como Moloch y Jehová, aunque distintas en su práctica, compartían esta conexión con la sangre como medio de adoración. Incluso, durante la Edad Media, los monjes cristianos practicaban la sangría, un acto que, aunque médico, guarda resonancias con los ritos realizados por los sacerdotes de Baal en épocas remotas. La sangre, entonces, no solo representaba vida, sino también tragedia, juicio y el cumplimiento de oráculos.

El cristianismo, al igual que los cultos paganos, está impregnado de esta relación con la sangre. Abel, el hijo de Adán y Eva, puede ser considerado el primer sacerdote en realizar un sacrificio basado en este fluido sagrado. Según las Escrituras, ofrecía las primicias de su rebaño al Señor, mientras que su hermano Caín presentaba únicamente frutos de la tierra. Dios, al rechazar la ofrenda vegetal de Caín y aceptar la de Abel, estableció una preferencia que, paradójicamente, no protegió al menor de los hermanos. Caín, llevado por el resentimiento, derramó la sangre de Abel, marcando así el primer sacrificio humano.

Deidades como Astaroth y Asmodeo, conocidas por su insaciable deseo de sangre, tienen su contraparte en el Dios del Antiguo Testamento. En múltiples relatos, se describe cómo aceptaba ofrendas humanas y animales.

Por ejemplo, Josué entregó a Dios los cuerpos de monarcas vencidos: “Después de esto, Josué los mandó matar y los hizo colgar de cinco árboles. Allí quedaron suspendidos hasta la tarde, y a la puesta del sol, Josué mandó que los descolgaran de los árboles. Luego los arrojaron en la cueva donde habían estado escondidos, y a la entrada de la misma pusieron grandes piedras, que todavía están allí” (Josué 10:26-27);

Jefté sacrificó a su propia hija: “Entonces hizo al Señor el siguiente voto: Si entregas a los amonitas en mis manos, el primero que salga de la puerta de mi casa a recibirme, cuando yo vuelva victorioso, pertenecerá al Señor y lo ofreceré en holocausto [...] Cuando Jefté regresó a su casa, en Mispá, le salió al encuentro su hija, bailando al son de panderetas. Era su única hija; fuera de ella, Jefté no tenía hijos ni hijas. Al verla, rasgó sus vestiduras y exclamó: «¡Hija mía, me has destrozado! ¿Tenías que ser tú la causa de mi desgracia? Yo hice una promesa al Señor, y ahora no puedo retractarme” (Jueces 11:30-31, 34-35);

Y por último Samuel ejecutó al rey Agag sobre una piedra sagrada en Galgal: “Luego dijo Samuel: «Tráiganme a Agag, rey de los amalecitas». Agag se acercó a él muy complacido, pensando: «Seguramente, me he librado de la amargura de la muerte». Pero Samuel dijo: «Como tu espada ha dejado sin hijos a tantas mujeres, así tu madre quedará sin su hijo entre las mujeres». Y descuartizó a Agag delante del Señor, en Guilgal” (1 Samuel 15:32-33)

El monoteísmo introdujo una perspectiva única, reemplazando los rituales de las religiones paganas por una concepción más abstracta, pero no menos severa, del castigo y la expiación. Los antiguos griegos, con su visión menos rígida de la moral, se habrían burlado de la idea de un Dios innegociable y de un castigo eterno. La llegada de Jesús marcó una transformación radical en este paradigma. Donde antes se requería el sacrificio de otros, ahora se enfatizaba el sacrificio de uno mismo. Esta revolución espiritual cambió el foco: ya no se trataba de matar para sobrevivir, sino de morir para dar vida a los demás.

Jesús trajo consigo un mensaje de sacrificio personal. Su muerte en la cruz no fue solo un acto de entrega, sino el pago definitivo para redimir a la humanidad. A partir de ese momento, cada individuo fue llamado al arrepentimiento y a la renovación espiritual, convirtiendo el sacrificio en un acto personal y voluntario, donde incluso los más grandes pecadores podían hallar redención.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 73

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