ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 87 | 04.04.2025

¿POR QUÉ LOS MONSTRUOS NOS ASUSTAN?


El equilibrio en la biología de un monstruo es frágil. Un exceso o una carencia en sus características puede convertirlo en una criatura aterradora o, por el contrario, en algo que roza lo ridículo. Hay monstruos que funcionan muy bien en la literatura, pero que al ser trasladados al cine pierden su impacto y se tornan absurdos. Entonces, ¿qué elementos biológicos determinan si un monstruo es aterrador o simplemente risible?

Los monstruos suelen compartir dos rasgos esenciales: son de mayor tamaño que los humanos y poseen gran velocidad, lo que los convierte en posibles depredadores de nuestra especie. Desde un punto de vista evolutivo, estos seres pueden considerarse una prolongación de los lobos, osos y tigres que, en tiempos prehistóricos, mantenían bajo control la población humana. Estos atributos por sí solos no bastan para explicar el fenómeno. La clave está en la combinación precisa de rasgos biológicos que generan una criatura efectiva e inolvidable.

El término "monstruo" está ligado a la idea de "mostrar", es decir, manifestarse. En este sentido, los monstruos reflejan los miedos y las preocupaciones de la sociedad que los concibe. Son la representación de aquello que una cultura teme o rechaza. Por ello, estos seres suelen ser marginados, expulsados a los límites de lo conocido, más allá de los confines de la civilización.


En el pasado, bastaba con situarlos en los bosques, en los desiertos o en los océanos. Pero con la expansión de la humanidad sobre estos territorios, los monstruos han sido relegados a refugios más lejanos, como las profundidades marinas o el espacio exterior. Esta lógica se aplica incluso a nivel individual: un armario entreabierto en la oscuridad de la noche se convierte en un territorio inexplorado y, por lo tanto, aterrador para un niño.

Los primeros relatos de monstruos están estrechamente ligados a las historias de caza. No es de extrañar, pues el bosque, en su momento, era un lugar desconocido para la mayoría, pero los cazadores eran quienes lo recorrían y traían noticias sobre lo que allí habitaba. En este contexto, no resulta difícil imaginar que la ferocidad y el tamaño de los depredadores naturales, como los lobos, fueran exagerados, dando origen a las primeras criaturas monstruosas.

Pero si los depredadores reales ya eran lo suficientemente peligrosos, ¿por qué fue necesario inventar monstruos? En términos prácticos, no había una necesidad concreta, pero la imaginación humana siempre ha sido poderosa. Incluso en sociedades primitivas, la capacidad de inventar lo desconocido ha sido una constante. Después de todo, ¿cuántas veces se podía escuchar la misma historia sobre un león sin que surgiera la necesidad de algo más impactante? Tal vez por esta razón, a medida que el peligro de los depredadores disminuía en la vida cotidiana, los monstruos se volvían más elaborados y fantásticos. Un claro ejemplo de esto lo encontramos en la mitología griega, donde criaturas como la “Quimera” combinaban rasgos de varios animales en un solo ser.

Curiosamente, los monstruos han estado presentes en todos los textos religiosos, lo que sugiere que su existencia trasciende la cultura y el tiempo. No hay una línea cronológica exacta que explique su evolución, pero es probable que nacieran en los relatos de cazadores prehistóricos y con el tiempo adquirieran formas más sofisticadas. No obstante, sus manifestaciones más primitivas pueden resurgir cuando las condiciones sociales o culturales lo propician.

Desde una perspectiva biológica, lo monstruoso implica la ruptura con la forma ideal de los mamíferos. Como especie, estamos habituados a los seres con cuatro extremidades, por lo que cualquier variación en este esquema nos resulta inquietante. Criaturas con demasiados apéndices, o sin ellos, generan un rechazo instintivo.
Además, los vertebrados tendemos a encontrar tranquilidad en la simetría corporal. Por ello, los seres asimétricos o sin un contorno definido provocan un malestar profundo. Tal vez ahí resida el secreto de los monstruos: cuanto más se alejan de la forma humana ideal, más aterradores nos resultan.

En conclusión, los monstruos residen en los márgenes de la civilización, ocultos en rincones oscuros y desconocidos. Son seres que rara vez emergen de su hábitat, pero somos nosotros quienes, al aventurarnos en lo desconocido, terminamos encontrándonos con ellos. Explorar estos territorios prohibidos conlleva un componente de transgresión, algo que cualquier niño entiende cuando reúne el valor para asomarse debajo de la cama en medio de la noche.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 86

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