La fe, para muchos, no es algo que simplemente se extravía como unas llaves o un objeto. A menudo, perder la fe es el resultado de un proceso lento y progresivo. No ocurre de un día para otro, sino que comienza cuando uno empieza a dudar de las creencias fundamentales que sostuvo por mucho tiempo. Se deja de creer en un Dios personal, que se comunica con el ser humano. Se cuestiona la existencia de una vida eterna o la resurrección, y estos conceptos empiezan a parecer ilusorios o infantiles. El sufrimiento y el mal en el mundo también alimentan estas dudas: "¿Si Dios realmente existiera, permitiría todo esto?"
Cuando alguien ha sido educado en la fe desde pequeño, ha hecho la primera comunión o ha servido como monaguillo, tiende a pensar que esa creencia inicial era verdadera fe. Pero lo que se suele perder no es la fe profunda, sino una especie de adhesión a una tradición familiar o cultural. La fe genuina va más allá de costumbres o ritos; es un impulso interior hacia algo superior, una búsqueda constante. La fe es reconocer a Dios como alguien que nos invita a caminar a su lado, un Dios que nos atrae, nos llama a superarnos y confiar en él.
Muchas veces, las dudas sobre la fe están ligadas a la percepción de la Iglesia y su papel en la vida cotidiana. Desde el mismo papa, pasando por los cardenales y obispos, hasta los sacerdotes y el resto del pueblo de Dios, el testimonio de fe no siempre es consistente. Más que los dogmas, lo que genera frustración en muchos fieles es la falta de coherencia entre lo que predica la Iglesia y lo que se vive. Por ejemplo, temas polémicos como la sexualidad, la anticoncepción o la eutanasia suelen ser fuente de conflicto. ¿Por qué la Iglesia se involucra en estos temas? Para muchos, las enseñanzas pueden parecer desconectadas de la realidad o poco comprensibles.
En ocasiones, el comportamiento de los sacerdotes, religiosos o laicos también puede desencantar. Todos hemos escuchado historias de personas que, heridas por la actitud de algún líder religioso, deciden apartarse de la Iglesia, sintiéndose traicionadas por quienes deberían guiar espiritualmente.
Otro factor común en la pérdida de fe es el dolor profundo de situaciones trágicas. La enfermedad, la muerte de un ser querido, especialmente de un hijo, son experiencias devastadoras. Cuando alguien ha rezado intensamente por la curación de un ser querido y no obtiene la respuesta deseada, la pregunta que surge es: "¿Cómo puede un Dios bueno permitir tanto sufrimiento?"
Estas experiencias pueden llevar a la desesperación y al abandono de la fe, aunque también es cierto que muchas personas, en medio de su sufrimiento, han encontrado consuelo y sentido en la fe. Dios, a través de su ternura, puede tocar corazones incluso en los momentos más oscuros.
Lo que solemos llamar "perder la fe" es, en muchos casos, ponerla en duda, desde mi experiencia personal, lo que se pierde es la esperanza. Uno empieza a cuestionar si lo que ha creído durante tanto tiempo es verdadero. Se duda de la autenticidad de las Escrituras, se comienza a verlas como mitos o leyendas. Se pierde confianza en la Iglesia como transmisora de la fe, acusándola de haber complicado las creencias con dogmas que no se desean aceptar. Sin embargo, creer no significa renunciar a la razón, sino aceptar verdades que dan sentido a la vida, utilizando siempre nuestra inteligencia.
El apóstol Pablo nos recuerda que la fe es un "combate" (1 Timoteo 6-12). Mantener la fe requiere coraje, sobre todo cuando nos enfrentamos a dificultades. Es valiente quien, en medio de sus dudas, sigue buscando la verdad, quien continúa orando, incluso cuando parece que no hay respuesta. A veces, solo el grito de nuestro dolor es lo que nos conecta con Dios.
La fe también puede desvanecerse por pereza o conformismo. Dejamos de cuestionar, de buscar respuestas. Pero incluso en esos momentos, es posible volver a encontrar la fe, si nos mantenemos abiertos a lo trascendente. A menudo, aquellos que sinceramente buscan algo más allá de lo visible, terminan encontrando ese "algo" que da sentido a su vida. Y cuando llega ese momento, la fe renovada trae consigo una alegría profunda.
Para terminar, quisiera compartir un pasaje bíblico del Salmo 119, que puede servir de reflexión personal:
“Mi alma está postrada en el polvo: devuélveme la vida conforme a tu palabra. Te expuse mi conducta y tú me escuchaste: enséñame tus preceptos. Instrúyeme en el camino de tus leyes, y yo meditaré tus maravillas. Mi alma llora de tristeza: consuélame con tu palabra. Apártame del camino de la mentira, y dame la gracia de conocer tu ley” (Salmo 119:25-29).
No dejes que las circunstancias difíciles de la vida te aparten de la fe. Al contrario, deja que esos momentos sean una oportunidad para fortalecerla, para buscar respuestas, para reconectar con Dios. En última instancia, la fe no es solo una creencia, es una búsqueda constante de la verdad y del amor que trasciende nuestras experiencias cotidianas.
De vos depende…
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El PELADO Investiga
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