
En 1888, las calles oscuras y húmedas de Londres se convirtieron en escenario de un miedo que parecía no tener límites. Un miedo que no tenía rostro, pero sí un nombre. “Jack el destripador”. El asesino más enigmático de la historia dejó tras de sí una serie de crímenes que, más de un siglo después, seguimos sin resolver. Y aunque el mito siempre lo pintó como un hombre, existe una teoría que desafía esa certeza. Una hipótesis que asegura que Jack pudo haber sido mujer.
Los asesinatos ocurrieron en un barrio marcado por la pobreza, el hacinamiento y la desesperanza. Sus víctimas eran mujeres que sobrevivían en la miseria, muchas dedicadas al trabajo nocturno en condiciones extremas. Lo que más llamaba la atención no era solo la violencia con que eran atacadas, sino la precisión en algunas de las mutilaciones. Una precisión que llevó a pensar que el asesino tenía conocimientos básicos de anatomía. Y allí surge la primera duda: ¿esa destreza necesariamente pertenecía a un hombre? ¿O podría haber sido obra de una mujer con experiencia en partos, cuidados de enfermos o labores domésticas relacionadas con el cuerpo?
En la sociedad victoriana, la idea de una asesina serial era casi impensable. Desde el principio, la policía dio por hecho que el culpable debía ser un hombre, y ese prejuicio condicionó toda la investigación. Cualquier pista que apuntara en otra dirección fue descartada como irrelevante. Y quizá esa certeza fue la que permitió que el asesino nunca fuese descubierto.
Tiempo después, algunos investigadores comenzaron a mirar el caso con otros ojos. Entre ellos, quienes sostienen que la verdadera identidad del Destripador podría haber sido una mujer de la alta sociedad, alguien con posición, con acceso a recursos y al mismo tiempo con un motivo personal oculto. La hipótesis se apoya en varias pistas que resultan, al menos, inquietantes.
Primero, los ataques parecían dirigirse con obsesión hacia el vientre de las víctimas. En varias ocasiones, el útero fue extraído con notable precisión. Esto sugiere que el asesino no solo quería matar, sino enviar un mensaje. Para quienes defienden la hipótesis femenina, ese detalle puede estar relacionado con una frustración personal, como la imposibilidad de concebir hijos. Una herida íntima que se transformó en furia.
Segundo, en ninguno de los crímenes hubo señales de violencia sexual. Este detalle ha llevado a pensar que el motivo no era el placer físico, sino otro tipo de impulso más oscuro y simbólico. Para algunos, esa ausencia refuerza la idea de que detrás de los asesinatos pudo haber estado una mujer.
Tercero, en la escena de uno de los crímenes se encontraron botones arrancados que no pertenecían a la ropa de la víctima. Botones de una prenda femenina. ¿Pudo haber sido un descuido del asesino? ¿Una huella inadvertida que nunca fue investigada porque no encajaba en la idea de que se trataba de un hombre?
Si unimos estas piezas —mutilaciones dirigidas al vientre, ausencia de agresión sexual y una posible evidencia de ropa femenina—, el retrato que aparece es perturbador. La posibilidad de que la figura más temida del Londres victoriano haya sido una mujer protegida por su estatus social y por los prejuicios de género se convierte en algo plausible.
Además, pensar en una asesina abre un ángulo nuevo sobre cómo se movía el criminal. Una mujer podía caminar de noche sin levantar tantas sospechas, acercarse a las víctimas con facilidad y desaparecer en la multitud. El propio hecho de que la sociedad la considerara incapaz de semejante brutalidad le daba una ventaja estratégica. Su invisibilidad social se transformaba en disfraz.
Claro que ninguna de estas pruebas es concluyente. Estamos hablando de hechos ocurridos hace más de un siglo, en una ciudad caótica, con investigaciones incompletas y documentos llenos de lagunas. Pero esa misma falta de certezas es la que mantiene vivo el misterio.
Hoy en día, incluso con avances científicos como los análisis de ADN, el caso sigue sin cerrarse. Las muestras están deterioradas y los resultados no son definitivos. Esa debilidad forense abre la puerta a todas las hipótesis, incluidas las que hablan de una asesina y no de un asesino.
Más allá de si fue un hombre o una mujer, “Jack el destripador” representa algo más profundo. Es el reflejo de una ciudad vulnerable, de un sistema incapaz de proteger a sus ciudadanos y de unos prejuicios que cegaron a los investigadores. La idea de que pudo haber sido una mujer no solo añade misterio, sino que también rompe con lo esperado, nos obliga a mirar la historia desde un ángulo distinto y a aceptar que el mal puede tener cualquier rostro.
Recopilación
El PELADO Investiga
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