
En el corazón del desierto del sur de Perú, hay un misterio dibujado sobre la tierra. Son líneas inmensas, figuras que recorren kilómetros y que solo se revelan en su totalidad desde el cielo. A pesar de estar ahí desde hace siglos, las llamadas Líneas de Nazca aún no terminan de explicarse.
No se trata de una o dos formas aisladas. Son cientos de trazos, algunos rectos como flechas, otros formando espirales, trapecios, figuras geométricas que desafían la lógica del tiempo. Pero lo más impactante no está en su forma, sino en lo que representan. Entre ellas hay animales, aves, criaturas que parecen salidas de un sueño, o de una pesadilla. El colibrí de alas extendidas. La araña con patas simétricas. El mono de cola enroscada. Hay ballenas, serpientes, llamas, incluso figuras humanas que parecen observar desde la tierra hacia lo alto.
Desde que se descubrieron, las preguntas no han dejado de multiplicarse. ¿Quién las hizo? ¿Cómo lograron semejante precisión sin poder verlas desde arriba? ¿Qué función cumplían en una cultura que vivía entre el polvo, el calor y la soledad del desierto?
El hallazgo más documentado ocurrió en 1927. Un arqueólogo, mientras caminaba por una colina cercana, notó que algo extraño se dibujaba sobre el terreno. No era casualidad. Aquello era deliberado. Un trazo, un patrón, una forma. Pero el verdadero impulso vino años más tarde, cuando las imágenes aéreas revelaron la magnitud del fenómeno. Desde el cielo, las líneas tomaban sentido. Era como si hubieran sido hechas para ser vistas por dioses. O por algo más.
Y ahí nacieron las teorías. Las más terrenales sostienen que eran parte de un complejo ritual vinculado con el agua, ese bien escaso en el desierto. Otras propuestas señalan que podrían haberse usado como caminos ceremoniales, o como enormes calendarios astronómicos, guiados por el movimiento del sol, la luna y las estrellas. Hay quienes afirman que ciertas líneas apuntan directamente a los puntos del amanecer y el ocaso en determinadas épocas del año.
Pero no todos están convencidos de esa lógica ritual o astronómica. Algunos se aventuraron mucho más lejos. En los años setenta surgieron ideas que rozan la ciencia ficción. Se habló de pistas de aterrizaje para seres de otros mundos. De mensajes dirigidos al cielo. De contactos imposibles. Y aunque esas teorías no tienen respaldo arqueológico sólido, siguen capturando la imaginación colectiva.
Lo cierto es que las líneas no fueron creadas en un solo momento. Se trazaron a lo largo de más de mil años. Y se cree que diferentes generaciones y culturas dejaron su marca en ese suelo reseco. Para hacerlas no fue necesario excavar profundamente ni usar herramientas complejas. El secreto estaba en quitar las piedras oscuras que cubrían el terreno, dejando al descubierto una capa más clara. Ese contraste permitía que los trazos se vieran desde lejos. En algunos casos, se usaron sistemas de medición simples, como cuerdas y estacas de madera, para mantener la proporción de los diseños.
Lo asombroso es que esas líneas han sobrevivido intactas al paso del tiempo. El clima de la región ayudó. Allí casi no llueve. Las temperaturas son estables. Y los vientos, cuando aparecen, son tan cálidos que no levantan la arena, sino que se elevan. Es como si todo conspirara para que ese misterio siguiera ahí, inalterado.
La superficie que ocupan varía según las fuentes, pero se estima que supera fácilmente los 400 kilómetros cuadrados. Algunos sugieren que podría duplicarse esa cifra. Lo que sí está claro es que no hay nada igual en el mundo. Existen geoglifos en otras regiones, como en Brasil, Chile o incluso Inglaterra, pero ninguno con la variedad, escala y complejidad de los que descansan en Nazca.
Y aunque parezcan figuras inofensivas, su creación está cargada de simbolismo. Algunos investigadores creen que no solo eran signos religiosos, sino también manifestaciones de poder. Marcar el territorio. Organizar los recursos. Celebrar rituales de fertilidad. Conectar con lo divino desde el suelo.
No hay una única respuesta. Y probablemente nunca la haya. Pero ese silencio que envuelve a las líneas de Nazca, ese eco que se siente al observarlas, nos dice algo. Nos habla del deseo humano de trascender, de marcar su paso, de buscar conexión con algo más allá.
Quizás eso sea lo más importante. No lo que significan, sino lo que despiertan.
Recopilación
El PELADO Investiga
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