La novela de “El Código Da Vinci”, escrita por Dan Brown en 2003, se convirtió en un fenómeno literario de inmediato. La historia sigue a Robert Langdon, un profesor de iconología religiosa, que se ve envuelto en una serie de conspiraciones impulsadas por miembros de la Iglesia Católica y el Opus Dei, quienes intentan encubrir un gran secreto sobre el linaje de Cristo.
Según la trama de la novela, Cristo no murió en la cruz, sino que sobrevivió a la crucifixión y se casó con María Magdalena. Juntos habrían tenido descendencia, y esa línea familiar habría llegado hasta Francia, vinculándose con la dinastía merovingia. En este contexto, el Santo Grial no sería el cáliz de la Última Cena, sino la "sangre real", que representaría a los descendientes de Cristo.
Aunque la historia es completamente ficticia, el prefacio del libro afirma que todas las descripciones de obras de arte, edificios, documentos y rituales secretos son verídicas, lo que sugiere que hay una versión diferente y oculta de los orígenes del cristianismo.
El éxito de la novela fue rotundo, combinando una trama trepidante con elementos históricos presentados como verdaderos, envueltos en un tono de misterio esotérico y teorías de conspiración. Este enfoque capturó el interés del público mundial, vendiendo 80 millones de ejemplares en 44 idiomas. En Estados Unidos, uno de cada cinco ciudadanos leyó el libro. No obstante, junto a su éxito surgieron acusaciones de errores históricos, plagios, y polémicas a nivel global.
La novela supuso un desafío directo a los pilares históricos de la Iglesia Católica. El cuestionamiento a las bases de la fe generó una reacción fuerte, ya que, para muchos creyentes, sembrar la duda es el primer paso hacia el distanciamiento de la fe. Un lector comentó que “aunque sabía que el libro era ficticio, las referencias a hechos, lugares y personajes reales me dejaron confundido, porque no soy un experto en la materia y no sabía cómo refutar esas ideas”.
Ante la popularidad del libro y el anuncio de su adaptación cinematográfica, la Iglesia intentó tomar cartas en el asunto. El influyente y corrupto cardenal Tarsicio Bertone, arzobispo de Génova, hizo un llamado público a los católicos para que no compraran ni leyeran la novela, calificándola de "un castillo de mentiras". Además, se organizaron debates públicos para discutir la veracidad de los hechos presentados en la obra de Brown.
Por otro lado, Ángelo Amato, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, pidió un boicot a la película, alegando que estaba plagada de calumnias, errores históricos y ofensas hacia la fe católica.
El Opus Dei, aunque no pidió un boicot, solicitó a Sony Pictures que reconsiderara ciertas escenas de la película para evitar ofender a los católicos. Propusieron incluir un aviso en la cinta para aclarar que se trataba de una obra de ficción. Sony, sin embargo, se negó a añadir dicha aclaración.
En Estados Unidos, los obispos católicos crearon sitios web dedicados a refutar los argumentos de la novela. La Conferencia Episcopal Peruana también instó a los fieles a no ver la película, señalando que hacerlo era "dar dinero a quienes dañan la fe". En diversas partes del mundo, organizaciones católicas adoptaron posiciones similares, utilizando diferentes medios, desde homilías hasta artículos de prensa.
Mientras la Iglesia luchaba contra “El Código Da Vinci”, surgieron voces de expertos independientes que criticaban duramente la validez histórica de la novela. Académicos de renombradas universidades, muchas de las cuales eran poco conocidas por el público, comenzaron a opinar, demostrando con argumentos sólidos los errores en los que caía la obra. La Iglesia pronto se dio cuenta de que la mejor manera de contrarrestar la influencia de la novela no era prohibiéndola, sino dando voz a expertos cuya objetividad y conocimiento atraerían más credibilidad que las advertencias eclesiásticas.
En términos generales, el temido efecto de deserción de fieles no ocurrió. Según el Barna Study, solo el 5% de los lectores del libro afirmó haber cambiado su percepción de la religión católica de manera negativa. Curiosamente, muchos confiaban más en el libro que en la película, asumiendo que las películas suelen exagerar para hacerlas más sensacionalistas, lo que les restaba credibilidad.
Con el paso del tiempo, la controversia se fue apagando. Incluso las adaptaciones cinematográficas de otras novelas de Brown, como “Ángeles y Demonios” e “Inferno”, no provocaron reacciones tan intensas por parte de la Iglesia, a pesar de que también contenían elementos polémicos. Sin embargo, la película fue prohibida en países como Egipto, India, China y Filipinas, pero tuvo éxito en la mayoría de los países católicos.
De esta experiencia se pueden extraer dos lecciones importantes. La primera es que todo lo que se percibe como prohibido genera más curiosidad. Las advertencias y prohibiciones por parte de la Iglesia hicieron que más personas sintieran el deseo de leer el libro y ver la película. ¿Por qué molestaba tanto a la Iglesia? ¿Qué podía esconder?
La segunda lección tiene que ver con la creación de la duda. Al sembrar dudas sobre la veracidad de algunos aspectos del libro, la Iglesia consiguió que el público adoptara una actitud más crítica. De esta forma, “El Código Da Vinci” pasó a ser considerado una novela interesante, pero no necesariamente confiable en cuanto a hechos históricos.
Recopilación
El PELADO Investiga
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