
Se dice que este ser camina en la noche, entre la espesura de los árboles, acechando a quienes se aventuran solos: leñadores, caminantes, incluso parejas furtivas. Desde hace siglos se le atribuyen desapariciones inexplicables en línea con la dura vida en los campamentos forestales.
Pero lo más escalofriante es que jamás alguien lo ha visto. Intenta fijar la vista en lo que crees que es su silueta y, en un parpadeo, desaparece detrás de un tronco, una roca… o de ti mismo. Como si jugara al escondite con tu mirada.
Lo que sí se percibe: esa sensación de estar siendo observado, una presión en la nuca cuando estás solo en el bosque, sombras que se difuminan en el rabillo del ojo. Y un sonido que hiela la sangre: un silencioso efecto de succionar en la oscuridad, como si un estómago invisible tragara aire con ansia.
Al verse acorralado, esta criatura recurre a su truco maestro. Dobla su cuerpo de un modo antinatural, llevando su boca hasta el ombligo, y se succiona a sí mismo. Queda así perfilado como la figura tras la cual se oculta, mimetizándose a la perfección.
A lo largo del tiempo se lo describe como de apariencia enorme, misteriosa, pese a nunca haber sido visto realmente. Otros relatos, lo ubican entre 1,75 y 1,85 metros de alto, erguido sobre dos patas, cubierto de un pelaje negro tan denso que su rostro parece fundirse con su cuerpo, y dotado de garras capaces de desgarrar vientres en un instante.
Esta fiereza le ha valido fama de depredador implacable. Ataca en silencio, patea la espalda y arrastra el cuerpo sin emitir ruido. El final es brutal: lo conduce a su guarida, probablemente un cubil fangoso, donde devora vísceras y entrañas. Se cuenta que su hambre puede ser tan voraz, que la víctima muere antes de entender lo que le ocurre.
Más que leyenda sin sentido, representa un arquetipo nacido del miedo que reinaba en los bosques vírgenes del siglo XIX. Las desapariciones de trabajadores en zonas donde osos, lobos u otros peligros podían cobrar vida, necesitaban explicación. En aquel terreno hostil, relatar la existencia de un ser oculto daba forma a los ruidos inexplicables, como crujidos, susurros o gemidos nocturnos.
A su vez, el relato funcionaba como advertencia: mantenerse alerta, no ir solo, no fiarse de la oscuridad. Y si había que tomar una copa para sentirse protegido... bueno, la excusa era bienvenida.
Desde entonces, la criatura ha quedado inscrito en el panteón del folclore como una figura mítica, fantástica que se alimentaban del imaginario de las cuadrillas forestales. Ha aparecido en libros de cuentos, enciclopedias de criptozoología, juegos y series modernas como “Gravity Falls” o en artículos recientes de internet.
¿Por qué aguanta hasta hoy? Quizás porque el bosque sigue siendo un lugar misterioso, donde los ruidos no son siempre lo que parecen. Porque sigue existiendo esa sensación, cuando caminas de noche, de que algo permanece justo detrás, dentro del radio de tu sombra. Y en ese instante, notas que tu respiración se aligera, giras la cabeza sin saber a qué, y te preguntas: “¿Me estará siguiendo el Hidebehind?”.
Recopilación
El PELADO Investiga
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