Nos situamos en los momentos finales de la Segunda Guerra Mundial, un piloto kamikase aterriza en una base japonesa en la isla de Odo por, supuestos, problemas técnicos. El mecánico principal, sospecha que este huyó de su deber fingiendo que su avión no funcionaba como debería, pero es a partir de ahí cuando empiezan los problemas. De repente, aparece una criatura de leyenda que, según los nativos de la zona, es conocida como Godzilla, y destroza uno a uno a todos los que había en ese momento en la zona. El mecánico consigue sobrevivir, y culpa al piloto, el otro superviviente, por no haber actuado cuando se le ordenó atacar a la bestia.
En el mayor punto histórico en cuanto a producciones occidentales sobre kaijus, llega “Godzilla Minus One” para demostrarnos quiénes son los que de verdad entienden este género y son capaces de llevarlo al siguiente nivel. Dirigida por Takashi Yamazaki es una oda a la vida, una de las mejores obras que jamás se han hecho sobre el mítico monstruo japonés. No puedo más que admirar la habilidad de esta película para hacerme olvidar sus limitaciones presupuestarias y transportarme a un Japón que lucha por encontrar su identidad postbélica. Las secuencias de destrucción masiva se sintieron más que efectos especiales.
Así, Japón no solo perdió una guerra, sino que vivió en carne propia una catástrofe de tal nivel que solo podemos imaginar a través, precisamente, del cine catástrofe. Godzilla es una bomba nuclear con cola, es la secuela de Oppenheimer. Por volver a recordarnos precisamente eso es por lo que triunfa este film. Es imposible no pensar que hay mucho de Hiroshima en la forma en la que se presenta el uso del rayo característico de Godzilla, un momento preparado con la misma anticipación que la prueba de Alamogordo, pero con un propósito bien distinto. Sí, tenemos a un lagarto gigante que anda torpemente, pero esa representación fantasiosa resulta más temible y peligrosa en cuanto sintonizamos con lo que nos está queriendo enseñar realmente.
“Godzilla”, la película original de 1954 fue el disparador a una fiebre que, con sus más y sus menos, llega hasta nuestros días. El MonsterVerse de Legendary ha vuelto a catapultar al éxito en Occidente un género que habitualmente se veía como un nicho, pero que es capaz de ofrecernos emociones al más alto nivel. La historia gira en torno a Godzilla, como no podía ser de otra forma, pero lo que hace especial a la película es que el kaiju, pese a ser el hilo conductor de todo lo que ocurre, acaba cediendo en importancia ante el resto de protagonistas. Un elenco entrañable, carismático y que consigue reflejar a la perfección el drama y la situación sin salida que viven a nivel personal y social, con un Japón completamente destrozado.
El film no tarda en situarnos en Tokio en 1946 tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Los incesantes bombardeos sobre la ciudad provocaron más de 100.000 muertos, y sobre ese escenario gira la película, con Shikishima descubriendo a su llegada que sus padres han sido víctimas de los ataques, y con el peso que supone haber sobrevivido, un sentimiento de culpa del que le cuesta escapar. Su vecina, Sumiko Ota, le increpa el deshonor que supone haber vuelto siendo un piloto kamikaze. El honor, la patria y el deber por encima de la vida.
Un protagonista que busca sobrevivir en un Japón devastado, con una relación difícil de explicar, pero llena de sentimiento con Noriko Oishi y Akiko, un bebé que la mujer rescata del desastre que vive la ciudad de Tokio y la cría como a una hija. La culpabilidad no permite a Shikishima revelar todo lo que siente, y es a partir de ahí donde el impacto de su relación con Noriko y Akiko tiene más peso en la película. Buscarse la vida, luchar y trabajar de lo que sea, y es ahí donde llega la oportunidad, desactivando minas marinas que recorren toda la costa del país. Personajes protagónicos y secundarios carismáticos, que te hacen disfrutar en todo momento y que, por encima de todo, se sienten muy humanos y reales. En torno a ellos se desarrolla también la película y su mensaje de vida, familia, amistad.
Por eso, a pesar de encontrar, casi caídos del cielo, a una mujer y a una hija con la que reconstruir su vida, Shikishima no pasa página de su vergüenza. Es a través de él como la película articula una de sus enseñanzas y críticas más poderosas para la sociedad japonesa, el valor de la vida. En la cultura japonesa el valor del honor o el peso de la vergüenza han estado muy por encima de la propia vida. Por eso, la llegada de Godzilla a la vida de Shikishima no se plantea entonces como un relato de héroe que se sacrifica sino de antihéroe que se salva. O, quizás, de la unión de ambas.
Es en ese punto sobre el que gira la película, con momentos para el recuerdo y que se quedan dentro de nosotros. En el que su director, decide darle una vuelta a los ejes sobre los que Japón se ha mostrado a sí misma y al mundo, priorizando el honor y el sentido del deber, ante todo, la patria y la sociedad por encima del individuo, pero la vida, la vida por encima de todo, nada más importante que ella y la de nuestros semejantes. Un mensaje que se encarga de reforzar conforme avanza el largometraje, quitando peso a la culpabilidad del superviviente y ensalzando el vitalismo como punto fundamental del ser humano.
¿CÓMO ENCAJA GODZILLA EN LA HISTORIA?
El mejor homenaje posible, sin caer en lo fácil, discreto y eficaz. Los movimientos del monstruo en la gran ciudad, desolando el barrio de Ginza, el más lujoso de la gran metrópolis que es Tokio y que comenza a resucitar tras la debacle de la guerra. Mismos planos y edificios que en la película de 1954, y un monstruo que llegado el momento nos demuestra su ferocidad y de lo que es capaz de hacer en la actualidad.
No hay que ser muy inteligente para captar que el ataque a Ginza está reflejando el efecto devastador de una fuerza inesperada— que aparece, claro, por efecto de otras pruebas militares americanas—, usando al coloso como avatar del terror atómico. Desde las "quemaduras" de Godzilla, a la forma angustiosa de reflejar el pánico civil o la presencia de una lluvia de ceniza negra... La imaginería es un catálogo de efectos de la bomba nuclear que explora todo lo que no interesaba reproducir en “Oppenheimer” (2023), mostrando, de alguna manera, la cara de la moneda más “descortés” en una película supuestamente de espectáculo.
Irónicamente, “Godzilla: Minus One”, entre sus varios recursos del cine bélico, recicla algunos momentos del cine reciente de Christopher Nolan, concretamente de “Dunquerque” (2017), en algunas de sus escenas navales, le dan la distintiva personalidad marítima a esta entrega frente a las demás. De hecho, esta vocación "acuática" hace que tenga algunos momentos de pura aventura marinera que recuerdan a los momentos de peripecia más memorables de “Tiburón” (1975), lo que convierte a Godzilla en una criatura más fiera y que crea lazos con el cine de terror animal más tradicional.
Mi calificación para este clásico, que no pasara mucho tiempo para convertirse en una película de culto del cine kaiju, es un 10 PELADO INVESTIGA
Con un equilibrio perfecto entre el cine de monstruos y el bélico, “Godzilla: Minus One” funciona gracias a su parte humana, un drama construido sobre la culpa, que no se corta en explotar un énfasis militarista sobre el honor perdido con el que no se atrevería Michael Bay, y que explica el resentimiento nacionalista de un Japón que parece estar buscando reconstruir su orgullo tras un desastre al evocar el deseo patriótico de una nación casi emulando a una película de propaganda ficticia de posguerra, con un fondo tan populista y fascinante como peligroso.
El PELADO Investiga