ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 115 | 31.10.2025

EL LIBRO DE LOS AFRODISÍACOS


No es un libro en el sentido convencional. Se trata más bien de una colección de pergaminos traídos a Europa por un joven erudito que luego se convertiría en papa. En ellos se narra la historia de un alquimista misterioso, de origen árabe, cuyo nombre se perdió en los siglos, pero cuya obra dejó una huella imborrable en la historia de la magia y el deseo.

Este alquimista había dedicado su vida a la transmutación de metales. Fracasó una y otra vez en su búsqueda del oro, pero, curiosamente, sus errores lo condujeron a un descubrimiento inesperado: un afrodisíaco extraordinario. No era una pócima común, sino un elixir que parecía adaptarse a la esencia de quien lo usara, transformando su aroma natural en un imán de deseo. Se dice que siglos después, incluso el polémico Marqués de Sade tuvo acceso a la fórmula, aunque la usó con fines oscuros y personales.

El sabio antiguo explicó que su creación estaba basada en un brebaje ancestral y que había probado su eficacia únicamente para comprender su poder. Al llegar a una edad avanzada, abandonó el proyecto: el afrodisíaco despertaba apetitos tan intensos que incluso él, con toda su experiencia, no podía controlarlos, sobre todo en las mujeres. Lo fascinante del elixir no era su composición exacta, sino la manera en que respondía a la singularidad de cada persona. Mientras los afrodisíacos tradicionales se mezclaban en vino o ungüentos comunes, este se convertía en un espejo del propio cuerpo, en un amplificador del deseo latente.

Las notas del alquimista llegaron al siglo XII, en manos de un investigador incansable. Este hombre decidió experimentar con la fórmula, buscando comprobar su eficacia y comprender sus secretos. Descubrió algo sorprendente: cada ser humano posee un aroma único, una huella invisible que lo distingue incluso cuando su olor parece genérico. El afrodisíaco, explicaba el alquimista medieval, funcionaba porque se fusionaba con esta esencia personal, realzando lo que ya era innato, despertando lo que permanecía oculto en los instintos y deseos más profundos.

Los ingredientes de esta pócima eran enigmáticos. Algunos estudios antiguos mencionan nidos de golondrina, reducidos a cenizas, como parte de la base, pero el componente más importante, y siniestro, permanecía secreto durante siglos. Fue un alquimista renacentista quien, en su juventud, descubrió el núcleo del poder del afrodisíaco mientras experimentaba con la creación de homúnculos. Entró en contacto con un nigromante que le permitió observar cómo unas gotas del elixir podían transformar la percepción de los demás.

En un experimento notable, aplicaron el afrodisíaco sobre un mendigo. En cuestión de minutos, varias mujeres comenzaron a seguirlo, ofreciéndole dinero, comida y gestos de afecto inesperados. La experiencia se volvió peligrosa: la multitud creció de forma incontrolable y fue necesario que las autoridades intervinieran. Aquello reveló un aspecto inquietante del afrodisíaco: su poder era tanto sobre quien lo portaba como sobre quienes lo percibían, amplificando deseos ocultos y, en algunos casos, desatando el caos.

Años después, el alquimista dio a conocer la esencia de su invención, pero escondió el resto de los secretos, quizás como advertencia a los que osaran jugar con las fuerzas del deseo humano. Según la tradición, el ingrediente final se obtenía de un acto macabro: las brujas recolectaban una sustancia emitida por los condenados al morir en las ejecuciones públicas. Esta “semilla” contenía un poder extraño y perturbador, capaz de potenciar la atracción y despertar los instintos más ocultos. Algunos historiadores creen que fue esta macabra inclusión lo que inspiró a escritores modernos a crear historias sobre perfumes que encadenan voluntades y obsesiones.

Más allá de la alquimia y la leyenda, el afrodisíaco revelaba una verdad psicológica: no transformaba a quien lo usaba en alguien más atractivo. Su fuerza radicaba en hacer visible lo que los demás ya deseaban en secreto, en liberar los instintos que permanecían ocultos bajo la fachada de la racionalidad. No era un hechizo de seducción común; era un espejo del deseo humano, capaz de despertar la pasión más intensa y peligrosa, develando los secretos más íntimos de quienes lo rodeaban.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 108

Entradas que pueden interesarte