
Desde siempre, el ser humano ha soñado con la posibilidad de volver de la muerte. Este anhelo está presente en mitos, religiones y poesía, pero pocas veces se reflexiona sobre los desafíos que esto conllevaría. Volver desde el más allá plantea conflictos legales, físicos, éticos y emocionales. Aunque nadie ha vuelto literalmente de la muerte, existen casos de personas dadas por muertas que reaparecieron tiempo después. Un contexto donde esto ocurre con frecuencia es la guerra. Por ejemplo, Shiro Shimoda, un soldado japonés que regresó a casa en 1946, después de la Segunda Guerra Mundial, tras ser reportado como fallecido dos años antes.
En el documental “Japón bajo los escombros”, Shimoda recuerda las instrucciones dadas a quienes estaban en su situación: “No regresen a casa de noche, podrían ser tomados por fantasmas. Pasen la noche en una comisaría y vuelvan al amanecer”. Para los hombres casados, las recomendaciones eran aún más insólitas: “Den varias vueltas alrededor de su casa antes de entrar. Su aspecto ha cambiado, y puede que no los reconozcan. Si su esposa se volvió a casar, regresen al centro de tránsito; buscaremos una solución”.
Un caso similar ocurrió en Estados Unidos en 2013. Brenda Heist, residente de Pensilvania, desapareció un día tras dejar a sus hijos en la escuela. Fue declarada muerta y su esposo, tras cobrar el seguro de vida, se casó nuevamente. Once años después, ella reapareció en Florida, donde había vivido en la indigencia. Esto generó preguntas: ¿es válido el nuevo matrimonio? ¿Debe devolver el dinero del seguro?
Además de los conflictos legales y financieros, existen repercusiones emocionales. Las familias enfrentan el sufrimiento y la angustia de esperar el regreso de un ser querido o aceptar su ausencia definitiva. Cuando la desaparición es voluntaria, como en el caso de Brenda, se añade un nivel de dolor que incluye reproches y resentimiento.
Historias como estas han inspirado narraciones populares. Un ejemplo es “El muerto vivo”, canción compuesta por Guillermo González Arenas en 1965, que relata con humor la confusión tras el regreso de un hombre que todos daban por muerto. En ella se describe cómo, tras días de fiesta, el protagonista reaparece, solo para ser rechazado por su esposa, quien no quiere convivir con alguien “muerto”.
Por otro lado, el fenómeno de los impostores también tiene un lugar en la historia. Martin Guerre, es un ejemplo famoso. En 1556, Arnaud du Tilh, haciéndose pasar por Guerre, convenció a su esposa y a todo el pueblo de que era el verdadero Martin. Vivió como él durante cuatro años hasta que el verdadero regresó, desenmascarándolo. Este episodio ha sido narrado en literatura, cine e incluso parodiado en series televisivas como “Los Simpson”.
También existe la contraparte de estas historias: cuando alguien vuelve, pero sus seres queridos no lo reconocen. El caso de Ulises en la mitología griega es emblemático. Al regresar a Ítaca tras la guerra de Troya, solo su perro lo identifica. En la tradición hispanoamericana, este tema fue adaptado en el “Romance de la esposa fiel”.
Un escenario más siniestro ocurre cuando alguien es enterrado vivo debido a catalepsia y logra salir del sepulcro. Edgar Allan Poe exploró este terror en su relato “El entierro prematuro”, donde el protagonista describe el pánico de despertar bajo tierra. Estas experiencias, aunque raras, representan el horror más cercano a “volver de la muerte” en la vida real.
Finalmente, el tema adquiere una dimensión poética en “El Evangelio según Jesucristo”, de José Saramago. En esta obra, María Magdalena, al ver a Jesús a punto de resucitar a Lázaro, le dice: “Nadie merece morir dos veces”. Jesús, conmovido, se retira a llorar. Volver de la muerte, real o metafórico, plantea cuestiones profundas y desafiantes, tanto en la vida como en la ficción.
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