ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 101 | 25.07.2025

¿POR QUÉ NOS FASCINA LA MUERTE?


Desde hace siglos, la muerte ha ejercido una atracción casi inexplicable sobre nosotros. Edgar Allan Poe lo resumió con su frase: “La muerte es una mujer hermosa incuestionablemente el tópico más poético del mundo”. Detrás de esas palabras hay más que una imagen tétrica; se esconde una pulsión profunda y universal, una especie de combinación entre culpa, belleza y deseo, que trasciende la simple contemplación.

Poe vivió la muerte en carne propia. La tuberculosis se llevó a su esposa Virginia a los veinticinco años, y eso tiñó su obra de un aura melancólica y obsesiva. Para él, lo mórbido no era solo un recurso literario, sino un impulso nacido en lo más hondo del ser humano. Así, sus relatos y poemas exploran ese umbral entre la vida y la muerte, donde el amor se vuelve eterno en la ausencia.

Cuando observamos la red donde la muerte y el amor se cruzan, hay dos formas que llaman especialmente la atención. Una, la clásica historia de amantes que mueren juntos, como Romeo y Julieta, donde la muerte y el amor alcanzan su clímax junto. Otra, más oscura, propone que el amor verdadero solo puede consumarse cuando uno de los amantes muere. Entonces llega algo llamado el “amor muerte”, un término usado por Richard Wagner para describir esa atracción fatal y fascinante hacia lo trágico en el amor.

Para Poe, Wagner y el universo romántico en general, el amor es más intenso cuando el ser amado se vuelve imposible, inaccesible. Su ausencia, su silencio, su frialdad... eso enciende los sentimientos. En la ópera de Wagner “Tristán e Isolda”, esa idea se eleva hasta fundir el amor y la muerte en un mismo acto de pasión trascendental.


La poesía de
John Keats presenta otro ángulo: en su Oda a “Una urna griega” un joven se queda en suspenso, a punto de besar a su amada que siempre será inalcanzable, perfecta e inmortal. Ese deseo perpetuo, que no se apaga, aunque no se consuma, simboliza el tipo de amor mórbido que permanece en la memoria incluso más allá del tiempo.

Esa fascinación no se queda en la poesía: vive en nuestra cultura. Celebridades que murieron jóvenes, pero se volvieron eternas, como Kurt Cobain, Marilyn Monroe o Freddie Mercury. Como señala Poe, la prensa se alimenta del morbo que despierta una muerte prematura y hermosa. Esa aura imperecedera las convierte en símbolos inmutables, suspendidos en el tiempo.

Pero, ¿qué impulsa esa atracción hacia lo mórbido? Freud, en su obra “Más allá del principio de placer”, propuso que el ser humano está gobernado por dos fuerzas: Eros y Thanatos. Eros representa la vida, el vínculo, el deseo de crear y amar; Thanatos es el impulso opuesto, la tendencia a volver al estado inerte, hacia la muerte y la destrucción. Estas pulsiones coexisten, se enfrentan y se entrelazan en nuestra psique. Esa contradicción interna puede generar un "amor muerte", un deseo que mezcla deseo de unión y atracción hacia la nada.

En términos sencillos, cuando el ser amado desaparece, el deseo se vuelve hacia nosotros mismos. El objeto externo ya no existe, y el deseo regresa a un anhelo interno, hacia el propio ser. De esa forma, lo mórbido surge de una pulsión egoísta, obsesiva y, a la vez, culposa. Es la culminación de Thanatos y Eros en un ida y vuelta que nos consume.

Ese tipo de amor puede ser intoxicante, pero también tóxico. Poner al ser amado en un pedestal eterno, sin aceptar su muerte o alejamiento, impide que exploremos nuevas relaciones. Ese apego a la ausencia puede atrapar en recuerdos, nostalgia y duelo interminable.

Cuando la pérdida se digiere con ayuda del tiempo y el proceso emocional adecuado, el vínculo se transforma de adoración a memoria saludable. El “otro” deja de ser un objeto idealizado y se convierte en parte de nuestra historia, no de nuestro presente.

Un reflejo de esta ambivalencia aparece en las historias de ultratumba: vampiros que aman, fantasmas que susurran promesas eternas. Son símbolos de ese anhelo mortal convertido en fantasía sin límite. Para muchos, el amor más puro es aquel que desafía la muerte. Quizá Halloween sea el verdadero Día de San Valentín.

Sin embargo, cuando este amor mórbido se prolonga sin límite, puede convertirse en una obsesión que nos ciega. Deja de ser un recuerdo para convertirse en una presión constante que nos impide vivir plenamente el presente.

En definitiva, nuestra fascinación por la muerte —y por ese amor imperecedero que a veces la acompaña— refleja esa lucha interna entre Eros y Thanatos. Nos muestra que somos seres contradictorios, movidos por la pasión por vivir y el impulso por disolverse.

Y tal vez, al final, ese equilibrio entre amar y dejar ir es lo que nos humaniza.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 94

Entradas que pueden interesarte