
Durante siglos, el miedo fue humanizado. Los vampiros, los fantasmas, los demonios: todos tienen forma, motivaciones, incluso debilidades. Pero hubo un autor que decidió cambiar el juego, que imaginó horrores que no vienen del infierno ni de las sombras, sino de regiones tan remotas del cosmos que desafían el lenguaje. Ese autor fue Lovecraft. Su obsesión no era simplemente asustar. Quería que nos enfrentáramos al abismo. Y en ese abismo, muchas veces, lo que encontramos… tiene tentáculos.
Lo primero que hay que entender es que Lovecraft no quería escribir sobre monstruos que pudieran matarte. Quería crear criaturas que destruyeran tu mente. Seres tan ajenos a nuestra biología y lógica que verlos te hiciera colapsar por dentro. ¿Cómo ilustrar algo así? Un rostro humano no alcanza. Un esqueleto no asusta si ya conocés la muerte. Pero un cuerpo sin forma clara, plagado de apéndices que se retuercen como si tuvieran voluntad propia... eso sí genera un efecto visceral. Y ese fue su camino.
Los tentáculos, en el mundo de Lovecraft, no son solo un detalle anatómico. Son la expresión física de lo incomprensible. Representan lo que no se puede explicar, lo que se escurre entre los dedos del lenguaje. Son símbolo de lo ajeno, de lo que está fuera del alcance de la experiencia humana. ¿Qué hace más ruido en tu interior? ¿Un lobo que aúlla o algo que te observa desde la profundidad del océano y cuya forma escapa a toda lógica?
Cthulhu es quizás la criatura más representativa de esta idea. Pero Lovecraft nunca lo describe del todo. No porque no pudiera, sino porque no debía. Lo importante no era su forma exacta, sino la imposibilidad de entenderla. A veces lo compara con un pulpo, con un dragón, en otras, es apenas una sombra, una intuición. Lo que importa es que no hay forma humana de captarlo del todo. El verdadero horror no es ver a Cthulhu. Es saber que existe, pero no podés entenderlo.
¿Y por qué tentáculos? Porque, evolutivamente, nos generan rechazo. La piel viscosa, la ausencia de estructura ósea, el movimiento independiente... todo eso se registra en nuestro cerebro como peligroso. No por cultura, sino por instinto. No nos identificamos con lo que no tiene ojos ni expresión reconocible. Nos cuesta empatizar con lo que carece de estructura, con lo que parece surgir del fango, moverse sin dirección y multiplicarse en lo oscuro.
A nivel simbólico, el tentáculo representa lo que invade, lo que penetra sin permiso, lo que se arrastra desde lo profundo hacia la superficie. Es un eco del miedo a lo desconocido, pero también del miedo a ser dominados por fuerzas que no podemos controlar ni comprender. Los tentáculos no solo atacan: se adhieren, envuelven, arrastran. Y eso, en el inconsciente colectivo, produce algo más poderoso que el miedo: repulsión.
Pero la genialidad de Lovecraft no está solo en los monstruos. Está en lo que esos monstruos significan. En su universo, la humanidad no es el centro de nada. Somos apenas un error estadístico, una nota al pie de una historia cósmica que empezó antes que la Tierra y seguirá después de nuestra extinción. Los dioses del autor no nos odian. No nos quieren. Ni siquiera nos notan. Y ese silencio es mucho más aterrador que una amenaza directa.
En este contexto, lo tentacular se vuelve un código visual perfecto. No porque represente el mal, sino porque representa la indiferencia de lo colosal. Cthulhu no viene a castigarnos. Solo duerme. Y cuando despierte, ni siquiera sabrá que existimos. Seremos barridos, como hormigas durante una mudanza. Los tentáculos, entonces, no son armas: son advertencias. Marcan el fin de nuestra ilusión de importancia.
Este tipo de horror, al que se llamó horror cósmico, se aleja del terror tradicional. No se basa en lo sobrenatural, sino en lo insignificante que somos frente a lo natural ampliado hasta el infinito. Los tentáculos, en ese sentido, son la punta del iceberg de una verdad más oscura: no hay propósito. No hay salvación. No hay sentido. Solo entidades que se retuercen más allá del tiempo.
Hoy, Cthulhu y los suyos decoran remeras, posters, memes. Los tentáculos se han vuelto un ícono pop. Pero no hay que olvidar su origen: una forma de canalizar lo innombrable. Lovecraft no buscaba que dibujáramos a sus monstruos. Quería que supiéramos que están allí, aunque nunca los veamos. Y que, si alguna vez los llegamos a comprender, probablemente sea porque ya estamos irremediablemente perdidos.
Recopilación
El PELADO Investiga
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