.jpg)
Como habíamos anticipado, este expediente continúa indagando en una de las dimensiones más inquietantes de “El Eternauta”: la aparición de una casta de invasores más inteligente y despiadada que los cascarudos. En este punto del relato, Salvo y Franco son capturados por los verdaderos titiriteros de la invasión: los Manos. Seres de aspecto vagamente humano, pero con un número antinatural de dedos que les permite ejecutar acciones con una velocidad y precisión inalcanzables para cualquier humano.
La escena de su captura se inicia con una extraña glorieta iluminada en medio de una plaza. Desde la distancia, detectan algo extraño: hombres armados practicando puntería entre cadáveres de cascarudos. A simple vista, parecen sobrevivientes. Pero al acercarse, descubren que esos hombres tienen un dispositivo implantado en la nuca. Están bajo control. Son marionetas humanas. Un destello blanco, acompañado del sonido agudo de una alarma, los delata. La huida es caótica. Se dispersan entre casas, pero Franco decide regresar para investigar. Ya no nieva, así que se quitan los trajes protectores. Esta vez, el acercamiento es por otro flanco. Y ahí, atrapados por la misma luz cegadora, caen en poder de los invasores.
Lo que ocurre a continuación es tan desconcertante como revelador. Salvo y Franco son conducidos a una plataforma central. Están conscientes. Observan cómo a otros hombres se les extraen los dispositivos de control cerebral, y entienden que están a punto de ser transformados también. Pero el destino les juega una carta diferente. El Mano a cargo se muestra intrigado. No quiere convertirlos en peones sin voluntad. Ha detectado algo distinto en ellos. Aptitudes especiales. Capacidad de liderazgo. Iniciativa. Los necesita intactos, no convertidos en zombis obedientes.
El verdadero control, en este universo, no se ejerce sólo con armas. Se ejecuta manipulando las ideas, los impulsos, la voluntad. El Mano lo dice claramente: planea moldear sus mentes, hacer que piensen como ellos. Eso sí que es control total: no forzar la obediencia, sino reescribir la conciencia.
Pero hay algo aún más profundo. Los cascarudos, supuestos enemigos, son apenas soldados descartables. No tienen poder real. Los Manos los dominan. Pero tampoco ellos están en la cima. Hay alguien más. Una casta superior. Una presencia que permanece en las sombras, pero lo determina todo. Los Ellos.
Es inevitable que esta dinámica nos remita a los conflictos políticos y militares de nuestro propio planeta. Durante las décadas de la Guerra Fría, las grandes potencias jamás se enfrentaron directamente. Su método fue la guerra delegada: conflictos armados librados en países periféricos, donde los ejércitos locales eran apenas fichas movidas por intereses globales.
La Guerra de Corea, por ejemplo, fue oficialmente un conflicto entre dos naciones divididas. Pero en realidad, Estados Unidos y sus aliados actuaban para impedir que el comunismo del norte avanzara. La intervención fue presentada como una operación de la ONU, aunque todos sabían quiénes movían los hilos. La Unión Soviética, por su parte, negó haber participado. Sin embargo, más de un centenar de aviones que se identificaban como chinos eran en realidad soviéticos. Todo esto se mantuvo en secreto para evitar una confrontación directa entre superpotencias.
Décadas después, en Vietnam, el patrón se repitió. La URSS negó asistencia militar, pero sus armas y asesores estuvieron presentes. Mientras tanto, millones de vietnamitas morían en una guerra que no era suya, sino un reflejo de la tensión entre bloques. Lo mismo ocurre en “El Eternauta”. Los Ellos no se muestran. Controlan a los Manos, que a su vez manejan a los cascarudos. Cada eslabón de la cadena sirve para que el verdadero poder permanezca invisible e impune. La guerra no es entre iguales. Es una puesta en escena.
Lo interesante es que el Mano lo sabe. Y lo dice. Reconoce que su especie no nació para la violencia. Eran amantes del arte, seres sensibles. Pero los Ellos los domesticaron, como a todos. Les implantaron una glándula artificial que reacciona al miedo extremo segregando una toxina letal. Es decir, cualquier Mano que experimente pánico morirá en minutos. Una forma brutal de garantizar la obediencia: llevar la sumisión escrita en la sangre.
Y no es un secreto. Los propios Ellos les explican su funcionamiento. No como gesto informativo, sino como advertencia: rebelarse no es una opción. Cuestionar el orden, tampoco. Porque cualquier atisbo de rebeldía será pagado con la muerte.
Este elemento eleva la lectura a una nueva dimensión. No estamos sólo ante una historia de invasión o resistencia. Es un análisis profundo sobre cómo se construye y mantiene el poder. No basta con armas. Hace falta control psicológico, simbólico, estructural. La dominación se vuelve efectiva cuando penetra la mente, cuando transforma incluso la percepción de lo posible.
Frente a este sistema, Salvo y Franco encarnan otra cosa. Algo que los Manos no pueden programar: el impulso humano a cuestionar, a resistir, a escapar. Por eso son peligrosos. Por eso son valiosos. No por su fuerza, sino por su conciencia.
Y así, entre persecuciones, engaños y fugas, logran capturar a un Mano. Lo interrogan. El ser, resignado a su destino, comienza a hablar con la melancolía de un anciano. Se maravilla ante un objeto doméstico —una simple cafetera— como si fuera una joya. Admira la belleza de lo cotidiano. Su discurso se vuelve filosófico. Lamenta que los humanos valoren más el oro en bruto que una hoja o una pluma. Y en esa frase se encierra quizás la crítica más demoledora: hemos olvidado mirar.
La historia cierra con la muerte de ese Mano. Pero lo que revela antes de morir —el origen de su esclavitud, el poder invisible de los Ellos— reconfigura todo lo que creíamos saber. El enemigo no es quien dispara, ni siquiera quien ordena. El verdadero enemigo es el sistema que hace posible la dominación sin rostro.
En el próximo expediente, nos adentraremos en esa maquinaria. Analizaremos cómo opera el poder en la obra, cómo se camufla, cómo se perpetúa. Y por qué “El Eternauta” sigue siendo, a décadas de su creación, una radiografía feroz de las estructuras que moldean nuestra historia.
Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 96