ESCUCHA EL #EXPEDIENTE Nº 69 | 22.11.2024

¿LA PERCEPCIÓN DEL TIEMPO ES REAL?


Es un hecho que todos experimentamos: en nuestra infancia, el verano parece infinito y las vacaciones se sienten eternas; sin embargo, cuando llegamos a los 35 o 40 años, el verano apenas se percibe y las vacaciones se esfuman en un instante. ¿Por qué sentimos que el tiempo pasa más lento cuando somos jóvenes y, en cambio, parece volar a medida que envejecemos? En la era actual, como nunca antes, vivimos fraccionando el tiempo en unidades cada vez más pequeñas. Ante esta incesante secuencia de momentos, algunos podrían soñar con deshacerse de todos los relojes, pero la verdad es que no podemos escapar del que llevamos en nuestra mente.

Nuestro cerebro tiene la capacidad de dividir el tiempo en años, días e incluso en milésimas de segundo; puede hacerlo porque el tiempo es una dimensión que se puede segmentar y medir de manera concreta. Incluso sin la ayuda de un reloj externo, nuestro “reloj interno” suele realizar un buen trabajo al estimar el paso del tiempo. Si intentáramos adivinar la hora exacta en este mismo instante, probablemente nuestra suposición no estaría muy lejos de la realidad. El verdadero dilema no es medir el tiempo, sino cómo lo percibimos, ya que esa percepción varía y está sujeta a nuestras experiencias.

La percepción del tiempo es, por naturaleza, subjetiva. Según las circunstancias, el tiempo puede parecer expandirse, contraerse o incluso detenerse por completo. Durante décadas, científicos han planteado la idea de que nuestro cerebro cuenta con un "mecanismo" interno que funciona como un cronómetro, capaz de generar pulsos regulares para medir el tiempo de manera aproximada. Sin embargo, existe una dificultad con esta teoría: a diferencia de otros sentidos, como la vista o el tacto, cuya información se procesa en áreas específicas del cerebro, el sentido del tiempo no tiene una ubicación precisa; se distribuye por toda la red neuronal. Esto significa que nuestra percepción temporal está interconectada con todos los demás sentidos. Nuestro cerebro se esfuerza por “editar” la realidad de forma lógica para que podamos entender lo que sucede y con qué velocidad. Aunque el tiempo pasa de manera constante para todos, cada persona construye su propia experiencia temporal en función de la realidad que percibe y procesa.

Algunos investigadores realizan una analogía interesante entre un minuto disfrutado (como en un beso) y otro que transcurre en una situación incómoda (como esperar para usar el baño en un momento de urgencia). Es fácil deducir que, mientras un beso hace que el minuto se sienta fugaz, el otro escenario parece extenderse sin fin. Sin embargo, ni el placer ni la incomodidad afectan directamente nuestro sentido del tiempo, sino que influyen en cómo registramos esos eventos. El tiempo no pasa más rápido cuando estamos en una situación placentera ni más lento en una de tensión. En realidad, ante un momento de estrés o alta emoción, nuestra amígdala cerebral, que es responsable de procesar las emociones y memorias, aumenta la intensidad con la que se guarda ese recuerdo, como si se grabara en alta definición.

Esto quiere decir que cuando vivimos situaciones intensas, el cerebro almacena esos recuerdos con una mayor resolución que, por ejemplo, los detalles rutinarios de nuestra mañana. Así, estos recuerdos, al ser más detallados, tienen más información y, al rememorarlos, parecen haber durado más tiempo. Es como si miráramos un video en alta calidad en lugar de uno borroso; la riqueza en detalles nos da la sensación de que el tiempo transcurrió de forma más lenta.

A este fenómeno se le llama “percepción prospectiva del tiempo” y se presenta cuando estamos en situaciones predecibles, como esperar que hierva el agua en una olla. Como conocemos el proceso, el cerebro se enfoca en el resultado final y hace que el tiempo intermedio se perciba como más lento. En cambio, cuando estamos en una situación incierta o en la que no sabemos qué pasará, como en los últimos minutos de un partido de fútbol con un marcador ajustado, el cerebro se enfoca en el tiempo inmediato y éste parece pasar más rápido.

Un fenómeno opuesto es la “percepción retrospectiva del tiempo”, que ocurre en situaciones monótonas o poco estimulantes. En estos casos, el cerebro registra la realidad con poca precisión o ni siquiera la registra, lo que provoca la sensación de que el tiempo se detiene o se alarga sin sentido.

Entonces, ¿es posible acelerar, detener o retroceder el tiempo? La clave no está en el tiempo en sí, sino en cómo lo percibimos. Al fin y al cabo, el tiempo tal como lo medimos no cambia; pero sí nuestra percepción de él. En conclusión, aunque no podemos manipular el tiempo para detenerlo o acelerarlo, sí podemos aprender a aprovecharlo mejor. Reprogramarnos para buscar experiencias diferentes y abrirnos a la novedad puede ayudarnos a vivir una vida más plena.

Recopilación
El PELADO Investiga
# EXPEDIENTE 69

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