
Nació en Inglaterra en enero de 1574, hijo de un funcionario del gobierno de Isabel I. Desde joven dejó claro que su inquietud por el conocimiento no se limitaba a los libros: emprendió un largo viaje por Europa, pasando por España, Francia, Italia y Alemania, absorbiendo medicina, química y sabiduría oculta.
Durante su época dorada, se convirtió en un puente entre ciencia, magia y misticismo. Su obra central es “Utriusque Cosmi Historia”, publicada en dos volúmenes entre 1617 y 1621. En ella, propone una cosmología simbólica que articula el macrocosmos del universo con el microcosmos del ser humano, siguiendo la lógica hermética de que lo grande y lo pequeño se reflejan mutuamente. Ese trabajo estaba ilustrado con más de sesenta grabados alucinantes, cada uno sembrado de símbolos que mostraban cómo el cosmos, el alma y Dios se interconectan.
Ese tratado encarna la fusión entre alquimia, astrología, cábala y filosofía cristiana. Aunque jamás fue miembro formal de la orden rosacruz, dedicó varios tratados apologéticos para defender su filosofía frente a detractores que lo acusaban de superstición o herejía. En obras como su “Apología a los Rosacruces”, argumentó que su magia operaba dentro de una visión natural y legítima heredada de Ficino y otros humanistas del Renacimiento.
Una de las claves de su pensamiento es la idea del alma del mundo, o “anima mundi”: un espíritu divino que enlaza todas las partes del universo, y que encuentra reflejo en el cuerpo humano. Fludd describía cómo las vibraciones musicales, la geometría y la luz eran expresiones de esa armonía universal. En su libro “De Musica Mundana” desarrolla la idea de que la música cósmica, basada en proporciones pitagóricas, sostiene la estructura del cosmos y resuena dentro de nosotros como seres humanos.
Además de ser un místico, era un médico con un pie en la práctica y otro en la alquimia. Creía en una medicina espiritual que usaba la fuerza del nombre de Jesús —en forma hebrea— unido a rituales cabalísticos como una cura poderosa. Esa medicina dependía de la inhalación de una esencia celestial llamada “nitrum aéreo”, una sustancia vital que, según él, provenía del sol y se dispersaba por el cuerpo como aliento divino. También ideó una máquina de movimiento perpetuo basada en ruedas de agua y tornillo de Arquímedes, que sería retomada siglos después por inventores tratando de patentarlas.
Su filosofía apelaba a una revolución interna: el hombre como microcosmos que contiene todos los elementos del macrocosmos. Pensaba que el cuerpo humano refleja el universo. Así, estudiar el alma o el cuerpo era tan válido como contemplar las estrellas o escuchar la música del cielo. Su mirada integradora contrastaba con la creciente lógica mecánica de su época, lo que lo llevó a chocar con figuras como Kepler o Mersenne. A pesar de ello, su obra persistió como un faro para pensadores ocultistas posteriores o incluso la tradición teosófica moderna.
Fludd ilustró sus ideas utilizando la poderosa imagen de dos pirámides entrelazadas, conocidas como “pyramides lucis”, que representaban los polos espirituales y materiales del universo: una pirámide apuntando desde Dios hacia la tierra y otra elevándose desde la tierra hacia la luz divina. Entre ambas se situaba el sol, símbolo del equilibrio, donde se cruzan espíritu y materia, masculino y femenino, mercurio y azufre. Ese diagrama visual resume su cosmología y la estructura de su sabiduría: cada símbolo era una llave para desvelar verbalmente lo invisible.
Murió en Londres en septiembre de 1637. Sus últimos textos incluyen tratados sobre medicina teológica, meteorología cósmica, alquimia sagrada y filosofía mosaica. Sus libros fueron incluidos en el Índice de la Iglesia Católica en 1625, lo que no redujo su influencia entre quienes buscaban unir el conocimiento humano con las verdades místicas.
Recopilación
El PELADO Investiga
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