ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 122 | 19.12.2025

DEPREDADORES INVISIBLES


En los límites más frágiles de la realidad, donde la percepción humana se vuelve difusa y el tiempo parece dilatarse, existen seres que se alimentan de lo que dejamos atrás sin darnos cuenta. No son sombras comunes, ni fantasmas con recuerdos de una vida pasada; son parásitos astrales, entidades que flotan entre dimensiones, detectando cada vibración, cada emoción no procesada, cada fragmento de energía que el cuerpo o la mente humana desecha. Su existencia no está ligada a la maldad consciente, pero su efecto es devastador: absorben vitalidad, generan inquietud y crean ambientes cargados, como si una bruma invisible cubriera todo a su alrededor, alterando el equilibrio natural de los espacios que ocupamos y de quienes los habitan.

Estos parásitos encuentran refugio en los lugares más olvidados y descuidados. Sótanos húmedos, armarios abarrotados, habitaciones cerradas durante semanas; allí donde la energía se estanca, ellos proliferan. Se comportan como insectos invisibles que no buscan destrucción directa, sino supervivencia. Se alimentan de los desechos psíquicos: miedo acumulado, rencor persistente, emociones negativas que no encuentran salida. Lo inquietante es que mientras extraen energía, generan sus propios residuos energéticos, amplificando el malestar del ambiente. Una casa infestada de estos seres no solo se siente opresiva; incluso los visitantes más equilibrados sienten cómo su fuerza vital se disuelve, como si cada paso dentro del lugar drenara su energía, dejando una sensación de vacío y agotamiento que se prolonga horas después de haber salido.

Entre estos parásitos existen subespecies más sofisticadas, que van más allá de alimentarse de los restos de energía. Se adhieren al aura de los individuos, perforando delicadamente sus campos energéticos, estableciendo una conexión persistente que puede durar días, semanas o incluso años. Estos parásitos no actúan por maldad consciente; su instinto los guía. Algunos poseen una inteligencia rudimentaria, comparable a la de los animales; otros muestran un nivel de conciencia superior, capaz de planificar, manipular y aprovechar nuestras emociones y pensamientos para su beneficio. Pueden influir sutilmente en decisiones, generar distracciones, incrementar ansiedad o alimentar conflictos internos, siempre con el objetivo de mantener su fuente de energía activa.

El contacto con estos seres rara vez es evidente, pero su influencia se percibe como un peso constante sobre la mente y el cuerpo. Dolores de cabeza persistentes, fatiga inexplicable, sensación de vigilancia invisible, cambios bruscos de humor y la certeza de que algo ajeno se encuentra presente, son señales típicas de su actividad. Las personas más sensibles, quienes perciben con mayor claridad las vibraciones del entorno, se convierten en huéspedes naturales, sin intención alguna, pero irresistibles para estos parásitos. A medida que la relación se prolonga, el individuo empieza a manifestar síntomas físicos y psicológicos: agotamiento crónico, desinterés, irritabilidad y, en casos extremos, un estado de despersonalización donde se siente separado de sí mismo, atrapado por una fuerza que no comprende.

Los parásitos astrales más peligrosos son aquellos que poseen la capacidad de manipular el entorno y planificar acciones concretas en el plano físico. Se relacionan con personas que manejan energías intensas, especialmente practicantes de magia o rituales energéticos. Cada emoción potente, cada pensamiento cargado de intención o frustración, actúa como un imán que los atrae. Algunos se instalan en individuos emocionalmente vulnerables, alimentándose directamente de su fuerza vital y creando un vínculo que es difícil de romper. Otros se concentran en lugares de alta energía, donde pueden extraer y almacenar energía acumulada de múltiples fuentes, convirtiendo casas enteras en núcleos de malestar invisible.

El ciclo de energía de estas entidades es perturbador. Se alimentan, generan residuos, atraen más parásitos y multiplican la sensación de opresión. Los espacios afectados se tornan densos, cargados, casi irrespirables. Los objetos cotidianos, las paredes, los muebles, incluso los rincones que parecen vacíos, se convierten en receptáculos de esta energía residual. Este fenómeno explica la percepción que muchas culturas han tenido sobre “ambientes cargados” o “casas embrujadas”, donde la sensación de amenaza y desasosiego persiste sin una causa tangible. Los parásitos astrales actúan como catalizadores de esta tensión, y su presencia es directamente proporcional al grado de desorden emocional o energético acumulado.

El ser humano, sin estar entrenado, es vulnerable ante estos invasores. La acumulación de estas energías puede transformar a individuos en puntos de anclaje para parásitos menores o mayores. Personas que parecen emocionalmente tóxicas, que drenan a otros sin intención aparente, pueden ser víctimas de enjambres astrales que se adhieren a su aura y amplifican sus emociones, generando un efecto multiplicador de malestar. Incluso quienes se consideran equilibrados y fuertes pueden ser afectados si ingresan en espacios saturados por estas entidades, sintiendo un drenaje inexplicable que les obliga a alejarse para recuperar energía.

En este entramado de energías invisibles, los parásitos astrales y las llamadas “malas energías” no son simples abstracciones. Son fuerzas activas, dinámicas, capaces de alterar la percepción, de drenar vitalidad y de transformar los espacios y a las personas que habitan en ellos. Su estudio y comprensión exigen reconocer que lo que sentimos como opresión, cansancio inexplicable o malestar ambiental, puede ser mucho más que coincidencia: es la manifestación de un ecosistema invisible que existe paralelo al nuestro, donde la vida, la energía y la intención humana se cruzan con seres cuya existencia depende de nuestra vulnerabilidad y de los residuos de nuestra propia energía.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 122

Entradas que pueden interesarte