
En nuestros informes anteriores nos adentramos en lo que la Sagrada Escritura señala sobre los tiempos de prueba, en la manera en que la Iglesia los interpreta y en el papel maternal de la Virgen María en medio de estas circunstancias. Hoy daremos un paso más: analizaremos cuáles son las normas actuales de la Iglesia respecto a revelaciones y fenómenos vinculados a la Gran Tribulación, y sobre todo, cómo podemos vivir la fe con esperanza en medio de las incertidumbres del presente.
1. Normas de la Iglesia: discernimiento y prudencia
En mayo de 2024, la Santa Sede —a través del Dicasterio para la Doctrina de la Fe— publicó nuevas directrices para evaluar fenómenos sobrenaturales (apariciones, mensajes, revelaciones privadas, etc.). La Iglesia insiste en que no todo lo que se presenta como “celestial” debe aceptarse sin más; es necesario un discernimiento cuidadoso.
Entre los puntos centrales de estas normas encontramos:
Competencia del obispo local: él es el primer responsable de evaluar los hechos que ocurren en su diócesis.
Consulta al Dicasterio: si el fenómeno adquiere relevancia internacional, la Santa Sede acompaña y respalda la decisión.
Criterios de discernimiento: se analizan los frutos espirituales (conversión, oración, caridad), la coherencia con la fe católica, y la ausencia de manipulación económica o ideológica.
Prudencia pastoral: incluso si no se reconoce el origen sobrenatural, se puede permitir la devoción o peregrinaciones si ayudan a la fe de los fieles.
Esto deja claro que la Iglesia no busca fomentar miedo ni sensacionalismo, sino cuidar la fe del pueblo de Dios. Las revelaciones privadas, como recordó el Catecismo (n. 67), no pertenecen al depósito de la fe: pueden ayudar, pero nunca reemplazan la Palabra de Dios ni los sacramentos.
2. La Gran Tribulación en la mirada de la Iglesia
La Iglesia no fija fechas ni ofrece interpretaciones rígidas sobre los acontecimientos finales. Más bien, enseña que la Gran Tribulación debe entenderse como tiempos de prueba y purificación, tanto personales como comunitarios.
El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 675-677) señala que antes del triunfo final de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba que sacudirá la fe de muchos. Habrá engaños, persecuciones y falsas seguridades. Pero también afirma que el desenlace es claro: Cristo vencerá definitivamente el mal.
El mensaje central no es de miedo, sino de esperanza y perseverancia. La tribulación no es un castigo caprichoso, sino un camino de purificación para una fe más auténtica.
3. Palabras de los Papas recientes
Juan Pablo II habló con frecuencia sobre la necesidad de no temer frente al futuro. En su primera homilía como pontífice, dijo aquellas palabras que aún resuenan: “¡No tengan miedo! ¡Abran de par en par las puertas a Cristo!”. Para él, la tribulación era real, pero nunca definitiva. En una catequesis de 1998 explicó que el Apocalipsis no debe leerse como un libro de terror, sino como el anuncio de la victoria del Cordero. Subrayó que los cristianos estamos llamados a vivir con confianza y esperanza, arraigados en la Eucaristía.
Benedicto XVI fue muy claro en su enseñanza: los tiempos difíciles deben llevarnos a profundizar en la fe. En una homilía del 2006 comentó que la Iglesia, como su Señor, pasa por pasión y cruz, pero eso no debe llevar al desánimo. En el año de la fe (2012), Benedicto recordó que incluso ante la secularización y las pruebas, la Iglesia debe ser “pequeño rebaño, pero confiado”, porque el Espíritu Santo nunca la abandona.
Francisco, por su parte, ha insistido en que no debemos ser “cristianos del miedo”. En varias homilías ha señalado que el Apocalipsis no es un anuncio de catástrofes, sino una llamada a la vigilancia y a la esperanza. En su encíclica Fratelli tutti recuerda que la humanidad vive tribulaciones concretas (guerras, injusticias, divisiones), y que la respuesta cristiana es la fraternidad y la caridad. Francisco enfatiza que la Gran Tribulación se vence con pequeños gestos de amor cotidiano.
4. Vivir con esperanza: claves prácticas
A la luz de las normas de la Iglesia y de la enseñanza de los Papas, podemos señalar algunas actitudes para enfrentar la tribulación con serenidad:
1. Oración constante: no como repetición mecánica, sino como diálogo con Dios que fortalece el corazón.
2. Sacramentos: la Eucaristía y la Reconciliación son la fuente de la gracia que sostiene en la prueba.
3. Caridad activa: no basta esperar pasivamente; la fe se demuestra en obras de amor hacia los más necesitados.
4. Discernimiento: evitar caer en profecías apocalípticas no aprobadas por la Iglesia que generan miedo o confusión.
5. Esperanza en Cristo: la victoria final es de Él; por eso la tribulación nunca tiene la última palabra.
El mensaje de la Iglesia, en continuidad con las palabras de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, es claro: la Gran Tribulación no debe paralizarnos. Es un llamado a vivir con mayor fe, vigilancia y esperanza. Las normas actuales de la Santa Sede nos invitan a un discernimiento responsable, a evitar engaños y a enfocarnos en los frutos espirituales. La verdadera seguridad no está en cálculos humanos, sino en la certeza de que Cristo camina con su Iglesia.
Así, frente a las pruebas del presente y del futuro, el cristiano no responde con miedo, sino con fidelidad. Como afirma en el Apocalipsis: “El que persevere hasta el fin, ése se salvará”.
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