ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 112 | 10.10.2025

ECOS DE LA LEYENDA NEGRA


Hay una sombra antigua que se estira desde los albores de la conquista, y atraviesa siglos, templos, impresiones, susurros en idiomas extraños, hasta llegar a nosotros. Esa sombra tiene nombre: leyenda negra. No fue un solo fuego, sino mil brasas de propaganda, de odio, de miedo. No nació en un instante: fue tejida, hilada, moldeada para aterrorizar, para deshumanizar.

Imagina los primeros barcos doblando el horizonte. Gritos de agua, hombres exhaustos y promesas rotas. Llegaron buscando tierras prometidas, oro, dominio. Y allí, en selvas y montañas que nadie de afuera entendía, comenzaron las atrocidades. Las Casas las vio. Voces quebradas, huesos rotos, culturas borradas. Las palabras se imprimían rápido, velozmente, por primera vez: testimonios de dolor que viajaban más allá del mar, haciéndose virales cuando aún no existía esa palabra.

Y mientras tanto, en Europa, otro fuego ardía: fue la Reforma. Un cisma que desgarraba la fe, que avivaba odios entre quienes creían diferente. La Corona se alzó como blanco: acusada de intolerancia, de quemar ideas, mujeres, herejes. Era más fácil pintar con pincel grueso al “otro”, al que impone la cruz, al que conquista, al que obliga. Se comenzó a construir un monstruo con los fragmentos de cada queja, cada relato desgarrado.

Pero la leyenda negra no es sólo lo que se dice, sino lo que se repite. Un eco largo: protestantes que denuncian, escritores italianos que critican, rivales que dibujan caricaturas. Fue en los folletos, en los sermones furiosos, en las bibliotecas enemigas. Fue en el miedo de quienes sabían que eran juzgados desde tierras lejanas. Fue también en la ruptura de alianzas, en guerras que no sólo se luchaban con balas, sino con tinta y palabras afiladas como cuchillos.

Luego, los siglos pasaron, pero la sombra no se disipó. En los salones de la Ilustración, curtidos de razón y cálculo, aparecieron nuevos enemigos: el fanatismo religioso, el despotismo monárquico, el atraso. En Francia, en Inglaterra, se tejían ensayos que mostraban a ese imperio como modelo de todo lo que jamás debe hacerse. Se exageraba, se ignoraba, se ridiculizaba. Y las imágenes calaban: el español perezoso, cruel, necio incluso.

Y en la propia tierra de la corona que había conquistado tanto, comenzaron a nacer otras historias: historias de culpa, de vergüenza, de rebelión. Se levantó en 1808 un grito contra la ocupación extranjera, una oración de independencia que alteró el relato. Se restauraron instituciones oscuras como la Inquisición, y se usaron para confirmar lo temido: que todo había sido un error de fe, de moral, de civilización.

Todo esto fue preparándose hasta el siglo XX, cuando alguien lo nombró formalmente: leyenda negra. No sólo acusación de fuera, sino espejo roto donde muchos se vieron retorcidos. Algunos señalaron que todo ese relato había sido manufacturado para servir intereses extranjeros, geopolíticos, ideológicos. Otros afirmaron que había verdades demasiado dolorosas para negarlas: la esclavitud, la violencia, el despojo, la muerte.

Hoy esa sombra sigue bailando sobre nosotros. Se convierte en argumento político, en discurso publicitario, en tensión diplomática. Hay quienes la utilizan para reclamar perdones, para exigir cuentas, para entender que las heridas siguen abiertas, latentes. Y también quienes la usan para justificar orgullo, para pintarse como víctimas, o para negar que la sombra tenga la fuerza que dicen que tiene.


Porque la leyenda negra tiene poderes extraños: los que temen al pasado la invocan; los que la celebran la niegan; los que la sienten la sufren. Y entre todos, el presente se debate en grises. Nadie puede asegurar que todo lo que se dijo sea mentira. Tampoco puede afirmarse que toda crítica sea justa o equilibrada.

Quizá lo que necesitamos es escuchar sin miedo. Aceptar que hubo horrores verdaderos; reconocer que hubo propaganda venenosa. Entender que la historia se da en capas, unas sobre otras, y que la verdad se parece más a una cicatriz que a una herida abierta. Una cicatriz que nos recuerda que no todo lo que hereda el silencio es olvido, y no todo lo que se dice es verdad.

Porque sólo enfrentando esa sombra podremos caminar sin tropezar con fantasmas. Sólo reconociendo su presencia podremos elegir cómo queremos mirarnos, cómo queremos narrarnos.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 112

Entradas que pueden interesarte