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Un “Egregor” surge de una poderosa corriente de pensamiento colectivo. Cuando muchas personas se enfocan en un mismo tema con gran intensidad, generan una energía común. Todos hemos experimentado ese efecto estimulante cuando compartimos con otros un proyecto apasionante o un momento intenso. La actividad conjunta une las intenciones individuales en una conciencia colectiva que parece guiarnos. Sin embargo, más allá de nuestra percepción, se activan procesos regulados entre nosotros.
Las emociones estimulan los átomos en nuestras células, transformando el cuerpo en una batería capaz de generar su propia energía. Así, por la simple fuerza de la emoción compartida y sin darnos cuenta, nuestras fuentes de energía se conectan, creando una más grande y global. Vibramos en la misma frecuencia, y cuando el voltaje es lo suficientemente alto, surge un espíritu de grupo. A nivel individual, un pensamiento profundamente arraigado puede volverse autónomo y operar en nosotros mientras lo sigamos alimentando con nuestras creencias. De igual manera, el “Egregor” es una entidad viva que actúa como un depósito de energía, impulsado por sentimientos, deseos, ideales y temores de sus miembros. Cuanto más grande es el grupo que lo sostiene, mayor es su poder para influir en la vida de cada uno.
Desde el momento en que al menos dos personas comparten una visión, crean un “Egregor”. Algunos tienen una existencia efímera, mientras que otros perduran por siglos. Un romance puede durar unos días, mientras que el “Egregor” de la Iglesia Católica lleva más de dos mil años. Existe una clasificación de tres tipos:
Los neutros son los más comunes: círculos de amistades, grupos laborales o vecinales. No imponen creencias rígidas, simplemente permiten compartir experiencias sin afectar profundamente la psique individual.
Luego están los limitantes: que requieren que el individuo adopte creencias y patrones de comportamiento específicos. Aquí encontramos partidos políticos y religiones, los más poderosos debido a su influencia masiva. Se sostienen en símbolos que refuerzan su identidad y propósito: la Estrella de David, la cruz latina o el yin-yang funcionan como puntos de conexión entre sus miembros, fortaleciendo el “Egregor”. En su extremo, se hallan las sectas y movimientos radicales.
Por último, los fructíferos: elevan la conciencia al promover valores como la justicia, la equidad y la bondad. Son energías que favorecen el bienestar colectivo, manifestándose en corrientes de psicología humanista, asociaciones benéficas y movimientos espirituales contemporáneos.
En cualquier reunión social, se activan dinámicas egregóricas. En una cena con amigos, siempre hay quien hace reír y quien refunfuña, desempeñando roles que dejan al regresar a casa. En un partido de fútbol con nuestro equipo favorito, en la vuelta a clases de un hijo o en una comida familiar, estamos rodeados de campos sociales invisibles pero determinantes. Incluso alguien que elige aislarse en una isla desierta sigue vinculado al “Egregor” de quienes buscan escapar del mundo.
En ocasiones, la fuerza de un “Egregor” puede hacernos sentir atrapados en la existencia de los demás. Para salir de un “Egregor”, basta con alejarse de las personas o ideas que lo sostienen, aunque este proceso pueda resultar complejo. En algunos casos, la psicoterapia ayuda a reconocer estas influencias y liberarse de ellas. Pero dejar un “Egregor” no implica estar fuera de su alcance, sino conectar con otro diferente. Elegir conscientemente nuestras fuentes de inspiración es fundamental. Desde su nacimiento, un niño no solo forma parte del “Egregor familiar”, sino también del de su país y su historia. Absorbe una energía colectiva que no es propia, pero que inevitablemente lo moldea.
La relación entre el carácter invisible de esta energía y su impacto tangible ha contribuido a su dimensión sagrada. En algunas tradiciones ocultistas, el “Egregor” se emplea como soporte ritual. Los masones han explorado su potencial egregórico a través de sus códigos e iniciaciones, mientras que las escuelas esotéricas lo utilizan como una herramienta de adivinación. En el chamanismo, las ceremonias colectivas generan un acceso a la energía universal mediante el trance. Hoy, incluso la ciencia comienza a analizar este fenómeno.
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