
Conocida también como transmigración de las almas, es una antigua doctrina que plantea algo fascinante y, al mismo tiempo, inquietante: la posibilidad de que el alma humana no termine su existencia con la muerte del cuerpo, sino que continúe su recorrido habitando nuevos cuerpos, ya sean humanos, animales o incluso vegetales. Según esta creencia, ese viaje responde a un propósito moral, de purificación o de castigo, dependiendo de lo vivido en existencias anteriores.
Algunos filósofos antiguos consideraban que el término correcto no era metempsícosis, sino metensomatosis, porque lo que cambia no es el alma, sino el cuerpo en el que ésta se instala. La idea se mantuvo con distintos nombres a lo largo de la historia: reencarnación, transmigración o, simplemente, el eterno retorno de las almas.
No todas las culturas aceptaron la existencia de un alma única y eterna. En sociedades primitivas, por ejemplo, se pensaba que cada persona estaba formada por varias fuerzas vitales distintas. Una parte de esa energía se disolvía tras la muerte, otra se quedaba merodeando entre los vivos durante un tiempo y otra más podía nacer en un nuevo ser. Este concepto no se parece del todo a la metempsícosis como se entiende en la filosofía, pero muestra que la idea de una vida que se prolonga después de la muerte estuvo presente en muchas tradiciones.
En el Antiguo Egipto, lejos de creer en la transmigración de las almas, se pensaba que la supervivencia dependía del cuerpo físico. De ahí la importancia de las momificaciones: el alma necesitaba un soporte material para perdurar. Tras el juicio de Osiris, el espíritu no regresaba a la tierra encarnado en un nuevo cuerpo, sino que habitaba un mundo distinto, reservado para los muertos.
En la tradición griega, al comienzo tampoco existía una concepción clara sobre la vida después de la muerte. La literatura de Homero describe un más allá sombrío, casi vacío de sentido. Con el tiempo surgió una corriente distinta, influenciada por los misterios órficos y las enseñanzas de Pitágoras. Para ellos, el alma estaba atrapada en un ciclo de nacimientos y muertes hasta alcanzar la purificación necesaria para regresar a lo divino. Platón tomó esa idea y la convirtió en una pieza central de su filosofía. Según él, aprender no era más que recordar lo que el alma ya había conocido en vidas anteriores.
En Roma, estas creencias llegaron como reflejo de lo heredado por griegos y pitagóricos. Escritores como Virgilio o Ovidio hicieron referencia a ellas, destacando la importancia de respetar la vida animal, pues en cada ser podía habitar un alma humana en tránsito.
En Oriente, adquirió un peso mucho mayor. En la India se convirtió en una de las bases del hinduismo y el brahmanismo, a través de la ley del karma. Cada acción realizada en una vida tiene consecuencias que se arrastran a la siguiente, construyendo una cadena inevitable de causa y efecto. El alma, entonces, migra de cuerpo en cuerpo, cargando con el peso de sus actos, hasta alcanzar la liberación final. El budismo y el jainismo heredaron esa visión, pero la interpretaron como un ciclo de sufrimiento del cual solo se escapa mediante la iluminación.
En China, el taoísmo veía este proceso más como una transformación natural que como una purificación moral. Para ellos, el ser humano estaba formado por diferentes fuerzas que se reintegraban en el ciclo eterno de la naturaleza. El Japón, a su vez, incorporó estas ideas a través del budismo, que las adaptó a sus propias tradiciones.
En la Europa cristiana, fue rechazada desde un principio. La fe sostiene que cada alma es única, creada por Dios para un destino eterno, y que no puede pasar de un cuerpo a otro. Diferentes Concilios se pronunciaron contra esta doctrina, asegurando que era incompatible con la resurrección y con la responsabilidad personal de cada vida. Además, el olvido de las experiencias pasadas se consideraba un obstáculo insalvable: si no recordamos lo que hicimos en otras existencias, ¿cómo podría haber justicia en el castigo o la recompensa?
A pesar de esa oposición, durante el Renacimiento algunos filósofos retomaron la idea influenciados por Platón y por la llegada de textos antiguos que reavivaron el interés en el neoplatonismo. Más adelante, pensadores europeos del siglo XIX volvieron a especular con la transmigración como parte de nuevas corrientes sociales y filosóficas.
Hoy en día, la metempsícosis se mantiene viva sobre todo en el lenguaje del espiritismo y la teosofía, aunque en esos contextos suele usarse más el término “reencarnación”, limitado generalmente al paso de un alma por diferentes cuerpos humanos.
Recopilación
El PELADO Investiga
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