ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 95 | 13.06.2025

¿QUÉ ES LA INDIFERENCIA?

La indiferencia es una actitud emocional que, en apariencia, representa una neutralidad total frente a los estímulos del entorno, ya sean positivos o negativos. Se trata de una disposición en la que la persona no demuestra interés, entusiasmo ni aversión. Sin embargo, lejos de ser una condición uniforme o simple, la indiferencia puede responder a múltiples causas y expresarse en diversos matices. Aunque socialmente suele interpretarse como frialdad o falta de empatía, en muchos casos se trata de un mecanismo complejo de adaptación emocional.

Muchas veces se asume que quien actúa con indiferencia simplemente no siente, pero esta interpretación es reduccionista. Existen personas que, tras haber experimentado heridas emocionales profundas o decepciones reiteradas, desarrollan una especie de coraza afectiva que les permite protegerse del daño. La indiferencia, entonces, no siempre nace de la falta de emociones, sino de un intento de resguardar la dignidad o evitar más sufrimiento. En otros casos, esta actitud puede surgir como una estrategia consciente para mantener el equilibrio interno frente a situaciones emocionalmente desgastantes.

Este fenómeno puede clasificarse en al menos tres formas distintas. En primer lugar, está la indiferencia negativa, que suele ser dolorosa tanto para quien la recibe como para quien la ejerce. Surge, por ejemplo, cuando una persona importante para nosotros deja de mostrarse presente o afectuosa, generando una sensación de vacío emocional. Este tipo de indiferencia es frecuente en relaciones afectivas donde una de las partes se desvincula sin dar explicaciones claras. Lo curioso es que, a veces, actuamos con indiferencia hacia otros sin ser plenamente conscientes de ello, dejando una huella emocional sin proponérnoslo.

Por otro lado, existe una forma de indiferencia positiva, que implica una toma de distancia voluntaria y saludable frente a situaciones o personas que anteriormente generaban un gran impacto emocional. Es común en quienes han aprendido a no engancharse con dinámicas dañinas, optando por una postura de observación sin involucrarse afectivamente. Esta actitud no implica desinterés, sino más bien una forma de autocuidado, un modo de no exponerse innecesariamente a estímulos que antes producían ansiedad, ira o tristeza.

También podemos hablar de una indiferencia desapercibida, es decir, aquella que ocurre sin intención consciente. En estos casos, una persona puede mostrarse neutral o ajena a una situación relevante para otros simplemente porque no percibe su importancia. Esto puede suceder, por ejemplo, en contextos laborales donde se requiere participación activa y alguien opta por no involucrarse porque no siente conexión con el grupo, desconociendo que su actitud puede afectar negativamente el resultado colectivo.

Es importante aclarar que ser indiferente no es un trastorno ni una patología. Existe una condición clínica llamada “Alexitimia”, que puede confundirse con la indiferencia. Las personas con Alexitimia tienen una dificultad marcada para identificar y expresar sus emociones debido a alteraciones neurológicas, y suelen presentar un comportamiento que aparenta desinterés o desconexión emocional. A diferencia de la indiferencia consciente, la Alexitimia no es una elección ni una actitud, sino un trastorno que requiere atención especializada.

La indiferencia, como toda actitud humana, genera impacto. Puede ser interpretada como rechazo, desinterés o incluso desprecio, dependiendo del contexto y la sensibilidad de quien la percibe. No obstante, en ciertos escenarios, puede convertirse en una herramienta valiosa. Alguien que se mantiene emocionalmente distante en una situación cargada de tensión puede aportar objetividad, claridad y perspectiva, cualidades que a menudo se pierden cuando las emociones nublan el juicio.

En algunos casos, lo que parece indiferencia es, en realidad, confusión emocional. Cuando no tenemos claridad sobre lo que sentimos, podemos reaccionar con pasividad, no por falta de interés, sino por la incapacidad momentánea de comprender nuestras emociones. En estos momentos, lo más sabio puede ser darnos tiempo y espacio para procesar, sin presionarnos por obtener respuestas inmediatas.

“Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca”

Ese pasaje de Apocalipsis 3, 15-16 es profundamente relevante para el tema de la indiferencia porque expresa una crítica directa a la neutralidad emocional o espiritual. En el contexto bíblico, Dios se dirige a la iglesia de Laodicea, acusándola de tibieza, es decir, de no tomar una postura clara ni comprometida: ni fervorosa (caliente), ni abiertamente contraria (fría). Esta actitud de indiferencia, de desinterés o apatía, es tan inaceptable que se compara con algo que provoca rechazo o repulsión.

Este versículo resalta cómo una postura neutral o desapegada puede ser vista no como equilibrio, sino como falta de compromiso o sensibilidad frente a lo que importa. Así como en la Biblia se exhorta a elegir un camino claro, también en la vida emocional se sugiere que reconocer, procesar y actuar sobre nuestras emociones puede ser más saludable que mantener una distancia absoluta que termina afectando nuestras relaciones y decisiones.

En definitiva, la indiferencia no es en sí misma buena ni mala. Su valor depende del contexto, la intención y el impacto que genera. Puede ser un refugio, una barrera, un escudo o una forma de sabiduría emocional. Comprenderla más allá de sus apariencias nos permite reconocer en ella un reflejo de la complejidad afectiva humana.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 90

Entradas que pueden interesarte