
Las mesas giratorias, conocidas también como mesas parlantes o danzantes, fueron un fenómeno espiritista que consistía en que varias personas se sentaban alrededor de una mesa, colocaban sus manos sobre ella y aguardaban a que ésta comenzara a moverse. La creencia popular sostenía que estos movimientos eran provocados por espíritus que intentaban comunicarse, señalando letras del alfabeto en un método que se asemejaba a la Ouija, permitiendo formar palabras y frases.
Este fenómeno llegó a Europa desde América a mediados del siglo XIX, específicamente en los años 1852 y 1853. En ese tiempo, las sesiones con mesas giratorias se volvieron la forma más común de contactar a los espíritus. Los participantes esperaban que la mesa girara rápidamente, se levantara del suelo o realizara movimientos inusuales, lo que era tomado como una señal de la presencia espiritual.
Aunque los espiritistas atribuyeron estos movimientos a fuerzas sobrenaturales, algunos científicos intentaron explicar el fenómeno desde una perspectiva física. Por ejemplo, el conde Agénor de Gasparin y el profesor Marc Thury, realizaron experimentos en Ginebra para demostrar que las mesas se movían debido a una fuerza que emanaba de los cuerpos de las personas sentadas, a la que llamaron “fuerza ecténica”. Sin embargo, sus conclusiones fueron cuestionadas, ya que no lograron eliminar por completo la posibilidad de que estos movimientos fueran causados por pequeñas contracciones musculares involuntarias, conocidas hoy como efecto ideomotor, o incluso por un posible engaño consciente.
Desde la ciencia, varios investigadores intentaron explicar estos movimientos, al hacerlo observaron que el fenómeno dependía de la expectativa y concentración de los participantes, y que podía desaparecer si se usaba una sugestión adecuada. Michel Eugène Chevreul señaló que el aparente movimiento mágico era el resultado de movimientos musculares involuntarios.
Uno de los aportes más importantes vino de Michael Faraday, quien inventó un aparato sencillo pero efectivo para demostrar que los movimientos de la mesa eran provocados inconscientemente por los dedos de los participantes. Su dispositivo consistía en dos tablas con rodillos de vidrio y bandas de caucho que permitían detectar el menor desplazamiento. Cuando se les explicaba a los participantes que eran sus propios movimientos los que giraban la mesa, los fenómenos cesaban. Esta evidencia llevó a Faraday a criticar duramente a quienes defendían la idea de que las mesas giraban por fuerzas sobrenaturales. Un siglo más tarde, el psicólogo Kenneth Batcheldor usó grabaciones en video infrarrojo para estudiar sesiones en completa oscuridad, confirmando que el movimiento de las mesas respondía a causas naturales.
Además del efecto ideomotor, se descubrió que algunos médiums utilizaban trucos para hacer mover las mesas. Ilusionistas y escépticos demostraron que se podían emplear métodos como alfileres ocultos y anillos con ranuras para levantar la mesa sin que los espectadores se dieran cuenta. También hay casos famosos como el de Eusapia Paladino, quien usaba botas con suelas extendidas para manipular la mesa. Incluso personajes célebres, como el escritor Victor Hugo, cayeron en la ilusión de que las mesas les permitían hablar con figuras históricas o espirituales, hecho que relató en su obra “Lo que dicen las mesas parlantes”.
Aunque en la actualidad el interés por las mesas giratorias ha disminuido, en el siglo XIX fueron un fenómeno masivo. La simplicidad de su mecanismo hizo que cualquier grupo de personas pudiera practicarlo, lo que ayudó a expandir el espiritismo sin necesidad de médiums profesionales. Este fenómeno fue precursor de otros métodos de comunicación con el más allá, como la tabla Ouija y el juego de la copa. El espiritista Allan Kardec fue clave en ordenar y codificar las comunicaciones recibidas a través de las mesas, sentando las bases para la doctrina espiritista, cuyo texto fundamental es “El libro de los espíritus”, publicado en 1857. Kardec también advirtió sobre los peligros de estas sesiones, ya que, según él, los espíritus podían estar presentes incluso en reuniones comunes, rondando a los vivos por razones que a veces eran incomprensibles, como en el caso de espíritus que no sabían que habían fallecido.
El auge de las mesas giratorias también significó la aparición masiva de médiums, que dejaban atrás el miedo al ridículo para dar sesiones públicas y privadas. Este fenómeno despertó gran curiosidad social y también llamó la atención de científicos y pensadores, algunos de los cuales comenzaron a estudiar y apoyar el espiritismo como una nueva visión del mundo.
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El PELADO Investiga
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