ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 122 | 19.12.2025

EL ANACRONÓPETE


La ciencia ficción, tal como la conocemos hoy, se consolidó en el siglo XX, pero sus semillas comenzaron a germinar mucho antes. A lo largo del siglo XIX, mientras el progreso tecnológico transformaba el mundo, varios escritores imaginaron escenarios donde la ciencia servía de pasaporte a lo imposible. Mary Shelley especuló con la creación artificial de la vida. Poe fantaseó con el fin del mundo. Y Verne, con su talento visionario, llevó a generaciones enteras a soñar con viajes submarinos, expediciones a la Luna y travesías que desafiaban los límites del planeta. Estas historias no apelaban ya al misterio sobrenatural, sino a la posibilidad de que la ciencia abriera puertas a nuevos territorios.

En España, esas ideas también hicieron eco. Aunque las novelas de Shelley no circularon demasiado, las de Verne y Poe fueron leídas con entusiasmo. Varios autores locales se animaron a seguir esa senda, experimentando con lo que se conocía como literatura fantástica científica. Dentro de esa corriente aparece una obra singular, escrita por Enrique Gaspar, que no se conformó con imaginar mares inexplorados ni ciudades ocultas, sino que se atrevió a plantear algo todavía más osado: retroceder en el tiempo.

Gaspar no era un novelista habitual del género. Su verdadera vocación estaba en el teatro, donde logró un estilo realista que retrataba con ironía y crudeza a la sociedad de su época. Sin embargo, las circunstancias de su vida lo empujaron hacia otros terrenos. Su carrera como diplomático lo mantuvo lejos de España durante largas temporadas, y desde esos destinos extranjeros, especialmente en Asia, encontró el espacio para dedicarse a escribir otros tipos de textos: crónicas de viaje, relatos breves y, en un momento de audacia, una novela que pasaría a la historia como pionera en un tema fascinante.

El título de esa obra era “El Anacronópete”, publicado en 1887 aunque escrito algunos años antes. En ella se presentaba, por primera vez en la ficción, una máquina capaz de viajar a épocas pasadas, mucho antes de que Wells popularizara la idea en La máquina del tiempo. El término inventado por Gaspar proviene del griego: “ana” significa hacia atrás, “cronos” es tiempo, y “petes” equivale a volar. En resumen: “el que vuela hacia atrás en el tiempo”.

La historia comienza en París, durante la Exposición Universal de 1878, cuando un sabio español, don Sindulfo García, revela al mundo su extraordinario invento. Para él, el tiempo no era más que una especie de atmósfera que envolvía a la Tierra, y si un aparato lograba desplazarse en dirección contraria a la rotación del planeta, podría desandar los siglos como quien rebobina una cinta. Con este argumento, Gaspar revestía de un barniz pseudocientífico su propuesta, valiéndose de ideas inspiradas en astrónomos de la época y teorías evolucionistas que estaban en boga.

Pero lo que hace aún más interesante la novela es que no se limita a la descripción del ingenio. Desde el principio se percibe un tono irónico. La supuesta aventura científica tiene en realidad un trasfondo mezquino: don Sindulfo utiliza el viaje temporal como excusa para controlar el destino de su sobrina y separarla de un pretendiente que no aprueba. En lugar de una epopeya heroica, Gaspar propone una sátira envuelta en fantasía, con personajes excéntricos que se suman al viaje, desde soldados escondidos en la nave hasta damas reclutadas por un experimento social absurdo.

El trayecto del artefacto los lleva a escenarios históricos que se despliegan en sentido inverso: la batalla de Tetuán, la rendición de Granada, la tragedia de Pompeya, episodios de la China imperial e incluso pasajes bíblicos. Los protagonistas se convierten en testigos privilegiados de momentos clave de la humanidad, pero siempre bajo la mirada burlona del autor, que aprovecha cada parada para introducir comentarios mordaces y situaciones disparatadas.

El humor de Gaspar no eclipsa la profundidad de su propuesta. En la obra se reflejan sus inquietudes sociales: la crítica al cientificismo ciego, el cuestionamiento del rol del sabio que esconde intereses personales detrás de discursos altruistas, la reflexión sobre la mujer en una sociedad que la relegaba. La máquina del tiempo no es solo un vehículo de aventuras, sino una excusa para mostrar, con ironía, las contradicciones de su presente.

Un detalle curioso es que el propio autor reconocía que muchas de las explicaciones técnicas de la obra eran excusas literarias, adornos para dar credibilidad a una idea imposible. Lo importante no era tanto el “cómo” funcionaba la máquina, sino lo que permitía narrar: un viaje al pasado que revelaba tanto sobre la historia como sobre el presente en el que vivía su creador.

Aunque Gaspar nunca alcanzó la fama internacional de Verne o Wells, El Anacronópete ocupa un lugar especial en la historia de la literatura. Fue la primera obra en imaginar una máquina construida por el ser humano para desplazarse a voluntad por el tiempo. Eso ya la convierte en pionera, aunque durante muchos años haya permanecido en el olvido. Hoy, sin embargo, su legado se revaloriza, y su invento ha sido reconocido en distintos ámbitos, incluso en la cultura popular contemporánea.

Un ejemplo notable es la serie de tv española, “El Ministerio del Tiempo”, que explora la posibilidad de viajar a través de puertas que conectan con distintas épocas. En la cuarta temporada, los guionistas rinden homenaje a Gaspar dedicando un episodio a su creación. Allí, aparece como pieza central de la trama, reconociendo así a este artefacto como el primer vehículo de la ficción diseñado para desafiar el curso del tiempo.

El Anacronópete no solo es un invento literario. Es una metáfora de la necesidad humana de entender el ayer para proyectar el mañana. Gaspar, entre el humor y la crítica, logró que su obra se adelantara a su época y quedara como testimonio de un sueño: que los seres humanos pudieran volar hacia atrás en el tiempo, aunque solo fuera dentro de las páginas de un libro.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 109

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