Bertha Pappenheim nació en Viena el 27 de febrero de 1859, en el seno de una familia judía de clase alta, con una sólida tradición religiosa. Su padre fue un prominente líder de la comunidad judía, llegando a ser uno de los fundadores de la sinagoga más grande y reconocida de la ciudad, la famosa Schiff Shul. La joven creció en un entorno de gran cultura, pero su vida personal estuvo marcada por la tragedia desde temprana edad.
A los 16 años, abandonó la escuela para dedicarse al cuidado de su padre enfermo. Durante ese tiempo, comenzó a experimentar serios problemas emocionales y psicológicos que la llevaron a consultar al médico Josef Breuer. En su tratamiento, Breuer estuvo acompañado por su discípulo Sigmund Freud, y el caso de Bertha, conocido como "Anna O.", fue uno de los primeros en marcar un hito en el campo del psicoanálisis. Aunque su enfermedad se etiquetó como "histeria" en esa época, el tratamiento y la relación que se desarrollaron con su médico serían fundamentales para el desarrollo de la psicología moderna.
Fue una mujer notablemente inteligente, con una mente brillante que destacaba por su rapidez y agudeza. A pesar de su prodigiosa capacidad intelectual, sufrió una serie de síntomas médicos devastadores. Su enfermedad incluía parálisis en partes de su cuerpo, dificultad para hablar en su idioma materno y una serie de alucinaciones que afectaban gravemente su bienestar emocional. A menudo veía serpientes negras que en realidad eran sus propios cabellos, y escuchaba voces crueles que se burlaban de su apariencia física. Estos episodios fueron definidos por ella misma como "la nube".
Su condición era tan compleja que se convirtió en un caso fundamental para la psiquiatría. Aunque los métodos de tratamiento en ese tiempo eran severos y dolorosos, Bertha colaboró activamente en su propio proceso terapéutico. Sus contribuciones al tratamiento, especialmente en lo que respecta al método catártico, sentaron las bases para lo que más tarde sería el psicoanálisis. De hecho, se podría decir que ella fue una de las primeras en poner en práctica el proceso de liberar emociones reprimidas a través de la expresión verbal, una técnica que más tarde se adoptaría en la terapia psicoanalítica.
Además de su brillantez intelectual, fue una persona extraordinariamente bondadosa. A pesar de sus propios sufrimientos, dedicó gran parte de su vida a ayudar a los demás, en particular a los más desfavorecidos. En 1895, asumió la dirección de un orfanato judío en Frankfurt y se convirtió en una de las primeras asistentes sociales de Alemania. A lo largo de su vida, estuvo comprometida con causas sociales y realizó un trabajo incansable por los derechos de las mujeres y los niños, a menudo visitando hospitales y hospicios, brindando apoyo a los pobres y huérfanos.
A pesar de su dedicación a los demás, Bertha, vivió una vida de profunda soledad. Aunque poseía una inteligencia excepcional, su entorno familiar, puritano y distante, no comprendió ni apoyó sus deseos o necesidades emocionales. Esta desconexión entre su vida interior y el contexto que la rodeaba ejemplifica la dura realidad que muchas mujeres enfrentaron en esa época, especialmente aquellas con una mente brillante y un espíritu independiente.
A lo largo de su vida, no solo destacó por su labor social, sino que también fue una escritora prolífica. Produjo poesía, obras teatrales y artículos periodísticos. Además, fundó hospicios para madres solteras, y fue una voz crítica frente a las injusticias sociales de su tiempo. Sin embargo, pese a su compromiso con su trabajo y sus ideales, nunca pudo superar por completo el dolor de su enfermedad ni encontrar la paz emocional que tanto anhelaba. En sus últimos años, Bertha, escribió un poema que reflejaba su profunda desolación interior. En él, expresaba la amarga sensación de no haber conocido nunca el amor genuino y cómo esa falta de afecto la había marcado para siempre. Su poema, titulado “El Amor no me alcanzó”, describe la sensación de vacío y desesperanza que acompañaba su vida:
“El Amor no me alcanzó,
por eso vivo cómo las plantas,
en el sótano, sin luz.
El Amor no me alcanzó.
Por eso sueno cómo un violín
con un arco roto.
El Amor no me alcanzó.
Por eso me sumerjo en el trabajo
y, castigada, vivo para mis deberes.
El Amor no me alcanzó.
Por eso me gusta pensar que La Muerte
tiene un rostro agradable”.
Bertha Pappenheim falleció el 28 de mayo de 1936, dejando atrás una vida marcada por la lucha, la inteligencia y la compasión. En 1954, más de 18 años después de su muerte, Alemania emitió un sello postal con su imagen, en reconocimiento a su gran contribución social y humana. Hoy en día, su historia sigue siendo un ejemplo de la lucha contra las adversidades de la vida y de cómo una persona puede dejar una huella imborrable, incluso en la sombra de la tragedia.
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