
Existen libros que no deberían abrirse. Páginas que susurran desde otra realidad, que buscan atravesar la mente del lector. Un texto prohibido apareció ante Aleister Crowley en abril de 1904, dictado por algo que no pertenece al tiempo ni al espacio. Su mensaje era simple y terrible: voluntad absoluta, libertad que consume y aplasta, amor convertido en obligación bajo un poder invisible.
La voz que lo guió surgía de la nada, profunda, musical, imposible de localizar. No pertenecía a la carne, ni a la sombra. Era un murmullo que desgarraba la mente, que obligaba a Crowley a escribir lo que debía ser escrito. Cada palabra parecía arrancada del corazón de un universo paralelo, un lugar donde la luz no existe y la moral es un concepto extraño.
El texto proclamaba el comienzo de algo nuevo, una ley que trascendía la comprensión humana. No había reglas, ni límites, ni piedad. Solo la voluntad. Todo lo demás era un obstáculo que debía desaparecer. Hacer tu voluntad sería el todo de la ley. Amor es la ley, amor bajo voluntad. Palabras sencillas, pero cargadas de un poder que hacía temblar.
Las noches en que surgió este conocimiento estaban llenas de presencias. Sombras que parecían respirar detrás de los ojos cerrados. Siluetas casi traslúcidas que se movían con intención propia. Miradas profundas que observaban sin ser vistas. Cada instante estaba cargado de un terror que no podía nombrarse, que atravesaba la piel como un frío que no se olvida.
No se sabe si el libro cruzó portales interdimensionales o si fue producto de la mente de Crowley. Lo cierto es que cada línea latía con vida propia, y quien se acercara a ella podía sentir el roce de criaturas imposibles, seres de oscuridad que habitan entre los mundos. Fueron llamadas por nombres que la lengua humana no puede pronunciar, figuras femeninas que engendraban horrores indescriptibles. Todo giraba en torno al poder y al miedo, a la fascinación que quema y a la libertad que destroza.
El libro no enseñaba meditaciones suaves ni caminos tranquilos. Hablaba de energía cósmica, de rituales que trastornaban la mente, de entidades que acechan desde planos invisibles. Cada palabra era un escalón hacia la locura, cada frase, una puerta a lo inconcebible. La experiencia no solo transformaba a Crowley: lo obligaba a reconocer que la realidad es solo una delgada capa, y que detrás de ella, el universo es un caos de fuerzas que no perdonan.
El texto podía leerse, pero también podía mirarlo, observarlo desde algún lugar donde el tiempo no existe. No ofrecía respuestas, solo desafíos. Su poder residía en mostrar lo que está más allá del alcance humano: que la voluntad es todo, que el deseo es la única ley, y que quienes intentan controlarlo serán consumidos por ello.
Quien se aproxima a él no puede regresar igual. Las entidades que lo inspiraron, invisibles y enormes, siguen allí, observando, esperando. No son sueños ni mitos: son ecos de un universo que coexiste con el nuestro, que penetra en la realidad a través de palabras y decretos. La voluntad es ley, pero también es prisión. El deseo es absoluto, pero también es un veneno. Y el terror, el verdadero terror, es comprender que todo esto es solo el principio.
Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 117