ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 115 | 31.10.2025

LA NOCHE QUE ALGO ME TOCÓ


No soy una persona de andar recorriendo templos, ni de estar rezando, en definitiva, no profeso ninguna fe, pero voy a contar lo que viví sin que suene a delirio. Durante años guardé apuntes sobre sueños y estados extraños, como quien colecciona fragmentos para no perder la cordura.

A los dieciocho sufrimos un accidente: el coche quedo hecho trapo y nosotros ilesos. Un policía me dijo que nadie debería haber salido vivo. Esa frase se clavó como una pregunta sin respuesta. Después vino el insomnio y la culpa. Empecé a leer sobre protección espiritual y a tomar notas cada noche, buscando un mapa que justificara aquello que había sucedido.

Un día, con la luz prendida y el cuaderno abierto, leía sobre ángeles y tentaciones. Me invadió una paz profunda, la certeza de que habíamos sido protegidos. La paz se rompió de pronto. Un pavor sin nombre entró en la habitación: no era miedo común, sino una gravedad en la garganta que hizo callar todos los sonidos de la casa.

Oí algo que parecía alas. Al principio un susurro al borde del oído; después un batir que se acercó desde el pasillo. Miré la ventana esperando un pájaro y no encontré nada. El aleteo sonaba cada vez más cerca y un olor fétido, como huevos podridos, se filtró por la puerta. Luego una ráfaga de viento y algo golpeó mi pierna con la fuerza de una mano sólida. La marca que dejó, en forma de media luna, ardía como si me mordieran.

Busqué por la habitación: ni pájaros ni murciélagos. Me fui al sofá con la televisión encendida buscando ruido. El dolor en la pierna se volvió punzante. Al intentar levantarme, una fuerza invisible me empujó hacia abajo. El pecho me apretaba y la televisión desapareció de mi percepción; en su lugar el batir de alas y una corriente caliente en el rostro.

Quise gritar y llamar a mi familia, pero no hubo respuesta. La parálisis vino con una calma terrible; después, de golpe, cedió. Pude moverme otra vez, pero el miedo quedó pegado a mi piel como una suciedad que no sale. Al día siguiente la marca seguía allí.

Intenté explicarlo: pesadilla, ansiedad pos-trauma, la suma de lecturas y miedos. Sin embargo, hay marcas que la lógica no alcanza a limpiar. Mis apuntes posteriores fueron secos, como pruebas. Cada línea temblaba, aunque la redacción fuera técnica.

Durante semanas, cada noche se convertía en un territorio hostil. Cada crujido en la casa me hacía saltar; cualquier sombra proyectada por la lámpara me parecía un ala al acecho. Volvía a mis apuntes una y otra vez, buscando patrones, detalles que permitieran encajar aquella experiencia en algo conocido. Encontraba fechas, trazos, observaciones sobre sueños previos, y aun así la pieza central no encajaba. Había algo que se negaba a someterse a mi método de registro.

Soñé repetidamente con pasillos que no existían, con puertas que abrían sobre cuartos helados donde olía a humedad y ozono. En los sueños, la misma marca en la pierna reaparecía como una certificación: la presencia había dejado una firma y parecía complacida con ello. A veces el sueño terminaba en un golpe seco, en la sensación de caer sobre algo caliente y pegajoso. Despertaba temblando y comprobaba la piel: la marca no siempre estaba, pero la memoria del dolor sí.

Fui a médicos. Me hablaron de reacciones cutáneas y de estrés. Tomé sus palabras como una cuerda, pero la cuerda no alcanzaba al centro de la pregunta. Porque la marca era solo una prueba física, y la otra evidencia era la factura íntima del miedo que se había instalado en mi respiración. Me explicaron el fenómeno de la parálisis del sueño y su relación con alucinaciones. Aprendí términos, los anoté. Pero los términos no me devolvían a la noche en la que el mundo se detuvo para mí.

Hoy vuelvo a esos apuntes con la intención de no olvidar y de no evitar aquello que me incomoda. Escribo para nombrar la sensación más que para explicar la causa. Quizás algún día encuentre una etiqueta que encaje. Quizás no. Lo que sí sé es que aprendí a controlar la narrativa externa: cuento lo necesario para protegerme de la incredulidad, pero no puedo impedir que la noche me recuerde lo que se llevó una vez: la quietud antes del aleteo, el olor que me atraviesa, y el golpe sobre la carne que no fue un sueño del todo.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 111

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