
En la mitología griega, Eros es reconocido como el dios del amor y el deseo. Su origen presenta diversas versiones: algunos relatos lo describen como una deidad primordial nacida del Caos, mientras que otras tradiciones lo consideran hijo de Afrodita, la diosa de la belleza y el amor, y de deidades como Zeus, Ares o Hermes.
Inicialmente, Eros era representado como un joven alado de gran belleza, simbolizando la fuerza primordial que une a los seres y promueve la creación. Con el tiempo, especialmente en la época helenística, su imagen evolucionó hacia la de un niño travieso, armado con arco y flechas, capaz de provocar amor o desamor en dioses y mortales por igual.
La influencia de Eros se extendía tanto a deidades como a humanos, reflejando la creencia de que el amor es una fuerza universal e incontrolable. Su culto tenía especial relevancia en ciudades como Tespias, en Beocia, donde se celebraban festivales en su honor, conocidos como Erotidia. Además, compartía santuarios con Afrodita, como en la Acrópolis de Atenas, lo que subraya su estrecha relación con la diosa del amor.
Eros también es asociado con otras figuras alegóricas como Pothos y Hímeros, personificaciones del anhelo y el deseo, respectivamente. Estas conexiones resaltan las múltiples facetas del amor y el deseo en la cultura griega. A lo largo de la historia, la representación de Eros ha inspirado innumerables obras de arte y literatura, consolidándolo como un símbolo perdurable del amor en todas sus formas.
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