ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 95 | 13.06.2025

OBJETOS EN CASA QUE PODRÍAN ATRAER DEMONIOS

Dicen que lo sobrenatural no necesita una invitación formal para entrar. A veces, un simple rincón olvidado en casa es suficiente. Esos lugares donde no entra el sol, donde el aire apenas se mueve, se convierten en el refugio ideal para lo que acecha desde el otro lado. No hablamos de portales abiertos con sangre ni símbolos grabados en el suelo, sino de espacios cotidianos que, por su abandono, se transforman en puntos de acceso. La energía estancada, el polvo acumulado, la falta de vida: todo eso atrae. Lo que no respira, llama a lo que nunca respiró. Y cuando esa presencia encuentra un hueco, por más pequeño que sea, lo ocupará sin pedir permiso. El primer paso para evitarlo no es rezar, sino mirar a tu alrededor. Porque lo que estás ignorando… quizá ya te esté observando.

El olfato también puede advertirnos de lo que no pertenece. No se trata de perfumes o esencias rituales. Es el olor espeso de la descomposición, el que nace del encierro, del abandono, del moho. Ese hedor puede parecer insignificante, pero según ciertos textos antiguos, es idéntico al que emanan algunas entidades del bajo astral. Los libros antiguos, en especial aquellos que tratan temas ocultos, si son almacenados sin cuidado, comienzan a liberar ese aroma inconfundible: húmedo, terroso, casi pútrido. No es casualidad. Muchos de esos textos cargan siglos de historia, de invocaciones, de nombres que nunca deberían haberse pronunciado. El papel conserva más que palabras. Y cuando se acumula ese olor, no estás solo oliendo humedad. Estás respirando una señal. Una advertencia que, si no escuchás, podría convertirse en algo más.


Los símbolos sagrados pueden proteger… o, todo lo contrario. Su fuerza no está solo en el objeto, sino en cómo lo tratamos. Una imagen rota y olvidada en un rincón o mal colocada, un crucifijo colgado al revés por descuido, pueden perder su poder. O peor aún, invertirlo. La espiritualidad necesita intención, y cuando esa intención se descuida, las barreras se debilitan. Algunos tratados antiguos afirman que un símbolo profanado actúa como un imán para fuerzas oscuras. Es como si el lenguaje del espíritu se corrompiera, dejando una grieta por donde otras presencias se filtran. Por eso no alcanza con tener objetos religiosos en casa. Hay que saber cuidarlos, mirarlos, recordar por qué están ahí. Porque si se vuelven solo decoración… quizás ya no estén del lado que tú piensas.

La muerte deja huellas. No solo en quienes la lloran, sino en los lugares donde ocurre. Y hay ciertos tipos de muerte que marcan profundamente: las violentas, las inesperadas, las cargadas de oscuridad. En esos casos, la energía que queda no se disuelve fácilmente. Según los antiguos demonólogos, esa carga puede atraer entidades que se alimentan del dolor, del trauma, del eco que persiste. Pero no basta con cerrar la puerta de la habitación donde todo ocurrió. Se recomienda quemar o regalar las ropas del fallecido, deshacerse de sus objetos más cercanos, incluso ventilar los espacios por semanas. Porque donde la muerte dejó un rastro, algo más puede seguirlo. Y si ese algo entra, no lo hará con gritos ni apariciones. Se instalará en el silencio. En lo cotidiano. Y cuando lo notes… ya va a ser tarde.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 93

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