ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 57 | 30.08.2024

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LA LEYENDA DE LA MISA DE ÁNIMAS

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En aquella época, un hombre conocido como Don Fernando de Torres, quien había sido un gran pecador y llevaba una vida libertina, pasó por detrás del convento una noche mientras festejaba con unos amigos. A través de una ventana, vio a un fraile practicando una rigurosa penitencia, y este ejemplo tocó su corazón. Abandonó a sus amigos y, a pesar de la hora, llamó al convento pidiendo ser admitido como lego, arrepentido de sus numerosas faltas.

A partir de entonces, este bendito de Dios pasaba la mayor parte del tiempo en la capilla del convento, hoy llamada Capilla de San Onofre. Tras terminar sus humildes tareas de barrer y fregar, se dirigía a la capilla y, postrado ante el Santísimo Sacramento, derramaba abundantes lágrimas recordando sus antiguos pecados.

Igualmente, por las noches, interrumpía su descanso y furtivamente se dirigía a la capilla para orar. En una de esas noches, precisamente el 2 de noviembre, en conmemoración de los Fieles Difuntos, mientras estaba en oración, oyó a alguien entrar en el oratorio. Sorprendido, vio a un fraile franciscano que no reconoció como miembro de su comunidad. Pensó que sería un transeúnte pernoctando en el convento, como solían hacer los frailes franciscanos de Jerez y Sanlúcar cuando visitaban Sevilla.

El fraile se dirigió a la sacristía y, al cabo de un momento, salió revestido para decir Misa, llevando en la mano un cáliz. Se situó ante el altar, suspiró profundamente, recogió de nuevo la copa y regresó a la sacristía para quitarse los ornamentos, después de lo cual cruzó la iglesia y desapareció. El lego, sorprendido por el extraño comportamiento del fraile, informó al prior del convento a la mañana siguiente. Este, al saber que ningún fraile transeúnte había pernoctado allí, pensó que podría haber algún misterio en la persona del desconocido fraile y encargó al lego que volviera a permanecer en la iglesia la noche siguiente para observar qué ocurría.

Al otro día, a medianoche, el mismo fraile apareció, se revistió, llegó al altar, miró hacia la iglesia, suspiró, recogió el cáliz, regresó a la sacristía para desvestirse y volvió a salir. El lego informó nuevamente al prior, sugiriendo que, si esto ocurría otra vez, podría ofrecerse a ayudar al fraile en la Misa. El prior estuvo de acuerdo, y la tercera noche, a las doce, el fraile apareció y se acercó al altar. El lego, superando su temor, se acercó y le preguntó si quería ayuda para la Misa. El fraile asintió y, con manos temblorosas, encendió las velas del altar, preparó las vinajeras y comenzó a ayudarle.

El fraile oficiaba con una voz susurrante que parecía venir del más allá. Al llegar al "Confiteor", añadió las solemnes palabras del versículo "Dies irae, dies illa, Solvet saeclum in favilla", que traducido significa: “Aquel día, día de ira, reducirá este mundo a cenizas”, aumentando la confusión y el espanto del lego. Finalmente, el fraile terminó la Misa, cubrió el cáliz, lo dejó al lado del altar, se despojó de los ornamentos y le dijo al lego:

—Yo soy el Padre Raimundo de esta comunidad, que vivió hace doscientos años. Tenía encargada una Misa de difuntos y, por negligencia, no la oficié. Por ello, cuando fallecí, Dios me condenó a permanecer en el Purgatorio hasta que cumpliera con mi deber. Durante doscientos años he venido cada mes de ánimas a este convento, sin poder oficiar la Misa por no tener quien me ayudase. Gracias a vuestra reverencia, podré salir del Purgatorio y salvar mi alma.

Tras estas palabras, el fraile desapareció milagrosamente y el lego no lo volvió a ver nunca más.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 45

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