
Uno de los estándares estéticos más peculiares de la época era la frente amplia. Para lograrla, las mujeres recurrían a la depilación del nacimiento del cabello y las cejas, utilizando pinzas o mezclas abrasivas. Este aspecto, que hoy podría parecer extraño, simbolizaba pureza y nobleza.
El cabello también jugaba un papel crucial en la percepción de la belleza. Las mujeres de clases altas preferían tonos rubios, asociados con la virtud. Para aclarar su melena, empleaban mezclas de azafrán, cebolla y orina de cordero, exponiéndose al sol durante horas. Este proceso, aunque efectivo, podía dañar el cabello y la piel.
La piel pálida era otro ideal de belleza. Se evitaba el bronceado, ya que una tez clara indicaba estatus y delicadeza. Para mantener la piel sin imperfecciones, se aplicaban tratamientos que incluían limaduras de amatista, avena con vinagre y jugos de plantas. Estos remedios, aunque naturales, podían ser agresivos y causar irritaciones.
Uno de los tratados más influyentes sobre cosmética femenina fue "De ornatu mulierum", atribuido a Trotula de Salerno. Este texto ofrecía consejos sobre el cuidado de la piel y el cabello, utilizando ingredientes como agua de rosas y extractos de plantas. Trotula, médica destacada de su tiempo, abogaba por una belleza en armonía con la salud y la naturaleza.
Para realzar la mirada, algunas mujeres utilizaban gotas de belladona, que dilataban las pupilas y otorgaban un aspecto más seductor. Este método conllevaba riesgos, ya que la belladona es una planta tóxica.
Los labios y las mejillas se coloreaban con mezclas de moras, sangre y jugos cítricos. Estos tintes naturales proporcionaban un aspecto saludable y juvenil. No obstante, algunas fórmulas incluían ingredientes peligrosos, como el mercurio, que podían causar envenenamiento.
Las mujeres medievales, a pesar de las limitaciones de su época, mostraron una notable creatividad en sus prácticas de belleza. Sus métodos, aunque a veces peligrosos, reflejan el deseo humano de buscar la estética y el reconocimiento social. Estas tradiciones, aunque distantes en el tiempo, nos recuerdan la constante evolución de los ideales de belleza y los sacrificios realizados en su nombre.
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