En una cálida noche de julio de 1961, ocurrió un hecho sorprendente que marcaría uno de los episodios más enigmáticos en la vida del papa Juan XXIII, también conocido como el "Papa Bueno". Este evento fue narrado por su secretario personal, quien lo acompañaba en un paseo nocturno por los jardines de la residencia de verano en Castell Gandolfo, un lugar tranquilo donde el pontífice solía retirarse para reflexionar y descansar.
Según el relato, mientras caminaban en el silencio de la noche, algo extraordinario ocurrió. Ambos observaron en el cielo una nave con forma ovalada, que desprendía una luz intensa de tonalidades azul y ámbar. El objeto se movía lentamente, sobrevolando el área donde ellos se encontraban, iluminando los alrededores con su misterioso resplandor. La nave, en lugar de desaparecer, comenzó a descender suavemente hasta aterrizar en el mismo jardín donde paseaban el papa y su secretario.
Del interior de aquella nave descendió un ser que, aunque tenía forma humana, presentaba algunas características inusuales. Estaba rodeado de una especie de resplandor dorado que cubría su figura, y una de sus particularidades más destacadas eran sus orejas alargadas. Este detalle, aunque extraño, no causó terror en el papa ni en su acompañante, sino que les llenó de una sensación de profunda reverencia. Ambos, sin saber con certeza qué era lo que estaban presenciando, se arrodillaron ante la visión, creyendo que podrían estar ante un ser celestial.
El secretario recuerda cómo, en ese momento, comenzaron a rezar. La escena era de absoluta serenidad, pero cargada de un misterio que parecía provenir de otra realidad. Tras unos minutos, el papa Juan XXIII tomó una decisión sorprendente. En lugar de mantenerse distante o lleno de miedo, se levantó y se acercó al ser, iniciando una conversación que, según el testimonio de su secretario, duró aproximadamente veinte minutos.
Lo que ocurrió durante esa conversación sigue siendo un enigma. Ni el papa ni su secretario revelaron jamás detalles específicos del contenido de lo que se habló entre ellos. Sin embargo, cuando el pontífice regresó junto a su secretario, compartió un mensaje que, aunque sencillo, parecía encerrar una profunda verdad. Este, cargado de sabiduría y apertura, dejó una huella en quienes lo escucharon. El papa, conocido por su cercanía a la gente y su profundo sentido de humanidad, parecía sugerir que la vida, la creación de Dios, se extiende mucho más allá de lo que los seres humanos pueden comprender. A través de estas palabras, invitaba a reflexionar sobre la diversidad de la creación y la importancia de la fraternidad, no solo entre los seres humanos, sino quizás entre formas de vida que desconocemos.
A pesar de lo extraordinario del encuentro, después de esa noche, el papa nunca volvió a referirse públicamente al suceso. Incluso dentro del Vaticano, donde Juan XXIII era una figura central, no se discutió abiertamente lo que ocurrió en esos minutos de conversación con el ser luminoso. Su silencio ha sido interpretado de diversas maneras: algunos creen que el papa guardó esta experiencia como un secreto sagrado, mientras que otros piensan que quiso proteger a la humanidad de una verdad para la que tal vez no estaba preparada.
Recopilación
El PELADO Investiga
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