
Hay una historia que muchos han escuchado... y que aún hoy se susurra entre advertencias y miradas de desconfianza. Comienza casi siempre igual: un hombre, seducido por una mujer misteriosa —a veces una amante ocasional, otras, una simple desconocida con sonrisa irresistible— despierta sin memoria de la noche anterior. En su cuerpo, una cicatriz reciente, justo a la altura del riñón. Su órgano ha desaparecido. Y ya está en camino al mercado negro.
Esta leyenda urbana tiene tantas versiones como bares en una gran ciudad. En algunas, junto al dolor físico, hay un mensaje perturbador escrito con lápiz labial en el espejo del baño: “Bienvenido al club del SIDA”. Y por supuesto, también falta la billetera, con su dinero y documentos.
Durante los años 90, el rumor se extendió como pólvora. Hubo quienes afirmaban que bastaba con entrar en un probador de cierta tienda para no volver a salir con todos tus órganos. Se contaba que alguien, al ver que su acompañante no salía, alertaba a la policía, que al llegar encontraba a la víctima amordazada, a punto de ser intervenida por traficantes improvisados en el sótano del local.
Historias como esta beben del miedo real al tráfico de órganos. Un fenómeno que, aunque no ocurre como lo cuenta la leyenda, sí existe. En regiones vulnerables del planeta, personas desesperadas venden partes de sí mismas por unos cuantos billetes, mientras intermediarios sin escrúpulos enriquecen sus bolsillos.
Recopilación
El PELADO Investiga
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