
En las afueras de Tokio existe un bosque que pocos se atreven a nombrar. Los habitantes lo llaman el bosque de los susurros, y su fama oscura se ha extendido por toda la ciudad. Allí, dicen, muchas almas han decidido abandonar este mundo, y sus árboles parecen cargar con cada historia trágica que se ha contado bajo sus sombras. Entre las leyendas urbanas que circulan, hay una que siempre deja a los oyentes sin aliento: la historia de la habitación roja.
Todo comenzó una noche lluviosa, cuando un taxista de Tokio recibió una solicitud inusual. En la parada, vio a una joven vestida completamente de rojo, con el rostro cubierto por un manto de cabello que le ocultaba los rasgos. Sus movimientos eran delicados, casi flotantes, y susurraba la dirección de un lugar lejano, a varias horas de la ciudad. A pesar de la distancia y de la extrañeza del encargo, el conductor aceptó llevarla, pensando que era simplemente otra pasajera más.
A medida que avanzaban, el ambiente dentro del taxi cambió. La lluvia golpeaba con fuerza el parabrisas y los faroles de la carretera iluminaban sombras que parecían moverse entre los árboles. Cuando el conductor se dio cuenta de la ruta, ya era demasiado tarde: estaban entrando en los límites del bosque de los susurros. La densidad de los árboles y la oscuridad creciente hacían que cada sonido del motor pareciera amplificado, y un escalofrío recorrió su espalda.
Finalmente, la joven se detuvo frente a una construcción solitaria en medio del bosque. Sin decir palabra, descendió del taxi y se internó entre los árboles, como si fuera parte del paisaje. El conductor la observó desaparecer entre las sombras y, movido por una mezcla de preocupación y curiosidad, decidió seguirla a pie. Los pasos crujían sobre hojas húmedas y ramas rotas, cada sonido parecía un eco en aquel lugar que parecía apartado del mundo.
Después de unos minutos de caminata, llegaron a una casa vieja, aislada, que parecía suspendida en el tiempo. La madera de sus paredes estaba gastada, y el musgo cubría gran parte del techo. La joven desapareció dentro sin mirar atrás. El taxista, conteniendo la respiración, se acercó a la puerta y, con cautela, miró a través del cerrojo. Lo que vio lo hizo sentir un terror que nunca había conocido.
Dentro había una habitación roja, de un rojo tan intenso que parecía absorber la luz. Las paredes, el piso y hasta el techo estaban teñidos de ese color. La intensidad era tal que el corazón del hombre pareció detenerse. No había muebles, no había ventanas: solo un espacio bañado en un rojo brutal, casi vivo. Durante un instante, tuvo la sensación de que la habitación lo observaba a él, que no era él quien miraba, sino que algo lo miraba desde dentro.
Aturdido y tembloroso, retrocedió y corrió hacia el taxi. Subido en el asiento, decidió que lo más sensato era alejarse de aquel lugar. Antes de regresar a la ciudad, hizo una parada en un pequeño restaurante de ramen para recomponerse. Mientras se servía una sopa caliente, no pudo evitar comentar con el dueño sobre la joven que acababa de dejar atrás.
El dueño escuchó atentamente, y luego preguntó con voz baja y grave si el taxista había notado los ojos de la chica. El hombre negó, recordando que el cabello le cubría el rostro por completo. Fue entonces cuando el dueño reveló algo que heló la sangre del conductor: los ojos de la joven eran completamente rojos, brillantes, como si contuvieran un fuego interior.
El taxista comprendió en ese momento la magnitud de lo que había presenciado. La habitación roja que creyó haber visto a través del cerrojo no era simplemente un espacio físico: había sido percibida a través de los ojos de la joven. Su mirada, oculta tras el cabello, le había mostrado una visión que no pertenecía al mundo tangible. Cada pared, cada sombra, cada matiz de aquel rojo intenso había sido un reflejo de su percepción, de su experiencia.
El terror no se desvaneció con la distancia. Durante días, el conductor revivió la escena una y otra vez. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rojo brillante, sentía el peso de la mirada de la joven y escuchaba los susurros del bosque. Los vecinos comenzaron a notar su inquietud y su comportamiento errático. Nadie sabía exactamente qué había sucedido, pero la historia se difundió, y pronto otros conductores comenzaron a relatar encuentros similares.
Con el tiempo, la casa en el bosque quedó desierta, y nadie se atrevió a acercarse. La leyenda de la habitación roja se consolidó entre las historias urbanas de Tokio, recordando que hay lugares donde la realidad y lo sobrenatural se mezclan, y que a veces, una mirada puede mostrar más de lo que cualquier palabra podría describir.
Quienes visitan el bosque hoy aseguran escuchar susurros y sentir la presencia de la joven vestida de rojo. Algunos aseguran que, si uno observa con suficiente atención, puede percibir el rojo intenso que no pertenece a la pintura ni a la madera, sino a algo que habita entre la vida y la muerte. El bosque de los susurros y su habitación roja permanecen, recordando a todos que hay secretos que nunca deberían ser descubiertos y que algunas miradas poseen un poder que desafía la comprensión humana.
Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 106