ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 106 | 29.08.2025

ECOS DE UN AMOR PROHIBIDO


Él hombre caminaba por el borde del bosque al atardecer, ignorando el susurro de las hojas y el olor húmedo de la tierra. No sabía que estaba a punto de cruzar el umbral de lo imposible. Entre los árboles apareció ella, una figura etérea que parecía surgir de la luz filtrada por las ramas. Su cabello castaño caía en una trenza perfecta, inmutable, mientras sus ojos reflejaban un brillo que no pertenecía a este mundo. Era un hada, y su presencia alteró de inmediato el aire que lo rodeaba.

Los mortales rara vez entienden lo que significa encontrarse con una criatura así. Su belleza no era humana, ni siquiera completamente natural; había algo en ella que provocaba fascinación y miedo al mismo tiempo. Cuando lo miró, él sintió un calor que recorrió su cuerpo y un vacío profundo que parecía absorber su energía vital sin que él pudiera resistirse.

Ella no dijo nada al principio. Solo lo observaba, estudiando cada gesto, cada respiración. Luego se acercó, y con cada paso que daba, el mundo común se desvanecía. El hombre, atrapado por el hechizo, no pudo apartar la mirada de su rostro perfecto. La criatura se inclinó ligeramente, y en ese instante, el aire olía a musgo y flores desconocidas, y él sintió que sus latidos se aceleraban más allá de cualquier control.

El primer contacto fue un beso. No un beso común, sino una caricia que parecía recorrer cada fibra de su cuerpo, consumiendo su fuerza mientras lo llenaba de un placer que rozaba lo divino. Cada toque, cada roce, dejaba un rastro de melancolía que lo hacía consciente de que algo dentro de él comenzaba a desaparecer. Pero él no podía detenerse; estaba atrapado entre el deseo y el peligro, entre la fascinación y la destrucción.

A diferencia de los cuentos tradicionales, ella no lo tomó para llevárselo a un reino escondido. Permanecía en el bosque, salvaje e inabarcable, y sin embargo, en esos momentos, parecía querer compartir con él un pedazo de su eternidad. Cada encuentro era intenso y absoluto, marcado por la pasión que los humanos raramente experimentan. Él, mortal, era incapaz de igualar su naturaleza, pero en ese instante no le importaba. Cada instante junto a ella le enseñaba algo que nunca habría aprendido en el mundo de los hombres: la fragilidad del cuerpo, la eternidad del deseo, el riesgo de perderse a sí mismo.

Con el tiempo, él comenzó a sentir la ausencia de lo que había dado por completo. Sus fuerzas disminuyeron, su energía se escapaba lentamente, y la tristeza se instaló en su corazón como un huésped silencioso. Ella, aunque enamorada, debía regresar a su mundo natural: cuevas, árboles viejos y la humedad del bosque la reclamaban. No había hogar humano que pudiera retenerla, no había fuego ni lecho que le ofreciera seguridad suficiente. Su amor era real, pero indomable.

Cuando ella desapareció entre los árboles, él quedó solo. La memoria de su cabello, del brillo de sus ojos, de sus manos que lo habían tocado, se convirtió en una obsesión. Nada podía reemplazarla. Su apetito disminuyó, su cuerpo se fue marchitando lentamente, y la vida parecía desangrarse en cada pensamiento de su ausencia. Amar a un hada no era un juego, era un sacrificio. Y él lo había hecho, consciente o inconscientemente, hasta la última fibra de su ser.

En la soledad del bosque y luego en su vida mortal, comprendió que algunos encuentros no están destinados a ser eternos, sino que dejan una marca imborrable. Perder a un gran amor es un funeral sin fin; cada recuerdo es una lápida, cada suspiro un eco de lo que se ha perdido. Incluso si ella regresara, sería una sombra, una ilusión de lo que alguna vez fue, recordándole que el amor absoluto también puede ser la forma más dolorosa de la pérdida.
Su historia se convirtió en advertencia y en memoria: el contacto con lo extraordinario no se mide por la duración, sino por la intensidad. Quien se atreve a amar a un hada debe entender que la pasión puede arrastrar al límite de la locura, que el deseo puede consumir más de lo que da, y que la pérdida puede ser tan absoluta que el corazón aprende a vivir con el eco de lo imposible.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 106

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