ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 102 | 01.08.2025

AFRIT, EL VAMPIRO QUE NACE DEL CRIMEN


En los rincones más ardientes del desierto, donde el calor parece tener voluntad propia y las sombras huyen con el paso del sol, se oculta una criatura antigua, feroz y persistente. Su nombre resuena en múltiples lenguas, en ecos distorsionados que atraviesan los siglos. Afrit, dicen algunos. Ifrit, corrigen otros. Pero el nombre es lo de menos. Lo que importa es lo que representa.

El Afrit no es simplemente un vampiro. Es una presencia que se arrastra entre los granos de arena, buscando algo muy concreto: la última gota de sangre derramada en un asesinato. No importa cuánto tiempo haya pasado. No importa si esa sangre ha sido absorbida por la tierra reseca, por la roca caliente o por el olvido. El Afrit la encontrará. Y sobre ese rastro mínimo, apenas perceptible, reconstruirá su cuerpo.

No nace como otros vampiros. No muerde cuellos ni huye de la luz del sol. En su forma más esencial, es intangible. Una bruma. Un calor agazapado. Pero cuando detecta esa pequeña huella de violencia, esa mínima chispa de muerte, empieza a tomar forma. Lento. Paciente. Implacable. Día tras día se va solidificando, hasta convertirse en una criatura corpórea, con garras, colmillos y una sed que no se sacia.

Algunos textos antiguos lo describen como entidades aladas hechas de fuego. Otros afirman que tienen cuernos, piel rojiza y una mirada que hiela la sangre. Pero más allá de su aspecto, lo que verdaderamente los define es su origen. No nacen de la carne, sino de un crimen. No vienen del más allá, sino de aquí mismo. De la tierra. De la violencia humana.

Hay quienes afirman que la única forma de evitar su formación es asegurarse de que la sangre no toque el suelo. Estrangular, envenenar, o incluso asfixiar pueden ser métodos más seguros. Pero en ese intento también se despiertan otras entidades, atraídas por la energía de una vida arrebatada bruscamente. Nada es gratuito en el mundo invisible.

Una vez que el Afrit se hace sólido, la única forma de enfrentarlo con éxito es atravesando su corazón con una vara de hierro. No sirve la plata. No sirven los conjuros menores. El hierro directo al pecho. Si el golpe es certero, su forma física se desvanece y regresa a su estado original. Una sombra, una promesa, un susurro entre las dunas.

El significado de su nombre varía según la tradición. Algunos lo interpretan como “nómada”, lo cual no es casual. El Afrit no se queda en un solo lugar. Viaja, vaga, deambula en busca de nuevas oportunidades para renacer. Para otros, el término proviene de una raíz persa que significa “crear”. Y eso lo hace aún más inquietante. Porque esta criatura no es invocado ni engendrado. Se construye a sí mismo. A partir del dolor. A partir de la sangre.

En relatos antiguos, se lo ha vinculado con linajes tribales que lo consideran parte de su herencia espiritual. Como si algunos pueblos llevaran en su sangre la memoria del fuego que los engendró. En estas versiones, no son simplemente monstruos. Son ancestros. Espíritus fundadores. Algunos benevolentes. Otros claramente hostiles. Siempre poderosos.

Existen relatos que hablan de Afrit femeninos y masculinos. Algunos devotos. Otros abiertamente desafiantes a lo divino. Se decía que eran invulnerables a las armas, pero muy sensibles a ciertos rituales mágicos. Su ambigüedad los volvió fascinantes y peligrosos a la vez.

Hay una historia particularmente conocida. Una que los vincula con una figura venerada por varias culturas: el rey Salomón. A él lo llamaban el Señor de los Afrit, porque logró lo que nadie más pudo. Pactar con ellos. Obtener su lealtad. Y cuando algunos de estos espíritus se rebelaron, los encerró en recipientes sellados con plomo. Los ocultó del mundo. Algunos dicen que aún hoy permanecen así, prisioneros en jarras olvidadas bajo tierra o en cuevas selladas por el tiempo.

Este vínculo entre Salomón y los Afrit sugiere algo más profundo. Que estas entidades pueden ser aliadas. Que no todo lo que nace de la oscuridad está destinado a destruir. Pero también es una advertencia. Porque cuando un pacto se rompe, cuando la palabra dada es traicionada, su furia no conoce límites.

Hay quienes sostienen que existían incluso antes que los seres humanos. Que su esencia proviene del aliento primordial, no del barro. Y que esa diferencia fue el origen de una antigua rivalidad. Una enemistad espiritual que comenzó en los primeros días del mundo.

Lo cierto es que su leyenda sigue viva. Porque donde haya sangre derramada injustamente, donde haya muerte sin redención, puede que un Afrit esté cerca. Esperando. Acechando. Formándose. No por venganza. No por justicia. Sino por instinto. Porque su existencia no responde a una moral humana. Solo al rastro de una gota.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 102

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