
Desde los primeros días del cristianismo, los objetos que alguna vez estuvieron cerca de figuras sagradas se convirtieron en auténticos tesoros espirituales. La creencia de que lo divino podía dejar su huella en lo material llevó a generaciones enteras a venerar huesos, prendas, fragmentos y hasta restos insólitos con una devoción que no conocía límites.
El entusiasmo por coleccionar estas piezas de fe no fue invento moderno. Ya en el siglo IV, una mujer octogenaria recorrió Tierra Santa en busca de vestigios del paso de Cristo por el mundo. Esa mujer fue la madre del emperador que oficializó el cristianismo en Roma. Su avanzada edad no le impidió reunir lo que se creía eran restos de la cruz, los clavos y hasta la corona de espinas. Pero lo que comenzó como una búsqueda espiritual pronto derivó en una fiebre desmedida por cualquier reliquia que pudiera despertar devoción… o ingresos.
Durante la Edad Media, ninguna iglesia quería quedarse atrás. No importaba cuán pequeña fuera la capilla, siempre encontraba espacio para algún trozo de hueso o prenda que dijera pertenecer a algún santo. Con los años, la cantidad de reliquias empezó a multiplicarse más allá de lo creíble. Y con ello, la imaginación.
Uno de los casos más desconcertantes es el del profeta que bautizó a Jesús. Se dice que, en una catedral europea, se veneraba su esqueleto completo... ¡de cuando tenía 12 años! Y eso no es todo. Si sumamos todos los dedos que se conservan del Bautista, superan los sesenta. ¿Y su cabeza? Hay más de una docena de cráneos distribuidos entre iglesias de distintos países. Lo más curioso es que algunos aseguran tener la cabeza entera, mientras otros presumen tener fragmentos de ella. El cálculo no cierra, a menos que el pobre hombre haya sido víctima de una multiplicación celestial.
Otro caso que genera tanto desconcierto como incredulidad tiene que ver con Jesús mismo. Según la tradición, ascendió a los cielos con cuerpo completo. Pero algunos devotos han encontrado formas de conservar partes de su cuerpo… antes de que creciera. Entre ellas, el prepucio de su circuncisión. Diversas ciudades afirmaban tener el auténtico. Llegaron a contabilizarse hasta diecisiete, cada uno con su historia milagrosa. Uno sangraba cada Viernes Santo. Otro, decían, curaba la infertilidad. Incluso existió una orden de caballería dedicada exclusivamente a custodiar uno de ellos.
La historia de las reliquias absurdas no se limita al hijo de Dios. Su madre, la Virgen María, también dejó lo suyo. Entre las más veneradas se encuentra su leche materna, de la que llegaron a circular tantas muestras que un reformador religioso ironizó diciendo que ni una vaca habría producido tanta leche. También se conservaban órganos suyos: corazón, hígado, lengua… todos supuestamente hallados en distintos lugares sagrados.
Y por si las reliquias humanas no fueran suficientes, aparecieron otras aún más desconcertantes. En una iglesia de Roma se asegura que aún se conservan las huellas de los pies de Jesús sobre una baldosa. Según la leyenda, quedaron marcadas tras un encuentro con Pedro. Más extravagante aún es la supuesta huella que habría dejado su trasero o sea su culo, en una silla durante la Última Cena. Esa pieza también se venera.
Hay quienes aseguran haber conservado objetos totalmente intangibles. En el Vaticano, por ejemplo, se habla de un frasco que guarda un estornudo del Espíritu Santo. ¿Cómo se atrapó? Nadie lo sabe. Lo mismo ocurre con una botella que contendría un suspiro de San José. Se dice que lo emitió tras un día extenuante y que fue recogido por un ángel. Aún más sorprendente es el recipiente donde se almacenan rayos de la estrella que guió a los Reyes Magos. Por supuesto, está estrictamente prohibido abrir cualquiera de estos frascos. No sea que los suspiros, estornudos o rayos escapen y se pierdan para siempre.
No podemos dejar de mencionar algunas joyas del absurdo. Se asegura que existen colas del burro que llevó a Jesús en su entrada triunfal, pañales del Niño, briznas del heno del pesebre, monedas que habrían sido entregadas a Judas —más de 400, aunque la Biblia menciona solo 30—, y hasta lentejas que habrían estado en la Última Cena.
Una de las reliquias más inesperadas de todas, sin embargo, es una supuesta barba. No cualquier barba, sino la de un demonio, arrancada durante la resurrección. El relato dice que Jesús habría vencido a Belcebú en el inframundo y, como trofeo, volvió con un mechón de su barba. Sí, hay quienes veneran eso.
Puede parecer todo un disparate. Pero durante siglos, estas reliquias fueron centro de peregrinaciones, de oraciones y de esperanzas. Para algunos, una forma de fe. Para otros, un insulto a la razón. Lo que sí es seguro es que, en más de un caso, la creatividad superó con creces a la espiritualidad.
Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 96