ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 72 | 20.12.2024

STALIN Y EL FALSO LEGADO DE LOS MONGOLES


El dictador soviético Stalin tenía una obsesión que lo impulsaba: deseaba poseer los restos del famoso conquistador mongol del siglo XV, Amir Timur Gorgan, conocido por la mayor parte del mundo como Tamerlán. Su intención era mostrar evidencias que probaran que los soviéticos descendían de aquella poderosa y temible estirpe mongola y, de esta forma, reclamarse como los herederos legítimos de Asia Central. Durante la segunda mitad del siglo XIV, Tamerlán, quien fue sucesor del gran Gengis Khan, arrasó miles de poblaciones y expandió su imperio a costa de un brutal costo humano: alrededor de 17 millones de vidas, lo que representaba el 5% de la población de la época.

La magnitud del imperio chino representaba un obstáculo abrumador: los suministros escaseaban y las comunicaciones eran extraordinariamente complicadas. Todo esto se complicaba aún más por el duro invierno. Para ese momento, Tamerlán ya era un anciano de 68 años y murió tras una enfermedad. Fue enterrado en el imponente Mausoleo de Gur-e Amir (la tumba del rey) en Samarcanda, la capital del imperio Timúrida, que hoy se encuentra en Uzbekistán. La obsesión de Stalin por localizar su tumba era algo que arrastraba desde tiempo atrás. Para él, era un héroe que simbolizaba el indomable espíritu de lucha y resistencia de los soviéticos.

Además, creía que encontrar el lugar de descanso del conquistador podría brindar riqueza para la URSS, ya que se especulaba que en ella se habían ocultado grandes tesoros. El 19 de junio de 1941, la tumba fue abierta. Los restos, embalsamados con almizcle, agua de rosas y paños de lino, se encontraban en un ataúd de madera de ébano. Al igual que las momias egipcias, la tumba de Tamerlán estaba envuelta en la leyenda de una maldición: "Aquel que abra esta tumba se enfrentará a un enemigo más cruel que yo"; la maldición prometía desatar los demonios de la guerra y que el temido conquistador regresara de entre los muertos.

Un equipo forense, bajo la dirección de un antropólogo, debía confirmar la creencia de Stalin sobre el parentesco entre Tamerlán y Gengis Khan, y si existía un vínculo que pudiera emparentarse con el dictador y el pueblo soviético. A pesar de que el encargado del mausoleo advirtió sobre la maldición y rogó que no se profanara la tumba, la orden de Stalin era inquebrantable. Ante las cámaras que documentaban el momento, se abrió la tumba y levantó el cráneo de Tamerlán. Las imágenes fueron enviadas de inmediato a Stalin.

Los restos fueron trasladados a Moscú, donde fueron analizados y estudiados. Partiendo de los restos del cráneo, se pudo reconstruir el rostro de Tamerlán. También se determinó que su estatura era de 1,72 metros, que sufría de cojera y que su brazo derecho estaba ligeramente atrofiado debido a una antigua herida de guerra. Según relataría uno de los camarógrafos que filmó la exhumación, el general Gheorgi Zhúikov pudo convencer a Stalin de que lo mejor era devolver los restos de Tamerlán a su tumba, para proteger los intereses de la Unión Soviética. Finalmente, los restos fueron devueltos a Samarcanda.

¿Coincidencia o no? La “Operación Barbarroja” comenzó tres días después de la apertura de la tumba. Stalin no creía que Hitler lo traicionara, pero así fue. Fue un golpe devastador para él. Cuando la invasión alemana fue confirmada, el dictador quedó desolado. Otro hecho que pareció dar la razón a la maldición fue, tras el regreso de Tamerlán a su lugar de descanso, el VI Ejército alemán falló en su intento de tomar Stalingrado, cuando parecía que ya lo había logrado.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 72

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