ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 119 | 28.11.2025

EL DIABLO ENAMORADO

Jacques Cazotte Quedot nació el 17 de octubre de 1719 en Dijon, en una Francia ilustrada pero llena de tensiones ocultas. Su vida fue una mezcla inquietante de lo mundano y lo esotérico. Tras trabajar varios años en la administración naval en Martinica, regresó a su tierra natal para dedicarse a la literatura. Fue en ese retiro, en medio de su viñedo, donde empezó a explorar un territorio extraño: la escritura fantástica y los misterios del mundo invisible.

En 1772 publicó su obra más famosa, “El Diablo Enamorado”, un relato que no es un simple cuento, sino un experimento metafísico con consecuencias morales profundas. El protagonista, don Álvaro, un joven noble español, invoca al diablo por vanidad y curiosidad, no por ambición o desesperación. Desde el primer momento, el autor teje una atmósfera densa, donde lo sobrenatural irrumpe en la realidad como una sombra casi tangible, y donde el lector no sabe si lo que sucede es visión, sueño o ilusión.

Cuando el demonio se presenta ante Álvaro, lo hace primero bajo formas grotescas —una cabeza de camello, un perro faldero—, como si pusiera a prueba la fortaleza mental del invocador. Luego adopta una figura más peligrosa: la de un joven criado llamado Biondetto, y finalmente, la de una mujer de belleza seductora, Biondetta. Esa máscara femenina, etérea y frágil, esconde un horror más profundo. Bajo su encanto late una fuerza antigua y terrible. El diablo no solo desea a Álvaro; enreda su propia esencia en un lazo de afecto retorcido, una seducción que desafía la lógica humana.

El juego entre Álvaro y Biondetta se vuelve una danza de poder y vulnerabilidad. Él rechaza sus avances sexuales, reafirmando su honor y su virginidad. Ella insiste, manipulando cada gesto, cada palabra, como si su propia identidad dependiera de su conquista. Pero no es solo un asunto físico: es un combate moral, una prueba de fe. ¿Es todo esto real? ¿O es una ilusión tan elaborada que su mente no logra distinguir el engaño?

Los testimonios que rodean a la obra son tan inquietantes como el relato mismo. Se cuenta que él escritor, hombre profundo en creencias místicas, desarrolló posteriormente visiones de espíritus. Escribió textos proféticos en los que relacionaba la revolución que se avecinaba con una fuerza diabólica. Según quienes le conocieron, veía el mundo invisible como un teatro donde los vivos y los muertos se cruzaban: “el cuarto estaba tan lleno de vivos y de muertos”, llegó a escribir, “que no podía distinguir entre la vida y la muerte”.

Algunos académicos afirman que su novela fue leída como más que ficción: como revelación. Se dice que un extraño encapuchado vino a su gabinete, haciendo gestos iniciáticos, sospechando que él autor había tocado secretos demasiado profundos para el común de las personas. En su época, ese tipo de relatos no se tomaba a la ligera: invocar al demonio era un acto simbólico, pero también un acto moral, y en su voz novelística resonaba una advertencia que iba mucho más allá de la seducción.

Teóricamente, la ambigüedad de lo que Álvaro vive —si lo acontecido es sueño, delirio o una verdadera posesión— es parte esencial del peso de la novela. Cazotte no ofrece certezas; plantea preguntas. Esa duda perpetua ha sido analizada por estudiosos del género fantástico como el corazón de su valor: lo que leemos podría ser real o producto de la mente de Álvaro, y como lectores, nos vemos obligados a habitar esa incertidumbre. Esa misma indecisión ha influido en generaciones posteriores de escritores, cómo, por ejemplo, Edgar Allan Poe.

A nivel más profundo, algunos han interpretado a Biondetta no solo como un demonio seductor, sino como un símbolo de una feminidad inquietante y ambigua, un desdibujamiento de identidades donde lo masculino y lo femenino se funden. Y el hecho de que el diablo se enamore del invocador complica la relación entre creador y criatura, entre lo divino y lo infernal, entre lo real y lo imaginado.

El “diablo”, no es solo un ser agresor, sino un enamorado atormentado, un espíritu que se consume por su propia pasión. El joven Álvaro se convierte en su espejo, en su obsesión, y ambos se pierden en esa zona sin límites entre el deseo y el peligro. No hay blanco o negro, solo una penumbra moral donde el bien y el mal se imbrican en un vínculo inquietante.

Al cerrar su relato, no queda la seguridad de que todo haya sido sueño ni del todo pesadilla. Somos conducidos a una conclusión espectral: el diablo puede ser convocado, la muerte puede ser profetizada, y el amor mismo puede disfrazarse de sombra. En la obra de Jacques Cazotte, lo fantástico no es un pasatiempo literario, sino una advertencia esotérica: detrás de cada invocación, detrás de cada deseo, puede esconderse una verdad demoniaca que no se puede ignorar.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 119

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