ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 120 | 05.12.2025

GRIMORIUM VERUM


Se le atribuye un origen remoto, pero el rastro verdadero del Grimorium Verum es una sombra que cambia de forma según quién la mire. Se presenta como obra de un tal Alibeck el Egipcio, fechada en 1517 y vinculada a la tradición salomónica, como si hubiera atravesado siglos oculto bajo capas de polvo y sabiduría prohibida. Sin embargo, cuanto más se investiga esa supuesta antigüedad, más evidente se vuelve que el libro nació mucho después, en la primera mitad del siglo XVIII, en un clima saturado de copias, pastiches y compilaciones que mezclaban fragmentos dispersos de la magia ceremonial. Su máscara egipcia es una estrategia, no un testimonio: una forma de reclamar autoridad en un mundo donde la verdad escrita valía más cuando hablaba desde el pasado.

Las primeras ediciones aparecieron casi a la vez en Francia e Italia, sin un linaje claro que las respaldara. Y es aquí donde surge la primera gran grieta. Investigadores críticos descubrieron que el estilo, la estructura y los símbolos utilizados no coinciden con los grimorios renacentistas auténticos. El libro parece ensamblado, casi improvisado, como si distintos autores hubieran vertido en él fórmulas que circulaban de boca en boca entre practicantes menores, artesanos de lo oculto que no buscaban erudición sino eficacia. Esa falta de orden, que a los escépticos les sirve como prueba de su artificialidad, es entendida por otros como la esencia misma de este grimorio: un manual operativo, sin florituras y sin pretensión literaria.

Pero si la historia documentada es inestable, su influencia es todo lo contrario. Lo perturbador es que nunca necesitó autenticidad para sobrevivir: necesitó utilidad. Ese es su corazón. A diferencia de otros textos herméticos que protegen sus secretos tras capas simbólicas, invita, instruye, guía. Enseña a fabricar anillos y sellos; dicta horarios planetarios; describe purificaciones; identifica entidades con funciones específicas. Su diseño es tan directo que, en diversos períodos, fue considerado peligroso no por lo que dice, sino por lo que permite hacer incluso a un lector inexperto.

Con el tiempo, ocultistas y órdenes esotéricas lo adoptaron, aunque no sin reparos. En algunos manuscritos privados de círculos iniciáticos, sus fragmentos del aparecen intercalados entre rituales más antiguos, como si sus recetas fueran herramientas útiles pero indignas de pertenecer oficialmente al corpus sagrado. Uno de los más célebres estudiosos de estas tradiciones aseguró haber encontrado en el libro claves que permiten convocar y someter a dieciocho entidades primarias, cada una regida por un signo secreto. Para él, no era un fraude, sino una copia torpe de un texto anterior hoy perdido. La afirmación es difícil de sostener históricamente, pero revela algo sobre quienes lo estudiaron: el libro ejerce una atracción que sobrevive incluso cuando sus orígenes se desmoronan.

Los testimonios de practicantes a lo largo de los siglos profundizan la inquietud. Aunque varían en detalle, coinciden en describir efectos que no se limitan al ritual. Algunos hablan de voces que surgen en la periferia del pensamiento, como si respondieran a preguntas no formuladas. Otros, de sueños que se repiten con una precisión casi matemática: puertas en pasillos interminables, figuras sin rostro, símbolos que se encienden como brasas. Hay relatos de quienes aseguran haber logrado lo que buscaban —protección, riqueza, unión, ruptura— para luego descubrir que el precio no había sido pactado explícitamente, sino insinuado en el modo en que el grimorio enseña a pactar.

En esos testimonios hay un patrón que se repite: el libro parece actuar como un amplificador de intención. Quien se acerca a él movido por curiosidad siente inquietud. Quien lo hace buscando poder experimenta una especie de eco interno, un reflejo que responde. Quien opera con obsesión termina describiendo sensaciones de desdoblamiento, como si el ritual hubiera abierto una grieta donde algo escucha y responde con una lógica que no es humana, aunque nace de la mente humana.

Los componentes técnicos de este grimorio refuerzan ese efecto. Los sellos que propone no son figuras ornamentales; están diseñados para grabarse en metal o pergamino, para manipularse físicamente. Las palabras que utiliza no se limitan a un léxico simbólico: funcionan como detonantes fonéticos. Y esa combinación —imagen, materia, sonido— es capaz de alterar el estado mental del operador, predisponiéndolo a percepciones extremas que luego interpreta como presencias externas. Así, incluso desde una perspectiva estrictamente psicológica, tiene poder: induce, moldea, transforma.

Las conclusiones posibles no son simples. El Grimorium Verum no es la reliquia ancestral que pretende ser. Su origen histórico es más pobre, más reciente, menos glorioso. Pero su fuerza se mantiene porque su diseño es funcional, directo y profundo: un instrumento que opera sobre la imaginación, sobre la voluntad y sobre ese territorio ambiguo donde lo simbólico y lo real se confunden. Es un libro que, más que describir demonios, enseña a mirar hacia un abismo interior que la mayoría evita. Y en ese abismo, algo siempre responde, aunque solo sea el eco amplificado de uno mismo.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 120

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