ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 99 | 11.07.2025

RONALD REAGAN Y EL NACIMIENTO DEL IMPERIO DE DIOS (Parte 1)

Este es el primer expediente de una investigación en profundidad sobre la relación entre el poder, el fundamentalismo y la geopolítica. En las próximas entregas abordaremos cómo estos vínculos construyen una narrativa de dominación global.

8 de marzo de 1983. En la Convención Anual de las Asociaciones Evangélicas Nacionales, el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, pronunció uno de los discursos más inquietantes de la Guerra Fría. Allí, no solo acusó a la Unión Soviética de ser el "Imperio del Mal", sino que invocó el poder divino para justificar una cruzada espiritual contra el comunismo. “Nos enfrentamos a una crisis espiritual... El comunismo es otro capítulo triste y extraño en la historia de la humanidad”. Así, no solo trazó una línea política, sino también teológica: el enemigo no era solo político, era el Anticristo.

Este discurso marcó un antes y un después. Lo que muchos no sabían es que Reagan no solo actuaba como presidente, también como predicador. Para él, y para quienes lo rodeaban, la política era el escenario de una batalla cósmica. Esta visión fundamentalista no surgió de la nada.

El fundamentalismo estadounidense tiene raíces profundas. Proviene del puritanismo del siglo XVII, de esa idea de que existe un pueblo elegido que tiene un pacto especial con Dios. Esta visión fue heredada por los llamados “Padres Fundadores” y se convirtió en la columna vertebral de los valores de la América conservadora. Así, el cristianismo pasó a confundirse con los ideales patrióticos y de derecha.

Pero hay un detalle esencial: los que mueven verdaderamente los hilos del poder —las élites económicas, corporativas y militares— no profesan fe religiosa alguna. Utilizan la religión como herramienta de control y división. Para ellos, somos “la masa sucia”. Sus verdaderas lealtades no son espirituales, sino materiales: poder, control y dinero.


Estas élites promueven conflictos confesionales no por fe, sino por estrategia. La guerra y el caos son mecanismos para debilitar economías emergentes y consolidar su dominio global. Existe una franja dentro de los poderosos que sí cree, en las profecías religiosas. Este cruce peligroso entre fe ciega y poder nuclear alcanza su expresión más delirante en el movimiento evangélico estadounidense. Una de sus organizaciones más influyentes es la “Fundación de la Comunidad”, conocida por organizar cada año el "Desayuno Nacional de Oración" en Washington, evento al que asisten presidentes, senadores, empresarios y líderes religiosos de todo el mundo. Pero detrás del rezo, hay conspiración.

La Fundación funciona como una red clandestina que conecta a fanáticos religiosos, políticos conservadores y multimillonarios en torno a una agenda teocrática y belicista. En nombre de Jesús, esta organización ha influido directamente en decisiones clave del gobierno norteamericano. “Se les perdonan sus trasgresiones porque se han sometido a Dios”, reza su lógica.

Lo más inquietante es que esta “organización” no es homogénea: agrupa a católicos conservadores, evangelistas, sionistas, judíos ortodoxos, musulmanes wahabíes, budistas y hasta hinduistas, todos unidos por una misma causa: usar la religión para justificar el acceso al poder.

Un dato curioso: en 2015, el Dalai Lama participó del "Desayuno Nacional de Oración" junto a Barack Obama y líderes musulmanes. Otro dato, más oscuro: el día que Reagan fue elegido presidente, posó para una publicación del reverendo Sun Myung Moon, líder de la secta anticomunista “Iglesia de la Unificación”, fundada en 1954. Reagan no escondía su simpatía por el periódico: “Washington Times”, fundado por la secta Moon, era su diario favorito.

La política exterior norteamericana se volvió cada vez más dependiente de esta visión religiosa y fundamentalista. Pat Robertson, televangelista millonario y fundador del “Club 700”, fue uno de los impulsores de esta cruzada espiritual-militar. Aliado de dictadores africanos como Charles Taylor y Mobutu Sese Seko, Robertson mezclaba la Biblia con la geopolítica. Su discípulo, Mike Evans, pedía abiertamente el bombardeo de Irán para acelerar la llegada del Mesías. “Estados Unidos solo puede evitar el Armagedón iniciándolo”, afirmaba sin rubor alguno.

Estas ideas no son marginales. Son coreografiadas en miles de iglesias evangélicas que repiten como dogma el deseo de un “gran viaje”, una especie de rapto celestial que antecede al Fin de los Tiempos. Pero esta no es religión. Es ideología con rostro de fe.

Y lo peor: están convencidos de que el Apocalipsis debe cumplirse en esta generación. Reagan lo creía. En 1980 dijo: “Puede que seamos la generación que verá el Armagedón”. Y lo repitió a lo largo de su mandato. Para él, el retorno de los judíos a Palestina y la creación del Estado de Israel eran señales inconfundibles del fin.

Esta visión milenarista no era una metáfora. Reagan, influenciado por sus consejeros espirituales —entre ellos el pastor Billy Graham—, veía la política como un tablero profético. En 1983 confesó que, al leer a los profetas del Antiguo Testamento, no podía evitar pensar que la batalla del Armagedón sería librada por su generación. Y él sería su general.

Este fue el primer expediente de una serie dedicada a analizar la influencia del fundamentalismo en el poder político global. En el próximo episodio, abordaremos el misterioso "Proyecto Megido", una pieza clave en la construcción del mito del Armagedón desde las entrañas del poder estadounidense.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 99

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