
Reconozcámoslo: pocas veces la invisibilidad nace de un deseo altruista. La mayoría de las fantasías se inspiran en el morbo de ver, espiar o transgredir la intimidad ajena. Querer ser invisible para escuchar conversaciones que no son nuestras ya traspasa la barrera de la curiosidad. Y si ser invisible es simplemente dejar al descubierto lo que realmente somos, la literatura ha tejido un sinfín de historias donde ese poder cobra un precio amargo.
Los relatos sobre la invisibilidad casi siempre son advertencias. Desde el anillo de Gyges en los mitos griegos hasta la capa mágica de los cuentos nórdicos, estas historias revelan cómo el protagonista se convierte a la vez en víctima de su propia ambición. En 1833, una obra poco conocida, “El caballero invisible”, describía la transgresión como una afrenta al orden natural, y advertía que, al volverse invisible, el protagonista se enfrenta a su propia naturaleza oscura.
El vínculo entre invisibilidad y miseria se repite en novelas clásicas: H.G. Wells construyó un relato sobre un científico que se obsesiona tanto con su invisibilidad que termina dominado por la locura y la violencia. Jack London, en cambio, exploró variantes menos literales, como en “El nuevo acelerador”, donde el protagonista se convierte en invisible por moverse tan rápido que nadie lo ve, borrándose a sí mismo del mundo.
La ciencia aplicada a la ficción no siempre pone al protagonista como héroe. Paul Verhoeven, en “El hombre hueco”, retrata a un investigador que, tras volverse invisible, utiliza ese poder para espiar y agredir. La película se convierte en un relato aterrador sobre la violencia que surge cuando el abuso del poder se oculta tras un manto de invisibilidad.
En su tratamiento más reciente, el cine ha desligado la invisibilidad del efecto visual para convertirla en metáfora. En la película “El Hombre Invisible” (2020), esta condición sirve para representar el terror doméstico: el hombre invisible es un ex abusivo que utiliza su invisibilidad para manipular, aislar y perseguir a su pareja.
Este nuevo enfoque de invisibilidad resonó con audiencias que reconocieron la metáfora detrás del super poder: la impunidad del agresor que se oculta en la sombra, que actúa sin testigos y que convierte la víctima en objeto de incredulidad. El cambio de perspectiva —centrar la mirada en la víctima y no en el invisible— transforma la ficción en un espejo de realidades contemporáneas.
La literatura también ha desarrollado aristas más sutiles de la invisibilidad. Chesterton jugó con el concepto de la invisibilidad social: un asesino que no parece invisible físicamente, pero cuya presencia pasa desapercibida por todos. Ese efecto de "no ser visto" se repite en obras como la saga “La tierra moribunda” de Jack Vance, donde grupos que apenas se perciben entre sí conviven en el mismo paisaje sin reconocerse.
Esta misma idea se convierte en peso social en novelas como “Hombre Invisible” de Ralph Ellison. En ella, la invisibilidad es un mecanismo de exclusión: un hombre negro que existe en la sombra del sistema racista. Su invisibilidad no es voluntaria ni mágica, sino impuesta, como símbolo del racismo que borra identidades y silencia voces.
En relatos de ciencia ficción, este poder se despliega de maneras más técnicas. Eric Frank Russell plantea formas de invisibilidad inducida mentalmente, capaces de manipular cómo los demás nos perciben. Otros autores, como Larry Niven y Colin Wilson, imaginan ilusiones ópticas que hacen desaparecer personas, ciudades enteras o incluso la psique colectiva.
En el cine, la invisibilidad se ha explorado desde efectos pioneros con Georges Méliès hasta la técnica de vestuario negro y fondos de terciopelo de “El Hombre Invisible 2” (1933), que mostraban al personaje sin utilizar efectos digitales. El cine de la década de 2000 amplió esta idea con visiones militares de camuflaje activo y películas de espionaje.
Pero no todas las historias hablan de poder. Algunas hablan de invisibilidad involuntaria. Personajes marginados, olvidados, silenciados por el prejuicio. “Para ver al hombre invisible”, de Silverberg, plantea un castigo social: invisibles no por su apariencia, sino por haber sido rechazados por la sociedad. Borges, en “La lotería de Babilonia”, también alude a esa invisibilidad espiritual que puede ser más devastadora que cualquier capa mágica.
Hoy, la invisibilidad sigue siendo un espejo. Es permanente en nuestras redes digitales: el anonimato en internet muchas veces ha dado paso a comportamientos abusivos e irresponsables, como trolls que actúan sin rendir cuentas, reflejando el viejo temor a ser impunes cuando nadie nos observa. Pero también hay invisibilidades valiosas: colectivos silenciados que emergen para visibilizar su voz y reclamar reconocimiento.
Al final, lo que está oculto puede ser revelador. La invisibilidad es una ventana a todo lo que la sociedad no quiere ver: el deseo de eludir la justicia, la soledad del marginado, el terror del que sabe que su voz no será escuchada. En cada relato, cada película, encontramos un reflejo de nosotros mismos: orgullosos de nuestras máscaras, pero vulnerables si nos despojan de ellas.
Recopilación
El PELADO Investiga
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